A. la introducción (versículos 1-3) El primer capítulo del Apocalipsis consta de siete partes que son fácilmente reconocidas. La introducción incluye los primeros tres versículos. Contiene el título del libro, una declaración de su origen, y la primera bienaventuranza. El título del libro es: «La revelación de Jesucristo». Es una revelación o descubrimiento del plan de Dios respecto a la historia del mundo, especialmente respecto a la historia de la iglesia. Por tanto, es una comunicación directa de Dios y no se deriva de ninguna fuente humana. 1 Se llama La revelación de Jesucristo, porque Jesucristo se la mostró a Juan y por medio de él a la iglesia. Note usted los diversos eslabones en la cadena tanto de origen como de comunicación. Primero, Dios. Leemos: «que Dios le dio». 2 Dios fue quien exaltó altamente al Mediador y le encomendó el gobierno del mundo para el beneficio de la iglesia (1 Co. 15:24-28; Fil. 2:9). También Dios dio al Mediador el plan para la historia del mundo y de la iglesia (Ap. 5:1, 7). Dios le dio este plan para que lo manifestara, en sus principios generales, a sus siervos. Este plan se relaciona con las cosas que deben suceder pronto. Empiezan a suceder inmediatamente. 3 Segundo, Jesucristo. Ésta no es la revelación de Juan. Es la revelación de Jesucristo. Manifiesta este plan a su iglesia y también, como el Mediador entronizado en gloria, hace que se lleve a cabo en la historia. Jesús reina en las alturas Tercero, su ángel. Jesús, a su vez, comisiona a un ángel para que guíe a Juan y le muestre, por medio de visiones, los elementos del plan, los cuales le irán siendo revelados. Este guía angelical le muestra a Juan una visión del cielo, luego de la tierra, del desierto, del nuevo cielo y de la nueva tierra. Cuarto, su siervo Juan, es decir, el apóstol Juan. 4 Juan no encubrió estás visiones, sino que «dio testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todas las cosas que vio». 5 Quinto, el lector: «bienaventurado el que lee». Los libros tenían que ser copiados a mano. De aquí que había solamente unos cuantos y eran muy costosos. Además, muchos de los cristianos no sabían leer. Por esto se nombraba un lector para que les leyese a las personas que se reunían para el culto. Se declara bienaventurado al lector que lee con corazón sincero. Ésta es la primera de siete bienaventuranzas. 6 Sexto, los que oyen las palabras de esta profecía y guardan las cosas en ella escritas. Se declara bienaventurados a todos los creyentes que leen y estudian este libro con la debida actitud de corazón. Recuerde que el tiempo está cerca; las predicciones empiezan a cumplirse inmediatamente. B. La salutación y la adoración (versículos 4-6). El libro está dirigido a «las siete iglesias que están en Asia». Estas iglesias son mencionadas en el versículo 11. Estaban situadas en la provincia proconsular romana de Asia, es decir, la parte occidental de Asia Menor. Empezando con la iglesia de Éfeso, la más cercana a Juan en Patmos, y tal vez la que él más amaba; después procediendo hacia el norte hasta Esmirna y Pérgamo, y luego al sudeste hasta Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea, estas siete iglesias formaron en cierto modo un círculo irregular. Es provechoso usar un mapa bíblico. Estas siete iglesias representan a toda la iglesia a lo largo de toda esta dispensación. 7 Note usted la forma extraordinaria y hermosísima de la salutación: «Gracia y paz a vosotros, del que es y que era y que ha de venir». Gracia es el favor de Dios conferido sobre los que no lo merecen, es decir, el perdón de sus pecados y la dádiva de la vida eterna. Paz, la reflexión de la sonrisa de Dios en el corazón del creyente que ha sido reconciliado con Dios por medio de Jesucristo, es el resultado de la gracia. Esta gracia y esta paz las provee el Padre, las reparte el Espíritu Santo, y las merece el Hijo por nosotros. Por tanto, los tres son mencionados en la salutación. Leemos literalmente: «Gracia sea con vosotros y paz del que es y que era y que está por venir». Esto es tanto griego correcto como castellano correcto. 