Nicolás Copérnico (1473-1543) fue un importante astrónomo polaco prusiano, universalmente famoso por haber desarrollado la teoría del modelo heliocéntrico del sistema solar (también llamada teoría copernicana en su honor). Este modelo, que fue el primero en describir en términos científicos la manera en que la Tierra gira alrededor del sol, fue presentado en la obra "De revolutionibus orbium caelestium", en español: 'De las Revoluciones de las Órbitas Celestes' (1543), la cual, Copérnico dedicó al pontífice de Roma Paulo III, dado que ambos eran allegados eclesiásticos y mantenían correspondencia mutua. Tal como informan los historiadores, resulta que en la época temprana de la postulación del modelo, los eclesiásticos estaban muy interesados en la teoría astronómica: "Cuando se imprimió, el libro fue aceptado por la Iglesia y se había leído y estudiado por todo el mundo sin el más leve indicio de cualquier objeción alguna vez concebida en contra de sus doctrinas" (Donner, et. al. 1968, p. 31). El problema con ser único En el sentido más amplio, la evolución es la creencia que el mundo ha venido por medio de un proceso totalmente natural. El origen de la vida es sólo un ejemplo de los procesos naturales planteados por la evolución. Si la vida surgió en la tierra, pero no en ningún otro lado, entonces por definición la tierra es única. Pero si la tierra es única, entonces tiene un estatus privilegiado que a la vez sugiere la posibilidad de que la tierra y la vida en la tierra fueron diseñadas. Y diseño implica tener un creador, que nos trae de nuevo a la creación. Por lo tanto, la mayoría de las personas que creen en la evolución también creen que la vida es relativamente común en el universo. Esto equivale a jugar las posibilidades de creer que la vida surge siempre que las condiciones son propicias para vida. Pero para jugar esas posibilidades, la tierra y los planetas deben ser comunes en el universo. Por lo tanto, no hay nada especial relacionado a la tierra, ni al sol que orbita la tierra o la ubicación del sistema solar en la galaxia. Es decir, las condiciones que produjeron el ambiente que encontramos en la tierra deben ser “promedias”. Hace más de medio siglo, el cosmólogo británico nacido en Australia Hernan Bondi creó el término Principio de Copérnico para referirse a la mediocridad asumida de nuestro lugar en el universo. Bondi tomó este nombre debido a que cuatro siglos antes Nicolás Copérnico había desempeñado un rol clave en remover la tierra del centro del sistema solar, el lugar que algunos habían visto como una posición privilegiada. Un siglo antes, la obra del astrónomo estadounidense Harlow Shapley desplazó al sol del centro de la vía láctea. Poco después, el astrónomo estadounidense Edwin Hubble demostró que nuestra vía láctea era sólo una de las miles de millones de galaxias. Este trabajo sugirió que no estábamos en ninguna ubicación particularmente importante. Aquellas personas que creen en un multi-universo quieren hacer lo mismo para el universo: su argumento es que, así como no hay nada excepcional en nuestro planeta, tampoco hay nada excepcional en nuestro universo. Después de todo, si hay sólo un universo y parece como que ha sido diseñado, entonces llegamos nuevamente a la conclusión que debe haber un Creador. Sin embargo, si nuestro universo es sólo uno en una infinidad de universos, regresamos al juego de las posibilidades. La probabilidad de que nuestro universo haya ocurrido por casualidad es extremadamente diminuta, pero si hay un número infinito de universos, entonces la probabilidad de que al menos algunos universos hayan propiciado vida (como lo es nuestro universo), entonces es más probable. Por lo tanto, debe haber un multi-universo. Así se afirma que hay un proceso de selección después de todo, que podemos existir sólo en un universo en donde pueda existir vida. En universos donde es imposible que exista vida, no hay nadie para contemplar el significado de la existencia. Por lo tanto, no debemos estar sorprendidos que existamos en un universo donde es posible que haya vida. Es decir, la apariencia del diseño es sólo eso, apariencia. La fe de Copérnico El mismo Copérnico, en el prefacio de su magna obra “De Revolutionibus” se había anticipado a los malentendidos, escribiendo lo siguiente: "No estoy tan enamorado de mis propias opiniones como para descartar lo que otros puedan pensar acerca de ellas. Soy consciente de que las ideas de un filósofo natural no están sujetas al juicio de personas comunes porque es su empeño el buscar la verdad en todas las cosas, en la medida permitida por Dios a la razón humana. Quizá llegue a haber ciertos parlanchines que tendrán la osadía de dictar sentencia o juzgar la astronomía a pesar de ignorar totalmente la materia, y si desvergonzadamente llegaran a distorsionar el sentido de algunos pasajes de las Sagradas Escrituras para ajustarlas a sus pareceres y encontrar faltas en mi trabajo para atacarlo o censurarlo, yo haré caso omiso de ellos hasta el punto de considerar sus juicios como algo temerario” [Nicolai Copernici. "Praefatio Authoris". De revolutionibus orbium coelestium. Index; Cit. en inglés, en Omodeo, 2014:273]. Copérnico