meditaciones
IGLESIA Y FAMILIA
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En los dos capítulos previos consideramos dos reglas generales para la mortificación de pecado. En este capítulo comenzaremos a considerar las reglas más específicas o las directrices que pueden ayudar al creyente en el deber de la mortificación. La primera de estas reglas sirve para preparar al creyente para la mortificación: Necesitamos un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que será mortificado. La primera cosa que un buen doctor hace cuando alguien viene a verlo para tratar alguna enfermedad es hacer una revisión cuidadosa de su paciente. Haciendo esto, el doctor trata de averiguar todos los síntomas relacionados con la enfermedad. Por ejemplo, tomará al paciente la temperatura, revisará su pulso y la presión sanguínea. Le hará preguntas acerca de cuándo comenzó la enfermedad. Se fijará en todos los síntomas, por ejemplo: el dolor, la inflamación, el sarpullido, las ronchas, etc... Con la ayuda de estos síntomas, el doctor encontrará la enfermedad exacta que necesita ser tratada. Esta parte es conocida como el diagnóstico. Un buen doctor jamás recetará pastillas simplemente porque el paciente tiene algún dolor. El deseará saber qué es lo que está causando el dolor o la enfermedad, antes de recetar cualquier medicina. En forma semejante, podemos pensar de los deseos pecaminosos como si fueran una enfermedad que necesita ser diagnosticada correctamente antes de que pueda ser tratada. Algunos tienen síntomas más graves que otros. Estos no serán mortificados con el mismo remedio usado para curar otro deseo pecaminoso que presenta síntomas menos graves. Esto nos conduce a considerar algunos de los síntomas preocupantes que nos indicarán si necesitamos un remedio más fuerte que lo normal. 1. Un deseo pecaminosos firmemente establecido: Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido corromper el corazón por un largo período de tiempo sin ningún intento vigoroso de mortificarlo o de sanar las heridas que ha causado, es un síntoma peligroso. Tal deseo pecaminoso trae el alma a la condición lamentable que David lo describe “Hieden y supuran mis llagas, A causa de mi locura”. (Psa 38:5) En tal caso, el curso ordinario de humillación no será suficiente para mortificar este pecado. Este ha corrompido la conciencia hasta tal grado, que el deseo pecaminoso y la conciencia pueden vivir juntos, sin fijarse mucho uno en el otro. El deseo pecaminoso hace más o menos lo que quiere, y la conciencia apenas sabe lo que está pasando. En un tiempo pasado, la conciencia hubiera estado muy alarmada ante tal circunstancia, pero ahora está casi dormida. Tal deseo pecaminoso necesita ser tratado con la misma seriedad con la cual un buen doctor trata una herida antigua y descuidada. El doctor sabe que tales heridas siempre son peligrosas y frecuentemente fatales. Quizás el peligro de este deseo pecaminoso puede ser visto mejor considerando la siguiente solemne pregunta: ¿Cómo puede una persona estar segura de que su deseo pecaminoso firmemente establecido, no es en realidad el dominio del pecado, y que nunca ha sido realmente nacida de nuevo? Un deseo pecaminoso al cual se le ha permitido continuar quieto y cómodo es como el óxido en el metal; solo puede ser removido con gran dificultad. El deseo pecaminoso nunca muere por sí mismo; entonces, si no es mortificado diariamente simplemente se fortalecerá. 2. Un corazón que quiere la paz sin una lucha. Este es otro peligroso síntoma del poder de un deseo pecaminoso para corromper el corazón de un creyente. En este caso, ha capturado el corazón hasta tal punto que el corazón no quiere destruirlo pero quiere disfrutar la paz. Este síntoma puede ser reconocido en diferentes formas, pero vamos a limitamos a mencionar dos ejemplos: a. Primero, un creyente es trastornado en su mente por un deseo pecaminoso. Su conciencia es inquietada y se siente infeliz. En vez de tomar la decisión de mortificar este deseo pecaminoso, el creyente busca en el corazón por otras evidencias que indiquen que es un cristiano verdadero. El hace esto con la esperanza de tener paz en su corazón por saber que es un cristiano, a pesar de que rehúsa mortificar este deseo pecaminoso. Cuando un síntoma como éste está presente en un creyente, ese creyente está en una condición espiritual peligrosa. Fue una condición espiritual como ésta lo que resultó en la ruina de muchos judíos en los tiempos de Jesús. Bajo la predicación de Jesús, las conciencias de muchos judíos fueron inquietadas, pero en vez de reconocer y mortificar sus deseos pecaminosos, se aferraron a su posición como "hijos de Abraham", y pensaron que debido a esto serían aceptados por Dios. (Vea Jn.8:31-41.) Este es un síntoma peligroso de un corazón enamorado del pecado, un corazón que subestima el disfrute de la paz con Dios y las expresiones del amor divino. ¡Cuán corrupto es el corazón cuando muestra claramente que estará contento de permanecer como un creyente sin fruto, a condición de que pueda tener esperanza de escapar de la "ira venidera"! ¡ Cuán trágico es cuando un creyente puede estar contento de vivir a una distancia de Dios, a condición de que no sufra una separación final! ¿Qué debemos esperar de un corazón como éste? b. Segundo, igual como en el primer ejemplo, tenemos un creyente inquieto en su mente por un deseo pecaminoso. Su conciencia está trastornada y se siente infeliz. En este caso, en vez de tomar la decisión de mortificar su deseo pecaminoso, la/el creyente busca remover la angustia de su alma, apelando a la gracia y a la misericordia divinas. Esto es como si el creyente pidiera (igual como Naamán adorando en el templo de Rimón) "en todas las demás cosa andaré con Dios, pero en esta cosa, Jehová perdone en esto a tu siervo". (2 Rey. S: 18) Tal conducta es totalmente inconsistente con la sinceridad cristiana, y normalmente es una evidencia fuerte de que la persona que se comporta así, es un hipócrita. Sin embargo, no hay duda de que algunos de los verdaderos hijos de Dios pueden ser atrapados por este engaño pecaminoso. Siempre cuando el corazón de un "creyente" gusta secretamente algún pecado, de tal forma que el creyente está dispuesto a aliviar su angustia en alguna forma que no sea la mortificación y el perdón por la sangre de Cristo, entonces las llagas de ese hombre están "pudriéndose y corrompiéndose". A menos que haya un remedio urgente, ese hombre está muy cerca de la muerte espiritual. 