Este capítulo se divide en tres partes. Note las cláusulas, «miré», «vi» en los versículos 1, 6 y 14, las cuales indican el principio de los tres párrafos. 1. La bendición de los redimidos (versículos 1-5). El primero de estos párrafos nos muestra al Cordero sobre el monte de Sión. Éste es aquel Sión «que no se mueve, sino que permanece para siempre» (Sal. 125:1). Es el cielo (Reb. 12:22) porque leemos: «y oí una voz del cielo». Con el Cordero el apóstol ve a ciento cuarenta y cuatro mil que tienen su nombre y el nombre de su Padre escrito en sus frentes. Éste es el conjunto de los sellados del capítulo 7. En aquel capítulo estos santos estaban todavía viviendo en la tierra, rodeados de enemigos. Aquí están gozándose de la gloria del cielo después del juicio final. Aunque el dragón ha hecho todo posible con el fin de hacerlos infieles a su Señor, y aunque ha empleado a las dos bestias para que le ayuden, ni siquiera uno solo de los ciento cuarenta y cuatro mil está ausente «cuando allá se pase lista». El apóstol oye un sonido procedente del cielo: los ciento cuarenta y cuatro mil cantan el cántico nuevo. Es como el ruido de muchas aguas y la voz de un gran estruendo continuo, majestuoso y sublime. Piense en las poderosas cataratas del Niágara. Su ruido es como un crescendo que aumenta hasta que se convierte en un bramido atronador cuando las aguas dan contra el fondo. Así es respecto al cántico nuevo. No existirá en él nada que sea trivial e insignificante. Sin embargo, aunque este cántico será majestuoso, sublime y continuo, será al mismo tiempo el cántico más hermoso, dulce y tierno que jamás se haya oído. Será como tañedores tañendo sus arpas. Lo majestuoso y lo tierno, lo sublime y lo bello están hermosamente combinados en este cántico. Será un cántico nuevo, porque relata una experiencia nueva: los ciento cuarenta y cuatro mil han sido comprados de entre los de la tierra.
Cada uno de los redimidos canta este cántico delante del trono -porque sobre él están sentados Dios y el Cordero- y delante de los querubines y delante de la iglesia entera en gloria. Como este cántico relata la experiencia de los que han sido comprados de entre los de la tierra por medio de la sangre preciosa del Cordero, es natural que solamente aquellos que han tenido esta experiencia podrán aprenderlo. Estos ciento cuarenta y cuatro mil son vírgenes, es decir, no están contaminados. No han sido infieles a Cristo. Siguen al Cordero por dondequiera que vaya (véase 2 Ca. 11:2). «Fueron redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero». Cristo murió por ellos. Uno de los resultados de su muerte por ellos fue la obra purificadora del Espíritu Santo en sus corazones, por lo cual fueron separados de las vidas y conversaciones pecaminosas de las personas (véase 1 Ca. 6:20). Observe especialmente que estos ciento cuarenta y cuatro mil son las primicias para Dios y para el Cordero en el sentido de que fueron redimidos de entre las personas. En otras palabras, hubo una separación; las primicias eran para el Señor y como tal fueron puestas aparte de los hombres en general (véase Stg. 1:18). El mundo de los humanos, que está madurándose para el juicio final, se compara muchas veces a una cosecha (Mt. 9:37; 13:30; Lc. 10:2; Jn. 4:35). En este capítulo (Ap. 14:14-20) tenemos este simbolismo. Aquí también las primicias son para el Señor (vv. 14-16); el resto es para Satanás (vv. 17-20). El simbolismo se basa sobre la ley del Antiguo Testamento respecto a las primicias. Todas las primicias eran ofrecidas al Señor, y después el israelita tenía la libertad de usar el resto (Éx. 23:19; Nm. 18:12). Asimismo, aquí tenemos un contraste entre las primicias por una parte y los hombres en general por otra parte. Por tanto, todos los redimidos, el número completo de los elegidos, están incluidos en estas primicias. Todo lo que no pertenece a estas primicias no es para el Señor, no es elegido. Estos ciento cuarenta y cuatro mil no son primicias apartadas de entre otros creyentes. Ellos no forman un grupo selecto en el cielo, un grupo de santos superiores. Son las primicias redimidas «de entre los hombres». Esto es evidente también por el hecho de que estos ciento cuarenta y cuatro mil «tenían el nombre de él y el de su Padre escrito en sus frentes», de modo que son lo contrario a «los pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos» que reciben la marca de la bestia en su mano derecha o sobre su frente (13:16). Todos los creyentes sin excepción alguna son sellados con el nombre de Dios y del Cordero. Asimismo, todos los réprobos, todos lo que se endurecen en el pecado y la incredulidad, son marcados o señalados. Repetimos, todos los redimidos -no solamente un número selecto de santos superiores cantan en gloria el cántico nuevo. Ninguno de los otros puede aprenderlo. En el capítulo 7, versículos 1-8, se describe a la iglesia militante aquí en la tierra. En los versículos 9-17 del mismo capítulo se describe a la iglesia triunfante en el cielo. Aquí en el capítulo 14, se describe a la misma iglesia triunfante desde la perspectiva de su gloria y santidad celestial. 25 Estos ciento cuarenta y cuatro mil no han aceptado la mentira de Satanás. Por tanto, en Cristo, se encuentran sin tacha (véase Éx. 12:5; Lv. 1:3; 9:2; Mt. 5:48). 