8 Esta expresión nos señala al inmutable Dios del pacto (cotéjese Éxodo 3:14-18). La expresión, «los siete espíritus», se refiere al Espíritu Santo en la plenitud de sus operaciones e influencias en el mundo y en la iglesia. Respecto a Cristo, notamos que se le describe primero en cuanto a su ministerio en la tierra como el testigo fiel; luego, en conexión con su muerte y resurrección como el primogénito de los muertos; y finalmente, en términos que expresan su exaltación actual como el príncipe de los reyes de la tierra. En esta salutación tenemos el orden: Padre, Espíritu, Hijo. Probablemente la razón de este orden se deba a que Dios es visto morando en su tabernáculo o templo celestial (7:15). La gracia y la paz están representadas como viniendo del Padre, quien moraba sobre el arca en el lugar santísimo; y del Espíritu, indicado por el candelero con sus siete lámparas en el lugar santo; y de Jesucristo, cuya propiciación era simbolizada por la sangre debajo del altar del holocausto en el atrio. El hecho de que se mencione a Jesucristo en la salutación, produce esta adoración espontánea: «Al que nos amó... sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén». Se dice respecto a los creyentes que ellos no son meramente lavados de sus pecados, sino libres de ellos. En esta sola observación, si se entiende correctamente, hay material para un sermón entero. Observe también que la descripción, «reino de... sacerdotes», aplicada antiguamente a Israel (Éx. 19:6) es aplicable ahora colectivamente a los creyentes, es decir, a la iglesia. En la iglesia, Israel continúa viviendo. ¿Puede leer alguien estas palabras e insistir todavía que Cristo no es el Rey de la iglesia? Desde el principio hasta el fin de este libro se atribuye la gloria no a la criatura sino a Dios en Cristo (1:6; 4:8, 11; 5:9, 13; 7:10, 12 etc.). C. El anuncio de la segunda venida de Cristo (versículo 7). Éste no es el tema principal del libro. 9 Sin embargo, constituye una verdadera fuente de consuelo para los creyentes afligidos. Es la esperanza de los creyentes y la consternación de los enemigos de la iglesia. Jesús viene «con las nubes», es decir, con gloria (Dn. 7:13; Mr. 14:62; Ap. 14:14; Ez. 1:4-28), y con angustia, ira, juicio (Sof. 1:15; Sal. 97:2). La Biblia desconoce acerca de una segunda venida invisible o secreta. Al contrario, «todo ojo le verá». Los que le traspasaron el costado y le clavaron en la cruz también le verán. Es posible que esta expresión indique también a todos los otros que, por medio de su vida desobediente, han traspasado al Cristo. Se toma esta expresión de Zacarías 12:10-13 (compare también Jn. 19:34, 37; 20:25, 27). 10 En aquel tiempo los judíos que le rechazaron verán que Jesús de Nazaret, a quien crucificaron, es de verdad el Cristo! «y todos los linajes de la tierra harán lamentación por él». Éste no es el llanto del arrepentimiento, sino el de la desesperación: «como se llora por hijo unigénito» (Zac. 12:10). Esta expresión se refiere al acto de golpearse el pecho como señal de duelo y desesperación. Los incrédulos se esconderán en las cuevas y entre las peñas de los montes, y dirán: «Caed sobre nosotros, y escondednos de la cara de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero...» (6:16). D. la auto-designación de Cristo (versículo 8) No se debe dudar de que este glorioso título se refiere a Cristo. El contexto inmediatamente anterior y asimismo el subsiguiente se refieren a Cristo (véanse los versículos 7, 13). La expresión, «Yo soy el Alfa y la Omega», se encuentra en una forma un poco modificada en el versículo 17: «Yo soy el primero y el último» refiriéndose al que estuvo muerto y que vive por siglos de siglos. Observe también los siguientes pasajes paralelos: 21:6-8 y 22:13. Juan oye al propio Señor Jesucristo hablándole y diciendo: «Yo soy el Alfa y la Omega». El alfa y la omega son respectivamente la primera y la última letra del alfabeto griego. Por tanto, aquí Cristo se describe a sí mismo como la completa, perfecta y eterna revelación de Dios. Es como si estuviera diciendo: «Yo soy desde el principio hasta el fin, es decir, el Ser Eterno. Sé valiente; tu enemigo no puede destruir a tu Cristo». También nos dice que es completamente igual al Padre, porque añade, «dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso». Note usted que la misma frase que en el versículo 4 describió al Padre, aquí designa al Hijo. «Yo y el Padre uno somos» (Juan 10:30). ¿Fue ésta, tal vez, la voz que hizo que Juan estuviese «en el Espíritu»? E. la comisión