sabía, como el Apóstol Pedro, que en la Biblia “hay algunas cosas difíciles de entender, que los ignorantes e inestables tuercen (como también tuercen el resto de las Escrituras) para su propia perdición” (2 Pedro 3:16). Pero en su momento, no sólo fueron hombres religiosos los que se opondrían a la teoría heliocéntrica, sino también algunos profesores escépticos que decían creer solamente en cosas que se pudieran ver con los ojos. Entre estos escépticos, defensores de la física aristotélica de su tiempo, salieron a la luz personajes como Johannes Angelus, profesor de astronomía en Vienna, quien objetaba que "los sentidos" humanos “contradecían” la teoría de Copérnico y la hacían irracional, porque éstos no podían percibir el postulado movimiento de la tierra (Gassendi & Thill. 2002: 198). El mismo Galileo más tarde tendría que nombrar ejemplos en los que demostraba que la cuestión no se trata solo de lo que podemos ver, pues nuestros sentidos pueden llegar a ser engañosos o limitados, como Albert Einstein explicaría al respecto: "La materia es real para mis sentidos, pero éstos no son dignos de mi confianza. Si Galileo o Copérnico hubieran aceptado lo que veían, nunca hubieran descubierto el movimiento de la Tierra y los planetas" [Einstein en 1943; citado en William Hermanns, Einstein and the Poet: In Search of the Cosmic Man (1983), p. 59]. Por otra parte, en su prefacio también, Copérnico escribió sobre el interés que había surgido en él para buscar una teoría alternativa a la geocéntrica. Él afirmaba abiertamente que fue Dios quien estableció las leyes del universo en un mecanismo preciso y un diseño bien organizado: "Medité mucho sobre esta incertidumbre de la tradición matemática en el establecimiento de los movimientos del sistema de las esferas. Por fin empezó a provocarme el hecho de que, a pesar de que en otros aspectos se investigaba con un cuidado meticuloso sobre los puntos más mínimos relativos a las órbitas, los filósofos naturales no podían ponerse de acuerdo de ninguna manera sobre cualquier teoría determinada sobre el mecanismo del Universo, el cual fue forjado para nosotros por un Creador supremamente bueno y ordenado" [Copérnico, cit. en Kuhn (1957:141) y en Hetherington (2006:101)]. Ya adentrado en su obra, el mismo Copérnico expresó más a fondo su creencia en que Dios había establecido el modelo heliocéntrico con Su sabiduría divina, y en esta línea de pensamiento : "¿Quién, después de aplicarse al estudio de las cosas que se ven establecidas con el mejor orden y dirigidas por la decisión Divina, no abriría los ojos a través de la contemplación diligente de ellas, a través de una mera habituación a lo que es mejor, y no admiraría al Artífice de todas las cosas, en quien se encuentra toda la felicidad y todo el bien? Porque el Divino Salmista ciertamente no dijo injustificadamente que se complacía en las obras de Dios y que se regocijaba en las obras de Sus manos. No menos, por estas cosas, como por medio de algún vehículo, somos transportados a la contemplación del Dios Altísimo" [De revolutionibus orbium cœlestium" (1543), pp. 10-11; en Referencia a los Salmos 102:25, Salmos 8:3-9, Salmos 92:4-5]. Es así como Copérnico percibía la obra de Dios manifestada en la Creación, lo cual, también le llevó a reconocer la obligación humana de adorar a Dios: "Conocer las maravillas de Dios, comprender Su sabiduría y majestad y poder, apreciar, en su punto, el trabajo maravilloso de Sus leyes, sin duda, todo esto debe ser un modo agradable y aceptable de adorar al Altísimo, a quien la ignorancia no puede ser más gratificante que el conocimiento." [Copérnico, cit. en Hubbard (1905), en Van Norman (1907:290); y en Collins (2006:230-231). En concordancia con Oseas 4:6, y Proverbios 1:31]. Como hemos visto, además de creer que "el universo ha sido forjado por un Creador sumamente bueno y ordenado", Copérnico señalaba que Dios debía ser adorado. Sólo queda decir que el Creador al que Copérnico reconocía ciertamente era el Dios del cristianismo, lo cual dejó entrever en su obra "Narratio Prima" (1540), en la cual, al describir la excentricidad del sol, mencionó que él mismo esperaba la Segunda Venida de Jesucristo, como todos los cristianos: "Esperamos la venida de Nuestro Señor Jesucristo cuando el centro de excentricidad alcance el otro límite del valor medio, porque en esa posición estuvo en la creación del mundo..." [De libris revolutionum Copernici narratio prima: "The Kingdoms of the World Change with the Motion of the Eccentric" (1543), p. 122] Entre sus últimas plegarias, Copérnico mandó a que escribieran los siguientes versos en los que el astrónomo pedía y anhelaba la misericordia de Dios, con palabras que fueron escritas en su epitafio personal en su tumba en Frauenburg, Polonia: "Oh Señor, la gracia recibida por Pablo no te la puedo pedir, La misericordia que mostraste a Pedro, no me atrevo a solicitar Pero Señor, la gracia que Tú concediste al ladrón que moría en la cruz, Esa Dios, es la gracia que pido de Ti. No hay nadie que no pueda llegar a Ti en esta condición." [Obour, 2012: p. XIX, & Trepatschko, 1994, Vol. 44]
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