Finalmente, el juicio de los inicuos es llevado a cabo por dos ángeles. Un ángel sale del santuario, es decir, después de haber recibido órdenes del Dios Santo. Este ángel también tiene en su mano una hoz aguda. Sale ahora otro ángel del altar (véanse 6:9, 10; 8:3-5). Éste es el altar en conexión con el cual las oraciones incensadas de todos los santos han ascendido al trono. El juicio de los inicuos es la respuesta final de Dios a estas oraciones. El segundo ángel clama al primero: «Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras» (véase Is. 63:1-6).
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Este capítulo se divide en tres partes. Note las cláusulas, «miré», «vi» en los versículos 1, 6 y 14, las cuales indican el principio de los tres párrafos. 1. La bendición de los redimidos (versículos 1-5). El primero de estos párrafos nos muestra al Cordero sobre el monte de Sión. Éste es aquel Sión «que no se mueve, sino que permanece para siempre» (Sal. 125:1). Es el cielo (Reb. 12:22) porque leemos: «y oí una voz del cielo». Con el Cordero el apóstol ve a ciento cuarenta y cuatro mil que tienen su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes. Éste es el conjunto de los sellados del capítulo 7.
En aquel capítulo estos santos estaban todavía viviendo en la tierra, rodeados de enemigos. Aquí están gozándose de la gloria del cielo después del juicio final. Aunque el dragón ha hecho todo posible con el fin de hacerlos infieles a su Señor, y aunque ha empleado a las dos bestias para que le ayuden, ni siquiera uno solo de los ciento cuarenta y cuatro mil está ausente «cuando allá se pase lista». El apóstol oye un sonido procedente del cielo: los ciento cuarenta y cuatro mil cantan el cántico nuevo. Es como el ruido de muchas aguas y la voz de un gran estruendo continuo, majestuoso y sublime. Piense en las poderosas cataratas del Niágara. Su ruido es como un crescendo que aumenta hasta que se convierte en un bramido atronador cuando las aguas dan contra el fondo. Así es respecto al cántico nuevo. No existirá en él nada que sea trivial e insignificante. Como en cada una de las secciones anteriores, así también aquí volvemos al principio de nuestra dispensación actual para recorrer de nuevo el mismo terreno. En cada visión hacemos un viaje que nos lleva a través del curso entero de esta era, desde la primera hasta la segunda venida de Cristo. Por medio de un simbolismo indudable, el vidente nos trasporta hasta el momento del nacimiento y de la ascensión de Cristo (12:1-5).
No se termina la visión hasta que vemos a «uno sentado semejante al Hijo del Hombre, que tenía en la cabeza una corona de oro, yen la mano una hoz aguda» (14:14-20). Ha llegado de nuevo el día del juicio. Sin embargo, como ya hemos indicado, el capítulo 12 es el principio no solamente de otra sección menor, a saber, la cuarta, sino también de la segunda división principal del libro. Esta división principal abarca los capítulos 12-22, y constituye una unidad. Los caracteres principales que surgen en oposición a Cristo y a su iglesia los vemos introducidos en los capítulos 12-14. Estos son: Dos veces hemos contemplado con admiración cómo fue desarrollándose el panorama de la historia de la iglesia. Vimos los candeleros y en medio de ellos al Hijo del Hombre. Oímos su voz amonestar con ternura, reprobar encarecidamente y prometer con generosidad. Al leer las siete bellísimas epístolas, parecía como si el Señor estuviera acercándose cada vez más a nosotros hasta que le vimos llamar a la puerta misma.
Luego, cuando estábamos anhelando el pleno cumplimiento de su promesa de entrar y cenar con nosotros, cesó la visión, pero su impresión sobre nuestra alma es indeleble. Através de nuestras lágrimas amargas, vemos a nuestro Salvador muy cerca de nosotros, lleno de un tierno amor y de ese poder sustentador. Lo vemos como la luz del mundo. Esa luz está resplandeciendo por medio de nosotros: las iglesias son los candeleros (véanse los capítulos 1-3).
«y vi en la mano derecha del que estaba sentado en el trono un libro escrito por dentro y por fuera, sellado con siete sellos».