de Juan para que escribiera el Apocalipsis (versículos 9-11) En el versículo 8, Cristo era el que hablaba. Aquí en el versículo 9, el propio Juan empieza a hablar otra vez. Observe la manera amable del apóstol al dirigirse a sus compañeros cristianos, con el fin de ganar 1: El Hijo del Hombre su plena confianza y hacerles sentir que él se ha identificado completamente con ellos: «Yo, Juan, vuestro hermano, y coparticipe vuestro en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo». Nos dice que estaba en la isla que se llama Patmos, por la palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo. ¿Quiere decir esto que se había sentenciado al apóstol a trabajos forzados porque había rehusado ofrecer incienso sobre el altar de un sacerdote pagano en señal de adoración al emperador? 1 No estamos seguros, pero sabemos que de una manera u otra su fidelidad a Cristo y a su evangelio le había conducido a este destierro cruel. Es el día del Señor, es decir, el domingo, el primer día de la semana, día en que conmemoramos la resurrección del Señor. 2 Es posible que Juan pensara en Éfeso y en las otras iglesias de Asia Menor. De repente pareciera que la tierra se hundiese, y que el alma de Juan se librase de las limitaciones del tiempo y del espacio. Es quitado del contacto con el mundo físico que le rodea; está «en el Espíritu». Ciertamente ve, pero no con los ojos físicos. Oye, pero no con los oídos físicos. Está en contacto directo y espiritual con su Salvador. Está solo... ¡con Dios! (Cotéjense Dn. 8:2; Is. 6:1; Ez. 1:4; Hch. 10:10; 11:5). Está bien despierto y toda su alma está abierta de par en par a la comunicación directa que viene de Dios. En estas condiciones, Juan oye detrás de sí una gran voz como de trompeta. Cuando Dios tenía algo para impartir a su pueblo durante la dispensación del Antiguo Testamento, los reunía llamándolos con el sonido de trompeta (Éx. 19:16, 19; Lv. 25:9; Jos. 6:5; Is. 58:1, etc.). Pero note: «como de una trompeta». La voz le dijo: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia, etc.». La voz era la de Jesucristo mismo. Le ordenó a Juan escribir lo que viera y enviar a las iglesias lo que había escrito. Creemos que Juan escribió estas visiones al momento de recibirlas (10:4) o inmediatamente después (1:19). F. la visión del Hijo del Hombre (versículos 12-16) «y vuelto, vi siete candeleros de oro... ». Y en medio de estos candeleros Juan ve... ¡qué torrente de memorias y qué éxtasis de sorpresa!... ¡al Salvador mismo en cuyo pecho él se había recostado! Es el mismo Salvador, y, sin embargo, diferente de lo que fue en los días de su humillación. Juan describe esta visión del Hijo del Hombre en los versículos 13-16.13 No destruyamos la unidad del símbolo. Por ejemplo, no interprete la espada aguda de dos filos que sale de la boca de Cristo como si fuese simbólica de las dulces y tiernas influencias del Evangelio en su misión de conversión. Note que en 2:16 leemos: «y pelearé contra ellos con la espada de mi boca». Estas palabras son dirigidas a los que se rehúsan a arrepentirse. Es necesario considerar la descripción entera como un todo e interpretarla como tal. Tratemos de verla de este modo. Note que aquí se describe al Hijo del Hombre como vestido de poder y majestad, de asombro y terror. Aquella larga ropa real; aquella cinta de oro ceñida a la altura del pecho; aquellos cabellos tan intensamente blancos que, a semejanza de la nieve cuando el sol deja caer sobre ella sus brillantes rayos, lastima los ojos; aquellos ojos como llama de fuego, ojos que leen cada corazón y penetran hasta el más escondido rincón; aquellos pies ardientes a fin de hollar a los malvados; aquella voz resonante como las enormes olas bramando sobre la peñascosa playa de Patmos; aquella espada larga y aguda de dos filos; sí, aquella apariencia entera «como el sol cuando resplandece en su fuerza», demasiado intenso para la mirada de los ojos humanos. La imagen entera, considerada en su totalidad, es simbólica de Cristo, el santo, quien viene a purificar su iglesia (2:16, 18,23), y para castigar a quienes persiguen a sus escogidos (8:5-13). G. El efecto de la visión en Juan (versículos 17-20) «y cuando yo le vi, caí como muerto a sus pies» (cotéjense Gn. 3:8; 17:3; Éx. 3:6; Nm. 22:31; Jos. 5:14; Is. 6:5; Dan. 7:15; etc.). Sin embargo, el