William Hendriksen nos habla de los destinatarios bajo este encabezamiento, y se intentará contestar dos preguntas: ¿Cómo se originó la iglesia de Roma? ¿Qué grupo predominaba numéricamente: el de los judíos o el de los gentiles? Durante el ministerio terrenal de Cristo (26–30 d.C.) la gente fue llevada le la oscuridad a la luz (Jn. 3:26; 12:19); sin embargo, no todos los “seguidores” poseían una “fe salvadora” (Mt. 13:1–7, 18–22; Jn. 6:66), aunque algunos sí la tenían (Mt. 13:8, 23; Lc. 12:32; Jn. 17:6–8). Incluidos en el grupo de los que eran creyentes genuinos había no solamente judíos (Mt. 19:28) sino también gentiles (Mt. 8:10, 11; cf. 21:41) y samaritanos (Jn. 4). Además, en el día de Pentecostés y después el número de los discípulos creció a pasos agigantados (Hch. 2:41; 4:4). Comunicación primitiva La actividad del evangelio se reanudó en Samaria. Filistia y probablemente Etiopía oyeron el mensaje (Hch. 8). Lo que estaba sucediendo en todas estas regiones no fue pasado por alto en otras partes, porque si bien los modernos métodos de comunicación—radio, televisión, teléfono, etc.—no existían, la gente viajaba extensamente, manteniéndose así informados unos a otros sobre sucesos de todas las partes del Imperio Romano. Pronto también Damasco y Siria contaban con creyentes entre sus habitantes. Uno de ellos era Ananías (Hch. 9; se puede encontrar una referencia aun anterior a Siria en Mt. 4:24). Se viajaba mucho en aquellos días y, a pesar de los peligros, viajar era algo relativamente seguro debido a la aún prevalente Pax Romana (reinado de paz impuesto por el Imperio Romano). Había barcos. Es claro que no eran tan lujosos como los de hoy en día. En verdad, los mismos ni siquiera tenían la intención primaria de tener un servicio de pasajeros o de turismo. Muchos de ellos eran barcos de carga que llevaban granos a diferentes lugares, especialmente a Roma; es decir, a sus muelles o puertos. La enorme población de Roma—estimada diversamente desde un millón hasta un millón y medio—necesitaba ser alimentada. Además de estos buques de transporte había también muchas naves pequeñas. Véase Josefo, Antigüedades XX.137; Guerra judaica II.247. Sin embargo, las naves y barcos no siempre estaban disponibles. La navegación generalmente se llevaba a cabo entre principios de marzo y mediados de noviembre. Pero cuando estas naves surcaban las aguas, sus dueños y/o capitanes estaban dispuestos, por cierta suma, a tomar pasajeros a bordo. Como lo indica el libro de Hechos, Pablo hizo frecuente uso de este modo de viajar. Estaban también aquellas famosas rutas romanas: la Vía Appia, la Vía Cornelia, la Vía Aurelia, la Vía Valeria, etc. Tenían una construcción fuerte y durable y disponían de marcadores de distancia. Veinte rutas troncales partían del “Hito Dorado” de Roma, dividiéndose cada una de ellas en numerosos ramales, de manera tal que las diversas partes del imperio estaban unidas por una enorme red de arterias. Para ir de una ciudad a otra, la gente frecuentemente hacía uso de ambos modos de viajar: llegaban a su destino por mar y tierra. Así que para llegar a Roma un filipense podría tomar la Vía Ignacia desde Filipos hasta Dirraccio. Acto seguido cruzaba el Adriático por barco hasta Brindisio. De allí la Vía Appia lo llevaba a Roma. Del Nuevo Testamento y de otras fuentes uno recibe la impresión de que había un gran número de viajeros. Así, por ejemplo, Aquila y Priscila (o Prisca) en diferentes intervalos de su vida deben haber viajado desde Ponto a Roma y de allí a Corinto (Hch. 18:2); más tarde a Efeso (Hch. 18:18, 19; 1 Co. 16:19), de allí a Roma (Ro. 16:3), y subsecuentemente de nuevo a Efeso (2 Ti. 4:19). Lucas también viajó extensamente. Y así lo hicieron Timoteo, Tito, ¡y especialmente Pablo! Véase 2 Co. 11:25, 26. ¿Por qué iba la gente a Roma? Por una de las siguientes razones, o por una combinación de dos o más de ellas: para establecerse allí, para efectuar negocios, para ejercer una ocupación, para seguir una profesión, para estudiar, para escapar arresto (era fácil “perderse” en esta gran ciudad), para satisfacer su curiosidad acerca de la metrópolis sobre el Tiber respecto a la cual tanto rumores habían estado circulando, para visitar amigos y parientes, y por la mejor de todas las razones, para llevar el evangelio