A la mano derecha del Padre se encuentra un rollo (véase 6:14), el cual representa el plan eterno de Dios, su decreto que es exhaustivo y completo. Simboliza el propósito de Dios respecto al universo entero a lo largo de toda la historia, y respecto a toda criatura de todos los tiempos y hasta toda la eternidad. ¡Por tanto, está escrito por dentro y por fuera! Este rollo es descrito aquí como sellado con siete sellos. Es probable que estos sellos estuvieran colocados en fila por fuera del rollo. Vistos así sellaban el contenido del rollo. Y El significado es este: El rollo sellado indica el plan no revelado y no cumplido de Dios. Si permanece sellado ese rollo, pues los propósitos de Dios no serán realizados, no se llevará a cabo su plan. Abrir aquel rollo, desatando sus sellos, significa no solamente revelar el plan de Dios, sino llevarlo a cabo. Por tanto, un fuerte ángel proclama en alta voz: «¿Quién es digno de abrir el libro, y de desatar sus sellos?» Siempre que en la historia la iglesia es fiel a su llamado y da testimonio de la verdad, es seguro que la tribulación ocurrirá. Además de esto, la iglesia está en el mundo y, por tanto, sufre juntamente con el mundo. Los hijos de Dios no se escapan de los horrores de la guerra, del hambre y de la pestilencia. La iglesia necesita estas tribulaciones. Necesita de ambos, del antagonismo directo del mundo y de la participación en las angustias comunes que pertenecen a esta vida terrenal producto del pecado. La iglesia también es pecaminosa. Necesita una constante purificación y santificación. Por tanto, estas tribulaciones son empleadas por nuestro Señor como sus instrumentos para nuestro propio avance espiritual.
Vemos solamente el estrado de Dios. ¡No olvidemos su trono! Decimos que a los que a Dios aman todas las cosas les ayudan a bien, pero ¿Io creemos realmente? Con frecuencia hablamos y actuamos como si el control de los eventos y el destino del mundo estuvieran en manos de humanos en lugar de las manos de Dios. Pero los capítulos 4 y 5 nos enseñan que nuestro destino no está en las manos de los hombres sino de Dios y nos da una visión del trono que gobierna el universo. En medio de las pruebas y la tribulación, fijemos la mirada en aquel que es el Rey de reyes y Señor de señores. El Apocalipsis es una obra de arte, arte maravilloso, arte divino. Por medio de bandas sutiles se unen sus distintas partes. No podemos entender los capítulos 2 y 3 a menos que hayamos leído antes el capítulo.
1. y los capítulos 2 y 3, a su vez, forman el escenario, por decirlo así, de las secciones posteriores del libro. Las promesas que se encuentran en estos dos capítulos se repiten y explican más a fondo en los pasajes subsiguientes. ¿Quiere saber el significado de las palabras: «Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios»? Lea, entonces, Apocalipsis 22:2, 14, 19. ¿Busca una definición de «la muerte segunda» en vista de la gloriosa promesa: «El que venciere, no recibirá daño de la muerte segunda»? Apocalipsis 20:14 A. la introducción (versículos 1-3)
El primer capítulo del Apocalipsis consta de siete partes que son fácilmente reconocidas. La introducción incluye los primeros tres versículos. Contiene el título del libro, una declaración de su origen, y la primera bienaventuranza. El título del libro es: «La revelación de Jesucristo». Es una revelación o descubrimiento del plan de Dios respecto a la historia del mundo, especialmente respecto a la historia de la iglesia. Por tanto, es una comunicación directa de Dios y no se deriva de ninguna fuente humana. 1 Se llama La revelación de Jesucristo, porque Jesucristo se la mostró a Juan y por medio de él a la iglesia. Note usted los diversos eslabones en la cadena tanto de origen como de comunicación. Primero, Dios. Leemos: «que Dios le dio». 2 Dios fue quien exaltó altamente al Mediador y le encomendó el gobierno del mundo para el beneficio de la iglesia (1 Co. 15:24-28; Fil. 2:9). También Dios dio al Mediador el plan para la historia del mundo y de la iglesia (Ap. 5:1, 7). Dios le dio este plan para que lo manifestara, en sus principios generales, a sus siervos. Este plan se relaciona con las cosas que deben suceder pronto. Empiezan a suceder inmediatamente. Análisis general
A. las siete secciones paralelas 1. Cristo en medio de los candeleros (1:1-3:22) El tema central de estos capítulos es Cristo en medio de los siete candeleros de oro. Estos candeleros representan a las siete iglesias (1:20). Juan fue comisionado a escribirle una carta a cada iglesia (véase los capítulos 2, 3). Debido a que el número siete aparece muchas veces en el Apocalipsis y es siempre símbolo de entereza o perfección, podemos dar por sentado que tal es el caso aquí y que el número representa a la iglesia entera a través de toda su existencia hasta el fin del mundo. Así interpretada, cada iglesia es, por decirlo así, un tipo, el cual no está representando un período definido en la historia, sino las condiciones que se repiten continuamente en la vida real de las distintas congregaciones.! |
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