2. Advertencias a la humanidad (vv. 6-13). Así como en Apocalipsis 11:12 se describe a los creyentes como «subiendo al cielo en una nube», mientras el versículo siguiente nos lleva atrás hasta las condiciones existentes en la tierra antes del día del juicio, así también aquí en el capítulo 14, después de describir la felicidad de los redimidos, nos volvemos a los eventos que ocurrirán inmediatamente antes de la segunda venida. Los tres ángeles de los versículos 6, 8 y 9 pertenecen juntamente. Tienen un solo propósito, el de advertir a la humanidad respecto al juicio venidero para que los hombres con verdadera fe acudan a Dios. El primer ángel es enviado a los que «moran en la tierra», o literalmente según el texto griego, «los que están sentados en la tierra». Esto es característico de los hombres en general en vísperas del juicio: están sentados en la tierra. Están serenos, indiferentes, impasibles, desatentos y descuidados. Piense en el artista que ha hallado sobre una roca oceánica un sitio a propósito donde retratar la belleza de la aldea y sus alrededores. No se da cuenta que la marea está creciendo en derredor de la base de la roca. Se encuentra tan intensamente ocupado en su pintura que no se da cuenta del embate de las olas contra la roca. No presta atención a las voces de advertencia. Está sentado y continúa sentado ocupado en su pintura, pero poco a poco será sumergido por las olas. Asimismo, inmediatamente antes del juicio final, las gentes en general estarán de tal manera fascinadas con los encantos terrenales que no se darán cuenta de que el juicio está acercándose, ignorado así su peligro... hasta que sea demasiado tarde (véase Lc. 17:26-37). A esta gente indiferente se le aparece un ángel volando en medio del cielo para ser oído de todos, y diciendo, «Temed a Dios y dadle honra; porque la hora de su juicio ha llegado». Ninguno que continúa en la incredulidad escapará, porque Dios es el Todopoderoso, aquel que hizo «el cielo y la tierra y el mar y las fuentes de las aguas». Sin embargo, para el pueblo de Dios son «buenas nuevas eternas» este anuncio del acercamiento del día del juicio porque significa su salvación (Hab. 3:13-18; MaL 4:1-6). Además, todas las promesas de Dios alcanzarán en aquel tiempo una feliz cumplimiento que permanecerá para siempre. Sigue el segundo ángel diciendo: «Ha caído, ha caído Babilonia, la gran ciudad, porque ha hecho beber a todas las naciones del vino del furor de su fornicación». Babilonia representa al mundo como el centro de seducción. Su ruina es tan cierta que se habla aquí de su caída futura como si hubiese ocurrido ya. Por tanto, que los inicuos se conviertan de su adulterio, apostasía y adoración a la bestia. Note que el dragón tiene ayudantes; la bestia que sube del mar y la bestia que sube de la tierra, y Babilonia. Sigue un tercer ángel Anuncia muy solemnemente (véanse los vv. 9 Y 10) que todos los que están ligados a este mundo, perecerán con el mundo. Si usted ha escogido servir a Satanás, tendrá que sufrir las consecuencias. No puede pecar y evitar las consecuencias de su pecado. La ira de Dios vendrá sobre los que adoran a la bestia. Aquí en la tierra esta ira está todavía mezclada con la gracia. El Señor hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos (Mt. 5:45). ¡Luego, en el infierno la ira estará sin mezcla! Allí habrá un tormento con fuego y azufre. Sin embargo, tan enteramente justo será este castigo que los ángeles y el Cordero consentirán en él Y, según el lenguaje muy gráfico del versículo 11, este juicio no termina nunca. El hecho de que este castigo eterno espera a los que persiguen a la iglesia y aborrecen al Señor, debe animar a los creyentes a perseverar bajo la aflicción y las pruebas (v. 12). Y aunque se mate a estos creyentes porque guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús, su felicidad está asegurada. 3. La cosecha del fin (vv. 14-16). «y oí una voz que desde el cielo me decía: Escribe: Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen». Ya se ha descrito la felicidad de los redimidos (véase los capítulos 2, 3, 7 Y 14:1-5). Los que mueren en el Señor de aquí en adelante ven cara a cara a aquel que murió por ellos y que vive siempre para interceder por ellos. Le ven ahora como el Cordero inmolado. Le ven en la gloria de su naturaleza humana que ha llevado consigo al cielo. Le ven como aquel que ha conquistado el pecado, la muerte y a Satanás. Descansan de sus trabajos. Sin embargo, sus obras con ellos siguen. Esto es verdad no solamente en el sentido de que sus obras son el resultado de su carácter, el cual, enteramente santificado, los acompaña al cielo, sino también es verdad en el sentido de que estas obras están para ser premiadas con el galardón de gracia y gloria. y así el juicio final ha llegado de nuevo. Se describe bajo el símbolo de una siega doble. El apóstol ve una nube blanca, el color significa santidad, la nube significa juicio (véase 1:7). Sobre la nube está sentado «uno semejante al Hijo del Hombre», Jesús (véase Dn. 7:13 y véase también nuestra explicación de Ap. 1:13). En su cabeza no tiene la corona de espinas, sino la guirnalda de victoria, el «estefanos» de oro. En su mano derecha tiene una hoz aguda. Está preparado para la siega. Esta siega le pertenece, porque los hombres simbolizados por ella son las primicias. Puesto que el tiempo del juicio final ha llegado ahora, un ángel sale del santuario, el lugar de la santidad de Dios. Comunica al Mediador, Cristo, el mensaje de Dios. Dice este ángel, clamando en alta voz: «Mete tu hoz, y siega; porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura». Mateo 3:12 sirve como comentario suficiente: «y recogerá su trigo en el granero». Por consiguiente, la hoz fue echada sobre la tierra, y la tierra fue segada, los elegidos fueron recogidos para Él.
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