Dos veces hemos contemplado con admiración cómo fue desarrollándose el panorama de la historia de la iglesia. Vimos los candeleros y en medio de ellos al Hijo del Hombre. Oímos su voz amonestar con ternura, reprobar encarecidamente y prometer con generosidad. Al leer las siete bellísimas epístolas, parecía como si el Señor estuviera acercándose cada vez más a nosotros hasta que le vimos llamar a la puerta misma. Luego, cuando estábamos anhelando el pleno cumplimiento de su promesa de entrar y cenar con nosotros, cesó la visión, pero su impresión sobre nuestra alma es indeleble. Através de nuestras lágrimas amargas, vemos a nuestro Salvador muy cerca de nosotros, lleno de un tierno amor y de ese poder sustentador. Lo vemos como la luz del mundo. Esa luz está resplandeciendo por medio de nosotros: las iglesias son los candeleros (véanse los capítulos 1-3). De nuevo las edades volvieron atrás en su vuelo... hasta el momento mismo de la ascensión de nuestro Señor. Sorprendidos, vimos una puerta abierta en el cielo. Mirando por esta puerta vimos un trono del cual salían relámpagos, truenos y voces. Por medio de antífonas de gratitud, los seres celestiales que rodeaban el trono estaban testificando de la soberanía de aquel cuyo semblante quedó oculto detrás del lustre brillante del diamante y el rojo ígneo del sardio. De repente, vimos aquel acontecimiento central, es decir, la coronación de Jesús, quien tomó el rollo de la mano derecha del Señor en el trono. Oímos a un anciano que decía: «No llores. He aquí que el león de la tribu de Judá... ha vencido». Por lo tanto, cuando se abrió el primer sello, no nos sorprendió ver a este mismo Jesús que salió venciendo y para vencer. Pero este jinete sentado sobre el caballo blanco es seguido siempre por el que está sentado sobre el caballo bermejo; dondequiera que nuestro Señor Jesucristo empieza a esgrimir su cetro espiritual, Satanás comienza a blandir su espada. Los sellos describen la persecución de la iglesia por el mundo, y no solamente la persecución sino toda clase de pruebas y tribulaciones. Por medio de la visión de las almas que están debajo del altar, recibimos la seguridad de que la matanza de los santos será vengada. Aunque se reserva la retribución final y completa para aquel gran día de Jehová, aun ahora los sellos de la persecución son seguidos muchas veces por las trompetas de juicio. Pero antes de la introducción de estas trompetas, la iglesia militante es sellada con el objeto de protegerla de todo daño. Finalmente, vimos a la iglesia triunfante que ha salido de la gran tribulación y se regocija siempre en la presencia inmediata y gloriosa del Cordero (capítulos 4-7). Ahora, todo está listo para las trompetas de juicio. Estas trompetas de juicio (capítulos 8-11) indican una serie de acontecimientos, es decir, calamidades que ocurren muchas veces durante toda esta dispensación.! No simbolizan eventos individuales y distintos, sino que se refieren a las calamidades que se pueden ver cualquier día del año en cualquier parte del mundo. Por tanto, las trompetas sincronizan con los sellos. Además, es evidente que estas trompetas de juicio son retribuyentes en su carácter. Calamidades terribles suceden a los malos con el fin de castigarlos por su oposición a la causa de Cristo y por su persecución a los santos. Sin embargo, aun por medio de estos juicios, Dios está continuamente llamando a los impíos al arrepentimiento. Estas calamidades no simbolizan el disgusto final y completo de Dios. En cambio indican sus juicios iniciales. Están llenas de serias admoniciones, pero no simbolizan el juicio final. Recuerde que las trompetas advierten, las copas son derramadas. Es por esta razón que las trompetas no afectan toda la tierra, sino una tercera parte de ella, del mar, de las aguas, del sol, de la luna y de las estrellas. La función misma de la trompeta es la de advertir (Ez. 33:3). Observe que estas trompetas de juicio afectan a las diferentes partes del universo: la tierra, el mar, etc. No hay refugio alguno para los malos. Sin embargo, se puede ver un cierto orden. Las primeras cuatro trompetas causan daño a los malos en su ser físico; las últimas tres causan angustia espiritual: ¡el infierno mismo es desatado! Se expresan estos juicios en un lenguaje que nos recuerda las diez plagas de Egipto. Note «el granizo y fuego» (Ap. 8:7); «la oscuridad» (Ap. 8:12; y «las langostas» (Ap. 9:3). Sin embargo, la descripción que encontramos aquí en el Apocalipsis es mucho más terrible: el granizo y el fuego están mezclados con sangre; Y las langostas no causan daño a la hierba de la tierra ni a ningún árbol, sino solamente a las personas! Estos juicios caen sobre el mundo impío y perseguidor, que espiritualmente se llama Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado (11:8). No causan daño a los creyentes.
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