Siempre que en la historia la iglesia es fiel a su llamado y da testimonio de la verdad, es seguro que la tribulación ocurrirá. Además de esto, la iglesia está en el mundo y, por tanto, sufre juntamente con el mundo. Los hijos de Dios no se escapan de los horrores de la guerra, del hambre y de la pestilencia. La iglesia necesita estas tribulaciones. Necesita de ambos, del antagonismo directo del mundo y de la participación en las angustias comunes que pertenecen a esta vida terrenal producto del pecado. La iglesia también es pecaminosa. Necesita una constante purificación y santificación. Por tanto, estas tribulaciones son empleadas por nuestro Señor como sus instrumentos para nuestro propio avance espiritual. Vemos solamente el estrado de Dios. ¡No olvidemos su trono! Decimos que a los que a Dios aman todas las cosas les ayudan a bien, pero ¿Io creemos realmente? Con frecuencia hablamos y actuamos como si el control de los eventos y el destino del mundo estuvieran en manos de humanos en lugar de las manos de Dios. Pero los capítulos 4 y 5 nos enseñan que nuestro destino no está en las manos de los hombres sino de Dios y nos da una visión del trono que gobierna el universo. En medio de las pruebas y la tribulación, fijemos la mirada en aquel que es el Rey de reyes y Señor de señores. La visión del trono (4:1-6) «Después de esto miré, y he aquí una puerta abierta en el cielo» (4:1). Luego de haber oído los mensajes a las iglesias, Juan regresó a su estado mental común. No sabemos la duración de este intervalo. Después vio una visión. Todavía no está «en el Espíritu». Cuando una persona ve una visión, puede estar todavía sensible a sus alrededores. Así, por ejemplo, Esteban estaba enteramente consciente de la presencia de aquellos hombres malvados que lo apedreaban. Es más, les hablaba a la vez que observa la visión de los cielos abiertos y del Hijo del Hombre que estaba a la diestra de Dios (Hch. 7:54-60; véase también Mt. 3:16). Asimismo, el apóstol Juan ve ahora una vísión. Atónito, ve una puerta abierta en el cielo (cotéjese Ez. 1:1). Mientras que él está mirando, la misma voz que le habló antes (1:10) le habla de nuevo. Es la voz de Cristo. El Señor le dice: «sube acá». El espíritu del vidente recibe una invitación de subir al trono celestial. Queremos decir, por supuesto, al trono que aparece en la visión. Es solamente cuando miramos todas las cosas, inclusive nuestras tribulaciones (capítulo 6) desde el aspecto del trono, que logramos un verdadero discernimiento de la historia. «... Yyo te mostraré las cosas que han de ser después de éstas». Por supuesto esto no quiere decir: «Yo te mostraré las cosas que han de acontecer después de esta dispensación». Así como en 1:19, así también aquí, «después» significa «en el futuro». «y al instante yo estaba en el Espíritu». ¿Era esto el resultado de la voz que oyó el apóstol? Producto de la condición de simplemente ver una visión, el alma de Juan entra ahora en el más alto estado extático de «estar en el Espíritu». Seguramente, lo que el apóstol está por ver es también una visión. Si lo que él ve no es una visión, entonces tenemos que imaginar que en el cielo hay un trono material, que alrededor del trono hay veinticuatro tronos literales y físicos, y que el Cordero literal tiene siete cuernos y siete ojos. Esto, por supuesto, es absurdo. ¡Juan ve una visión! Es una continuación de «la puerta abierta en el cielo». Pero ésta es más que una visión, es decir el vidente entra ahora en un estado extático más avanzado, a saber, el de «estar en el Espíritu». Uno puede ver una visión sin estar en el Espíritu, como ya hemos indicado respecto a Esteban. Cuando una persona está «en el Espíritu» y estando en ese estado ve una visión, hay una suspensión del contacto consciente con el ambiente físico. Juan ya no ve con los ojos físicos; ya no oye con los oídos físicos. Su alma es removida de todos los objetos que le rodean y se concentra fijamente en las cosas que le son mostradas en la visión. Es «llevada» a la región del trono (compare 17:3), es decir, a la región del trono tal como aparece en la visión. 2 Pero aunque los diferentes objetos vistos por Juan no existen en aquella forma material y física, sin embargo, expresan una importante verdad espiritual. Enseñan una sola lección principal. No nos confundamos tratando de interpretar los detalles. No tratemos de hallar un «significado más profundo» pues no existe. Repetimos: Los capítulos 4 y 5 enseñan una sola lección principal. Hay una sola imagen y una sola lección. Diagrama de la visión descrita en Apocalipsis 4 y 5: El universo gobernado por el trono Explicación Es un solo cuadro superior . Enseña una lección principal. El rectángulo que está en el centro representa el trono, al cual se asciende por medio de las escaleras. En el centro del trono está sentado el Padre [P] (Ap. 4:2). El círculo señalado con el número 1 representa el diamante blanco resplandeciente (4:3); el círculo 2, la cornalina (4:3). El círculo número 3 representa el arco iris semejante en su aspecto a la esmeralda (4:3). El círculo número 4 representa los cuatro seres vivientes o querubines (4:6). Los veinticuatro tronos