verdadero propósito de la visión no era el de aterrorizar a Juan, sino de consolarle. Encontramos algo muy semejante en Habacuc 3. Después de una descripción muy vívida de la marcha espantosa de Jehová leemos: «Saliste para salvar tu pueblo». Y éste es el punto aquí: ~~No temáis, yo estoy con vosotros, rebaño perseguido». El Hijo del Hombre pone con ternura su diestra sobre Juan, una expresión de amor y una dádiva de vigor, de modo que se revivifique el cuerpo debilitado y caído del apóstol, y se ponga en pie. Después, el Salvador pronuncia estas palabras de consuelo: «No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por siglos de siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades». Cristo, también, habiendo sido muerto, resucitó de la muerte; glorioso consuelo para todos los que estaban siendo perseguidos hasta la muerte. Sus almas vivas iban a estar con el Cristo que vive para siempre. Él tiene las «llaves» de la muerte, es decir, la autoridad y el poder sobre la muerte, de modo que ésta no puede dañar al creyente. Al contrario, debe ser considerada como ganancia para el reino y, por lo tanto, Apocalipsis 1: El Hijo del Hombre ganancia para el creyente también. El Hijo del Hombre no sólo tiene las llaves de la muerte, sino también de Hades. ¿No había estado él mismo en el Hades? (Véase Hch. 2:27, 31). Es evidente que la palabra «Hades», como se usa aquí, no puede significar el infierno ni tampoco el sepulcro. Significa el estado de la existencia sin cuerpo. Se refiere al estado de muerte que resulta cuando cesa la vida y el cuerpo y el alma se separan. Por tanto, Hades sigue siempre a la muerte (Ap. 6:8). Pero Hades no podía guardar preso al Hijo del Hombre. Resucitó gloriosamente. Por tanto, tiene ahora autoridad sobre la muerte y el Hades, y de sus terrores puede liberar a los creyentes por medio del poder de su resurrección (cotéjese 20:13, 14). ¿Acaso no revela el Hijo del Hombre que tiene las llaves de la muerte, cada vez que da la bienvenida al alma de un creyente al cielo? ¿y acaso no prueba que tiene las llaves del Hades cuando en su segunda venida reúne el alma y el cuerpo del creyente - un cuerpo gloriosamente transformado? ¡Qué consuelo tan maravilloso para los creyentes perseguidos, algunos de los cuales iban pronto a dar sus vidas por causa del evangelio! Cristo ordena a Juan escribir las cosas que ha visto, es decir, esta visión del Hijo del Hombre; y «las cosas que son», es decir, la condición en aquel tiempo mismo de las siete iglesias de Asia Menor; y «las cosas que han de ser después de estas», es decir, los eventos que sucederán a lo largo de todo el futuro, conforme a sus principios fundamentales. Ahora, en armonía con el significado central de la visión entera hay dos detalles que necesitan observaciones adicionales. Cristo nos da aquí su propia explicación. Dice a Juan que las siete estrellas que vio en la mano diestra del Hijo del Hombre indican a los ángeles de las siete iglesias. Es necesario considerar a los ángeles en el sentido de pastores o ministros. El Señor los sostiene en su diestra; ejerce sobre ellos una autoridad absoluta; son sus embajadores. Los protege; están seguros cuando le obedecen y son fieles en su servicio. «... y los siete candeleros son las siete iglesias». Las iglesias son candeleros, es decir, portadores de luz. Véase Mateo 5:14: «Vosotros sois la luz del mundo» (cotéjense Éx. 25:31; Zac. 4:2). Es interesante observar que en Mateo 5:15 se usa esta palabra «candelero». Note usted el contexto: «Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, más sobre el candelero [ex, la misma palabra que se encuentra aquí en el Apocalipsis); y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos». (Cotéjense también Mr. 4:21; Lc. 8:16; 11:33; Heb. 9:2). En el tabernáculo había un candelero con siete lámparas; aquí en el Apocalipsis tenemos siete candeleros. La razón: durante la dispensación antigua había una unidad visible, la iglesia-estado judaica. Las iglesias de la nueva dispensación encuentran su unidad espiritual en Cristo, quién está presente y activo entre ellas en y por medio de su Espíritu. Por tanto, no es necesario que teman. «Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy en medio de ellos» (Mateo 18:20).
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