a los romanos. Debe haber habido otros incentivos que atrajeran a la gente a esta ciudad. También, miles de individuos habían sido en realidad deportados a Roma. Aún otros estaban involucrados en los movimientos de fuerzas militares. ¿Por qué menciono todo esto? Para enfatizar el hecho, con frecuencia pasado por alto, de que hay mucha razón para creer que el evangelio debe haber llegado a Roma en una fecha muy temprana. En su temor de caer en una “especulación descabellada” algunos olvidan que una “imaginación histórica realista” no es sólo justificable sino necesaria. Esto a veces se pasa por alto. Así, por ejemplo, hay los que minimizan la importancia de Pentecostés (Hch. 2) para el establecimiento de la iglesia en Roma. Dado que no pueden encontrar ningún registro de alguna relación entre Pentecostés y las conversiones sucedidas en Roma en época tan temprana, rechazan la idea de que pudiera haber una relación tal. O dirán que los visitantes de Roma que estuvieron presentes en la fiesta en Jerusalén y más tarde regresaron a sus hogares no estaban en posición de fundar una iglesia. Pero el evangelista Lucas ha informado definitivamente que entre aquellos que fueron testigos de los extraordinarios milagros que rodearon al derramamiento del Espíritu Santo había “visitantes de Roma, tanto judíos como prosélitos” (gentiles convertidos al judaísmo). Véase Hch. 2:10. ¿No es razonable pensar que al menos algunos de estos visitantes de Roma estuviesen entre los tres mil conversos (Hch. 2:41) ? Después de regresar a sus hogares, ¿hubieran dejado de decir a sus amigos y parientes en Roma lo que habían visto y oído en Jerusalén? ¿Y debemos acaso creer que desde ese momento en adelante ellos hubiesen pasado por alto la oportunidad de hacer llover sus preguntas sobre quienes recién llegaban o regresaban respecto al movimiento “Jesús es el Cristo” y respecto al derramamiento del Espíritu Santo como prueba de la exaltación de Cristo a su posición a la diestra del Padre? No muchos años después del gran Pentecostés descrito en Hechos 2 pueden haber llegado amigos a Roma desde Antioquía de Siria, esa ciudad de mente misionera. Aun antes de 44 d.C. el evangelio fue proclamado en esa ciudad donde “los discípulos fueron llamados por primera vez cristianos” (Hch. 11:26). La iglesia de Antioquía tenía varios hombres que estaban calificados para divulgar las buenas nuevas (Hch. 13:1). Así que, dado que todos los caminos llevaban a Roma y que los viajes de ida y vuelta eran muy frecuentes, se hace al menos imaginable que algunos de estos antioqueños de mente misionera proclamaran en fecha temprana el evangelio en Roma, añadiendo fuerza a la muy joven iglesia. Pronto miembros de otras iglesias—por ejemplo, de las de Filipos, Corinto, y Efeso, bien pueden haber cooperado, porque entre cada una de ellas y Roma la comunicación era constante. Se habrá hecho claro que en sus comienzos más tempranos la iglesia romana probablemente fue iniciada no por algún apóstol (salvo indirectamente) sino por gente común de entre aquellos judíos y prosélitos que habían sido testigos de los milagros de Pentecostés, y que habían regresado después a sus hogares en Roma. Debe subrayarse el hecho de que estos “laicos” eran judíos o que, en algunos casos, habían sido una vez convertidos a la religión judía. No debe causarnos sorpresa, por lo tanto, si descubrimos que en su comienzo mismo la iglesia de Roma revelaba este carácter judío. ¿Hay alguna atestación que preste apoyo adicional a esta teoría? Un padre latino del siglo IV d.C., conocido como “Ambriosastro”, en la Introducción a su Comentario a Romanos, nos informa que la iglesia de Roma fue fundada no por los apóstoles sino por ciertos cristianos judíos que impusieron una “forma judaica” a la misma. ¿No nos recuerda esta forma judaica lo que está registrado en Hch. 15:1; 21:17–24 con referencia a la iglesia de Jerusalén? En su historia subsiguiente, ¿dejó el establecimiento o crecimiento posterior de la iglesia de Roma algunos rastros en los registros históricos? No hay nada de naturaleza muy clara y sustancial. Pero Suetonio (Vida de Claudio XXV. ii) ha dejado para la posteridad esta afirmación: “Claudio expulsó a los judíos de Roma porque estaban constantemente causando disturbios a instigación de Crestus”. Escribir