con sus ancianos son representados por el círculo número 5 (4:4). El círculo número 6 representa a «muchos ángeles» (S:l1). El círculo número 7 representa todas las demás criaturas en el universo entero (S:13). Note también las siete lámparas y el mar de vidrio delante del trono (4:S, 6). El Cordero [C] está de pie entre el trono y los seres vivientes de una parte y los veinticuatro ancianos de la otra (S:6). Pero el Cordero no quedó allí. Se acercó al trono (S.?) y está sentado en el trono junto al Padre (22:1). iEI trono gobierna sobre todas las cosas! ¡Tomemos a pecho esta lección! Estos capítulos no nos dan meramente una imagen del cielo, sino también describen el universo entero desde el aspecto del cielo. El propósito de esta visión es el de enseñarnos por medio de un hermoso simbolismo que todas las cosas son gobernadas por el que está sentado en el trono. «Todas las cosas» debe incluir nuestras pruebas y tribulaciones. Ésta es la lección. Por esto, la descripción del trono antecede a la predicción simbólica de las pruebas y tribulaciones que la iglesia tiene que experimentar aquí en la tierra, las cuales se describen en el capítulo 6. En conexión con la lectura del Apocalipsis 4 y 5, estudie usted con cuidado el diagrama de esta visión y nuestra explicación. Los capítulos 4 y 5 enseñan una sola lección principal. Si no entendemos bien este punto, jamás veremos a la gloriosa unidad del Apocalipsis. Nos confundiremos tratando de alegorizar. Aquella única lección principal se puede expresar en las palabras del salmista: «Jehová reina; temblarán los pueblos. Él está sentado sobre los querubines, se conmoverá la tierra» (Salmo 99:1). La confianza en esta verdad debe impartir consuelo a los creyentes cuando son probados por fuego. Por lo tanto, esta visión del universo gobernado por el trono precede a la descripción simbólica de las pruebas por las cuales la iglesia tiene que pasar, capítulo 6. ¡Un arreglo muy hermoso! Con la ayuda de nuestro diagrama estudiemos ahora esta visión. «¡He aquí un trono!» El trono es el verdadero centro del universo, ¡no el centro fisiográfico, sino el centro espiritual! Aquí tenemos el verdadero fundamento de la astronomía. El universo de la Biblia no es geocéntrico, ni heliocéntrico, ni sagitariocéntrico, sino coelocéntrico, es decir, teocéntrico. Aquí también tenemos la verdadera filosofía de la historia. Los periódicos y las radiodifusoras nos dan los titulares y las noticias. Las revistas añaden las explicaciones. Pero estas explicaciones, después de todo, se nos dan en términos de causas secundarias. ¡La mente verdadera, la voluntad verdadera que dirige este universo es la mente, la voluntad del Dios Todopoderoso! Sin embargo, al mismo tiempo, él mantiene completamente la responsabilidad y libertad de los instrumentos individuales. No hay nada excluido de su dominio. De aquí que la palabra «trono», se encuentra diecisiete veces en estos dos capítulos. Aquel trono no está en la tierra, sino en el cielo. Está en el lugar santísimo del templo celestial, semejante al arca del testimonio que estaba en el lugar santísimo del tabernáculo o templo terrenal (Éx. 25:22). En esta visión vemos muy definidamente la escena de un tabernáculo o templo. Dios es rey y como rey habita en el templo. La representación de que su trono está en el templo se basa claramente sobre el simbolismo bíblico (Is. 6:1; Jer. 3:17; 14:21; Ez. 1:26; 8:4; 43:7). «... y en el trono, uno sentado». En el trono está sentado -en majestad- Dios el Padre. Lo que el apóstol describe no es a Dios mismo, sino su fulgor, su, esplendor, porque a él no se le puede describir (Éx. 20:4). En la visión se le representa como rodeado del lustre resplandeciente del diamante, claro como cristal (21:11), blanco, consumidor, simbolizando la santidad de Dios, y con el carmesí del sardio, color como de sangre, indicando que este santo carácter de Jehová se expresa por medio de los juicios. No puede tolerar pecado. Por esto, vemos también estas siete lámparas de fuego, y estos relámpagos y truenos, y voces que salen del trono (4:5). Tal es Dios, el Santo. Tal es su trono de Majestad. ¡Temblad delante de él, tierra y todos sus habitantes! Sin embargo, ¡qué consolación tan gloriosa! Alrededor del trono hay un arco iris semejante en aspecto a la esmeralda, es decir, de color verde translúcido. En otras palabras, para los hijos de Dios la tempestad ya ha pasado, porque Cristo se dio a sí mismo en precio del rescate por el pobre pecador. Ahora, el sol, escondido por mucho tiempo, resplandece en medio de las nubes. Aunque la santidad de Dios no puede tolerar el pecado y tiene que expresarse por medio de juicios, sin embargo, el propósito de estas aflicciones es la salvación y santificación del pecador. A los que a Dios aman, todas las cosas -inclusive la mortandad, la pobreza, la guerra, el hambre, y la pestilencia- les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados (Ro. 8:28). «y desde sus lomos para abajo, vi que parecía como fuego, y que tenía resplandor alrededor de él, así como el arco iris que está en las nubes el día que llueve» (Ez. 1:27, 28).
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