3. Un deseo pecaminoso que tiene éxito frecuentemente. Cuando un deseo pecaminoso tiene éxito frecuentemente en obtener el consentimiento de la voluntad para hacer lo que quiere, este es otro síntoma peligroso. Este síntoma necesita una explicación más amplia 4. El uso de motivos legales para pelear contra el deseo pecaminoso. Cuando el único motivo de mortificar el pecado es el temor de las consecuencias, éste es un síntoma muy peligroso de una condición espiritual no saludable. Existen motivos cristianos correctos para mortificar el pecado. Por ejemplo, José razonó: "¿Cómo, pues, haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?" (Génesis 39:9) Fue el amor por un Dios de gracia y bondad lo que motivó a José. En forma semejante el apóstol razona, "el amor de Cristo nos constriñe." (2 Cor.5:14) . Cuando un hombre es motivado a oponerse al pecado simplemente por el temor de la vergüenza ante los hombres, o el castigo del infierno es una señal segura de que su corazón esta lejos de tener una condición saludable. 5. Cuando Dios usa un deseo pecaminoso para disciplinar: Aunque Dios a veces usa un fuerte deseo pecaminoso no mortificado para disciplinar a un creyente, ésta puede ser también la forma en que Dios trata con un incrédulo. Por lo tanto, cuando un creyente tiene motivos para creer que Dios le está disciplinando en esta manera, entonces debe juzgar este síntoma como serio y peligroso. No debería descansar hasta que haya tratado con la causa de su disciplina. Esto sugiere la pregunta: ¿Cuándo puede un creyente saber si un fuerte deseo pecaminoso en su vida está siendo usado por Dios para disciplinarlo?
La respuesta es: Examine su corazón y sus caminos. ¿Cuál era el estado y la condición de su corazón antes de que se enredara con el deseo pecaminoso que le está inquietando ahora? ¿Estaba descuidando sus deberes cristianos? ¿Estaba viviendo con mucha preocupación por su propio bienestar y muy poca por los demás? ¿Estaba viviendo bajo la culpa de algún pecado grave del cual no se había arrepentido? ¿Había recibido alguna misericordia especial, protección o alivio sin haber aprovechado el beneficio como debiera, o sin estar agradecido? ¿Había sido ejercitado por alguna aflicción pero sin haber averiguado el propósito divino en ella? ¿Acaso le había dado Dios en su providencia algunas oportunidades para glorificarlo pero usted no las aprovechó? Estas son algunas de las preguntas que usted debería hacerse. Si se siente convicto por alguna de ellas, arrepiéntase y busque el perdón de Dios. 6. Cuando un deseo pecaminoso ha resistido los tratos especiales de Dios. Un ejemplo de esta condición es descrita en Isaías 57: 17: “Por la iniquidad de su codicia me enojé, y le herí, escondí mi rostro y me indigné; y él siguió rebelde por el camino de su corazón”. Dios había tratado con el deseo pecaminoso de su codicia en dos formas diferentes, pero este pueblo estaba tan enamorado de su pecado que no le hicieron caso. Esta es una condición muy seria. Solamente la gracia soberana de Dios (tal como el siguiente versículo lo expresa "…pero lo sanaré") puede tratar con una condición de esta índole. En una forma semejante Dios trata con los distintos deseos pecaminosos de su pueblo en todas las edades. Dios hace esto especialmente a través su Palabra por el poder convincente de su Espíritu (cuando la Palabra es leída o predicada). Cuando un deseo pecaminoso tiene control sobre un hombre de tal modo que puede no hacer caso de este poder convincente y continúa sin haber mortificado su pecado, entonces, está en una condición peligrosa. Estos síntomas y otros que no hemos mencionado, son evidencias de un deseo pecaminoso que es peligroso, si no es que mortal. Tales deseos pecaminosos no pueden ser mortificados en una manera ordinaria. Es necesario un remedio más poderoso. Una palabra de advertencia. Aunque estos síntomas preocupantes que hemos mencionado pueden estar presentes en la vida de un creyente verdadero, ninguno que tiene estos síntomas tiene el derecho de "suponer" que es un creyente verdadero debido a la presencia de estos síntomas. Una persona pudiera concluir que es un creyente verdadero aunque fuera un adúltero, porque, David quien fue un creyente verdadero, también fue una vez adúltero. Solamente un necio se pondría a argumentar en la siguiente forma: "Un hombre sabio puede estar enfermo y herido, sí, y aún puede hacer algunas cosas tontas; por lo tanto, cada uno que está enfermo y herido y hace algunas cosas tontas, es un hombre sabio." ¡No! Aquel que tiene tales síntomas pudiera concluir con seguridad: "Si soy un creyente verdadero, soy un creyente muy pobre y miserable." Si tal persona es un creyente verdadero, no puede tener ninguna paz verdadera mientras que permanezca contenta con tal condición.
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