Crestus para indicar Cristus (Cristo) no era algo inusual. Interpretado de esta manera, este trozo de información podría echar luz sobre Hch. 18:2, que de modo similar informa de un destierro de los judíos de Roma durante el reinado del emperador Claudio (fecha de su reinado 41–54 d.C.). Suetonio, entonces, podría estar diciendo que con la introducción del cristianismo en Roma se desataron disputas entre aquellos judíos que habían aceptado la religión cristiana y los otros de su raza que permanecían hostiles a la nueva fe. Erróneamente (si Crestus=Cristo), aunque comprensiblemente, Suetonio consideró a Cristo como el instigador. Pero aunque esta interpretación—Crestus=Cristus—es posible, no es necesariamente correcta, y no ha sido aceptada por todos los expositores. Aparte de su sermón del día de Pentecostés, ¿contribuyó el apóstol Pedro en algo al establecimiento de la iglesia de Roma? Se deben evitar dos extremos. Por un lado el de la Iglesia Católica Romana, la cual, sobre la base de una primitiva tradición, ascribió a Pedro un obispado de veinticinco años (42–67 d.C.) sobre la iglesia en Roma; por otra parte, la posición de los que niegan o por lo menos echan duda sobre cualquier relación entre Pedro y dicha iglesia. En lo referente al primer extremo, de ser cierto, Pedro habría ocupado la posición de suprema autoridad en la iglesia de Roma durante el período que incluye el mismo año en que Pablo envió su epístola a ese cuerpo de creyentes. Sin embargo, en su lista de saludos dirigida a personas creyentes de Roma, Pablo ni siquiera menciona a Pedro (Véase Ro. 16:3–15). ¿Es de alguna manera posible que Pablo hubiese sido culpable de semejante negligencia y violación de protocolo? Y en lo referente al segundo extremo, frecuentemente se apela a Ro. 15:20, haciéndole implicar por interpretación que antes de que Pablo escribiera Romanos, Cristo no había sido aun nombrado en Roma; o al menos que ningún apóstol había entrado en esa ciudad. Sin embargo, esa interpretación de Ro. 15:20 no es necesariamente correcta. Parecería que cuando Pablo fue librado de su primera prisión romana y viajaba a diversas congregaciones en su muy extenso dominio espiritual (cf. C.N.T. sobre 1 y 2 Timoteo y Tito, pp. 33, 34), Pedro estaba en Roma. El escribió la carta que llegó a ser conocida como “la primera epístola de Pedro”. Estaba dirigida a “los escogidos que son transeúntes en Ponto, Galacia, etc.” Nótese su saludo final: “La iglesia [literalmente “ella”] que está en Babilonia, elegida junto con vosotros, os saluda” (1 P. 5:13). Con toda probabilidad esta “Babilonia” es Roma. ¿No es esta identificación el punto de partida del cual uno debería proceder en la explicación de la misma designación en Apocalípsis 17:5? Sin embargo, estos sucesos—la liberación de Pablo, la carta de Pedro—ocurrieron después de que Pablo escribiera Romanos. Sabemos, por lo tanto, que, al menos hacia el fin de su vida, Pedro trabajó en la iglesia de Roma. ¿Estuvo él quizás allí antes? ¿Es posible que su sermón de Pentecostés, oído y transmitido por los visitantes de Roma, fue lo que calificó indirectamente para el título de “fundador” de la iglesia de Roma? Estas preguntas no pueden ser contestadas con ningún grado de certeza. El libro de Hechos deja muchos vacíos. Deja margen de muchos años, desde el 33 d.C. en adelante, durante los cuales Pedro pudo haber estado fortaleciendo la iglesia de Roma. Clemente de Alejandría escribe que Pedro “había predicado públicamente la palabra en Roma” (Hipotuposeis, citado por Eusebio VI.xiv.6). Y aun algo antes Ireneo había hecho esta afirmación: “Pedro y Pablo fueron hacia el oeste y fundaron la iglesia de Roma” (Contra herejías XII.i.1; cf. Eusebio v.VIII.3). Pero de estas afirmaciones de Clemente y de Ireneo hay diversas interpretaciones y evaluaciones. Probablemente hagamos bien en suspender juicio. Debemos añadir, sin embargo, que según la tradición el Evangelio según Marcos fue compuesto para satisfacer el urgente pedido del pueblo de Roma de tener un resumen por escrito de la predicación de Pedro en dicha ciudad. En lo referente a la parte que Pablo tuviera en el establecimiento de esta iglesia, es claro de Ro. 1:10 cf. 15:28, que en momento de escribir esta carta, el apóstol, aunque era ciudadano romano por nacimiento (Hch. 22:28), todavía no había puesto pie en Roma. También es claro, sin embargo, que él se había reunido con o al menos había alcanzado a conocer (ya sea directa o indirectamente) a varias de las personas pertenecientes a la iglesia de Roma (16:3–15). El estaba ansioso por ver Roma y, aun más, por conocer a sus amigos de allí. De hecho él iba a llegar a la capital del Imperio Romano, pero de una manera que no había sido incluida en su plan sino en el de Dios (Hch. 25:11, caps. 27, 28). En Roma Pablo, el prisionero, iba a ser muy efectivo en proclamar el evangelio (Fil. 1:12–14). Pero en el momento en que la epístola estaba siendo escrita estos futuros acontecimientos todavía no le habían sido revelados. En la iglesia de Roma, ¿qué grupo predominaba numéricamente: los judíos o los gentiles? Por lo general hay tres puntos de vista: 1. La iglesia romana consistía mayormente de judíos. Argumentos que se usan para sostener esta teoría: a. Pablo era judío. En Ro. 3:9, escribe, “¿Somos nosotros mejores que ellos?” Además, nótese el contexto anterior: “el judío” (v. 1) y “los judíos” (v. 2). En consecuencia algunas de las traducciones modernas han llegado a insertar la palabra “judíos” en el texto de Ro. 3:9; de allí “nosotros los judíos”. Respuesta: En su continuación el versículo 9 muestra que el escritor ya no está pensando exclusivamente en los judíos. El ahora procede del hecho de que “todos los hombres”, tanto judíos como griegos, están por naturaleza “bajo pecado”. Que esto es cierto respecto a los griegos o gentiles ya lo ha demostrado en 1:18–32. Que también vale para el caso de los judíos ya lo ha dejado claro en 2:1–3:8. En consecuencia él ahora pone su atención específicamente en sí mismo y en la iglesia a la que está dirigiéndose, como un pastor que está frente a su “congregación”, y pregunta: “Entonces, ¿qué? ¿Somos nosotros—vosotros y yo—mejores?” El quiere decir, ¿“mejores que la humanidad (judíos y griegos) en general?” Su respuesta viene a ser: “De ninguna manera, porque también nosotros pertenecemos a esta entidad (la totalidad de la raza humana) sobre la cual pende el juicio de Dios. No hay justo, ni aun uno” O, de un modo más amplio: “Nosotros”, es decir yo y todos los otros verdaderos creyentes. Véase también sobre 3:9. b. En 7:1 Pablo dice: “Estoy hablando a los que conocen la ley [o simplemente ley]”. El debe estar dirigiéndose de modo especial a judíos, porque solamente ellos habían sido instruidos en el conocimiento en la santa ley de Dios. Respuesta: No cabe duda de que él se está dirigiendo al contingente judío de la iglesia, pero no necesariamente de modo especial a los judíos. Si Pablo está pensando en la ley de Dios, hallada en el Antiguo Testamento y resumida en los Diez Mandamientos, la respuesta podría ser como sigue: Muchos creyentes de entre los gentiles habían entrado a la iglesia por el camino de la sinagoga. Aun como prosélitos de la fe judía el gentil había conocido la ley de Dios. Y como cristiano había llegado a entender esa ley mucho mejor. Conclusión: lo que Pablo dice aquí en Ro. 7:1 no da prueba que la mayoría de los miembros de la iglesia de Roma fuese de raza judía. 7 T. Zahn, Introduction to the New Testament, trad. al inglés, Edimburgo, 1909, Vol. I. p. 422; y antes que él F. C. Bauer, Paul, the Apostle of Jesus Christ, trad. al inglés 1873, Vol. I, pp. 321ss. Otros defensores de esta opinión: W. Manson, N. Krieger, J. A. C. Van Leeuwen y D. Jacobs, etc. También se debe dejar lugar para la posibilidad de que ley aquí en Ro. 7:1 signifique: “ley en general”. Véase sobre dicho pasaje. De ser así, Ro. 7:1 tampoco alcanza entonces a probar que la mayoría de los destinatarios fuesen judíos por su raza. c. Ro. 9–11 tiene que ver especialmente con los judíos. Concierne a Israel. Respuesta: En gran medida esto debe ser reconocido. Pero ello no significa que la mayoría de los destinatarios fuesen judíos. De hecho, es exactamente esta sección la que demuestra que la mayoría de los destinatarios eran conversos del mundo gentil, porque Pablo considera a los judíos en general como gente diferente de aquella a la cual está dirigiendo sus observaciones. El apóstol está pensando en dos grupos: gentiles y judíos. Cuando describe la condición y destino de los judíos, él deliberadamente utiliza