meditaciones
IGLESIA Y FAMILIA
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Desde el capítulo nueve hemos estado tratando con la manera de preparar el corazón para la obra de la mortificación del pecado. En este capítulo final, concentraremos nuestra atención en la obra misma. Hay dos aspectos de esta obra:
1. La obra específica que el creyente es responsable de realizar. 2. La obra que solamente el Espíritu de Dios puede realizar. Primero, la obra específica que el creyente es responsable de realizar.
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Regla 9:
Cuídese de su engañoso corazón a palabra de Dios nos dice claramente que "engañoso es el corazón más que todas las cosas y perverso" (jer.17:9) y muchas experiencias amargas confirman esto. Con esta novena regla estamos pensando en una forma específica de autoengaño, es decir, de como una paz falsa nos puede engañar. La regla para prevenir que seamos engañados por una paz falsa es la siguiente: Tenga cuidado de no suponer que tiene paz antes de que Dios pronuncie su veredicto (muchos fabrican para sí mismos una paz falsa). + Regla 8:
Medite sobre la excelente majestad de Dios. Esta es la manera para humillarse a sí mismo y ver que tan vil es usted. Cuando Job realmente vio la grandeza y la excelencia de Dios entonces confesó: "De oídas te había oído; Mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento En el polvo y en la ceniza." (Job 42:5-6) Qué significa esto y cómo puede ser hecho?
Significa que usted debe hacer más que simplemente reconocer la culpa de su deseo pecaminoso. Usted debe inquietar su conciencia con la culpa de su particular deseo pecaminoso. ¿Como puede usted hacer esto? Vamos a señalar dos formas generales y dos formas específicas de hacerlo. ¿Q Regla 3: Inquiete su conciencia con la culpa de sus deseos pecaminosos. En el capítulo anterior tratamos con una regla preparatoria para el deber de la mortificación. Antes de que la mortificación pueda ser realizada, debe haber un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que se va a mortificar.
¿Ya ha hecho usted esto? Una vez que esto ha sido hecho y solamente hasta entonces, estaremos listos para pasar a la segunda regla particular para la mortificación, que es la siguiente: Esfuércese para llenar su mente con una clara y constante conciencia de la culpa, el peligro y la maldad del deseo pecaminoso que le está afectando. La culpa de su deseo pecaminoso . En los dos capítulos previos consideramos dos reglas generales para la mortificación de pecado. En este capítulo comenzaremos a considerar las reglas más específicas o las directrices que pueden ayudar al creyente en el deber de la mortificación.
La primera de estas reglas sirve para preparar al creyente para la mortificación: Necesitamos un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que será mortificado. La primera cosa que un buen doctor hace cuando alguien viene a verlo para tratar alguna enfermedad es hacer una revisión cuidadosa de su paciente. Haciendo esto, el doctor trata de averiguar todos los síntomas relacionados con la enfermedad. La primera regla trató con lo que una persona necesita ser, antes de poder cumplir con el deber de la mortificación del pecado. La segunda regla trata con la actitud necesaria para cumplir con este deber. Esta actitud puede ser resumida en la siguiente regla:
Usted no podrá mortificar ningún pecado, a menos que sincera y diligentemente intente tratar con todo pecado . Para decirlo en forma simple, no le ha sido dado al creyente la opción de decidir cuáles pecados en su vida necesitan ser mortificados. A menos que el creyente esté comprometido a tratar con todos y cada uno de los pecados en su vida, nunca tendrá éxito en la mortificación de uno de ellos. Déjeme explicarle lo que esto significa en una forma más detallada. Un creyente es probado por un deseo pecaminoso, semejante a lo que fue descrito al principio del capítulo cinco. Este deseo pecaminoso inquieta al creyente (piense en el pecado que más le inquieta a usted). Este pecado le derrota repetidamente y le inquieta tanto que anhela: o la liberación completa de él. Pero no solamente esto, la creyente realmente lucha contra ese pecado, ora y se lamenta cuando es derrotado por él. Hay algunas reglas generales y principios que son esenciales para la mortificación bíblica del pecado, sin las cuales ningún pecado será jamás mortificado.
En este capítulo consideremos la primera y más básica de estas reglas. Solamente un creyente, es decir, una persona que está verdaderamente unida con Cristo es capaz de mortificar el pecado. Como ya hemos notado en el primer capítulo, la mortificación es la tarea de los creyentes: “porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis” (Romanos 8:13) Una persona no regenerada (es decir, una persona que no está realmente unida con Cristo por la fe), puede hacer algo parecido a la mortificación, pero no puede realmente mortificar ni siquiera un solo pecado, en una manera aceptable a Dios. Ahora volveremos a dar una explicación de lo que la mortificación es.
Hay tres cosas que la mortificación realiza: Un debilitamiento habitual de los deseos pecaminosos. Cada concupiscencia (deseo malo) es un hábito depravado que continuamente inclina el corazón hacia el mal. En Génesis 6:5 tenemos una descripción de un corazón no mortificado, "y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal". En cada hombre inconverso hay un corazón no mortificado que está lleno de una gran variedad de deseos impíos, y cada uno de estos deseos clama continuamente por su satisfacción. En este capítulo resaltaremos la siguiente verdad: La vida, la fortaleza y el consuelo de nuestra vida espiritual depende en gran manera, de que mortifiquemos nuestros pecados. Introduciremos esta verdad explicando dos cosas que la mortificación no significa:
1. Esto no significa que a condición de que los creyentes mortifiquen consistentemente el pecado, disfrutaran automáticamente una vida vigorosa y confortable vida espiritual. Por ejemplo Hemán, autor del Salmo 88, fue un hombre que realmente caminó con Dios y sin embargo, casi nunca disfrutó de algún día de paz y consolación. Si Hemán, un siervo eminente de Dios, no disfrutó la paz y la consolación en su vida que normalmente trae una vida de mortificación del pecado, entonces debemos entender que Dios tuvo una razón para esto. |
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