los pronombres ellos, de ellos, a ellos. Ejemplos: “De ellos es la adopción” (9:4); “El deseo de mi corazón y mi oración a Dios por ellos es que ellos puedan ser salvos” (10:1). nótese especialmente la distinción que el apóstol hace entre la tercera persona, al referirse a los judíos, y la segunda al referirse a los destinatarios: “Fue por su falta de fe que fueron desgajados, y es por fe que tú permaneces” (11:20). De modo similar en 11:24 Pablo hace una distinción entre “tú” y “estas ramas naturales” (obviamente los judíos). Este uso de la tercera persona para indicar a Israel continúa hasta v. 31 inclusive. d. El método dialéctico de argumentación empleado aquí demuestra que el escritor se está dirigiendo a judíos, porque ese era el método que ellos apreciaban. Sus antiguos maestros, los rabinos, tenían la costumbre de recurrir a esta forma de disertar. Respuesta: Los griegos—Sócrates por ejemplo—estaban familiarizados con este recurso estilístico. Además, Pablo estaba consciente de las objeciones que sus oponentes podrían proponer en contra de su doctrina. Por ello, de un modo muy eficaz, él anticipa sus objeciones, y por medio del método de preguntas y respuestas establece su argumento. Véase 9:14; 9:19; 10:18, 19; 11:1; 11:11; 11:19s. Hay más respecto a este tema bajo la sección V de esta Introducción. 2. La iglesia romana consistía mayormente de gentiles.9 [p 34] Prueba: a. En Ro. 1:5, 6 el apóstol afirma: “… Recibimos gracia y apostolado (para suscitar) gente de entre todos los gentiles a la obediencia que surge de la fe, entre los cuales vosotros también estáis …” b. 1:13 finaliza con las palabras: “Para que yo pueda obtener algún fruto entre vosotros, también como lo he tenido entre los demás gentiles”. c. En 11:13 Pablo dice: “Os estoy hablando a vosotros, gentiles. Puesto que yo soy un apóstol a los gentiles, me enorgullezco de mi ministerio”. d. 15:15 dice: “Os he escrito con cierto atrevimiento sobre algunos puntos, para recordaros los de nuevo … en virtud del encargo que Dios en su gracia me ha concedido de ser un ministro de Cristo Jesús a los gentiles … para que los gentiles puedan llegar a ser una ofrenda aceptable a Dios”. Nótese también con cuanta frecuencia la palabra “gentiles” aparece en 15:9–18. e. El hecho de que en la lista de saludos Pablo identifique a ciertas personas (véanse vv. 7, 11 y 21) como compatriotas suyos confirma también la conclusión de que no eran los judíos sino los gentiles quienes constituían la mayoría de la iglesia en Roma. 3. Estos argumentos parecerían ser incontestables. Sin embargo, se ha hecho un intento de refutarlos. En un comentario que en muchos respectos es espléndido—no dudo en instar a todos los lectores a estudiarlo—C. E. B. Cranfield intenta probar que no es posible establecer si la mayoría de los miembros de la iglesia de Roma eran judíos o eran romanos. La opinión de William H. su refutación de la posición de que los cristianos judíos formaban la mayoría es adecuada, y su opinión de que en el tiempo de Pablo, sin embargo, debe haber habido un considerable número .Entre quienes favorecen este punto de vista están los siguientes: W. Sanday y A. C. Headlam, A Critical and Exegetical Commentary on the Epistle to the Romans (International Critical Commentary), Edimburgo, 1902, p. xxxiis.; M. J. Lagrange, Saint Paul, Épître aux Romains, París, 1950, pp. xxi–xxiv; H. Ridderbos, Aan De Romeinen, Commentaar Op Het Nieuwe Testament), Kampen, 1959, pp. 6–10; y John Murray, The Epistle to the Romans, Grand Rapids, 1959, Vol. I, pp. xxi, xxii. 10 The Epistle To The Romans (International Critical Commentary). Edimburgo, 1975, Vol. I. pp. 18–21. 22 de judíos en la iglesia romans está bien argumentada. Pero cuando él afirma que la expresión “entre quienes vosotros también estáis” podría no significar más que esto, que la iglesia de Roma estaba situada en medio del mundo gentil, y que en 1:13 la expresión “como entre el resto de los gentiles” podría considerarse ligeramente inexacta, me veo obligado a disentir. Mi conclusión, en consecuencia, es que la teoría No. 2, a saber, que la mayoría de los miembros de la iglesia romana eran cristianos de entre los gentiles, es correcta, aunque la proporción exacta de judíos a gentiles es desconocida. Hay algunos hechos que se deben añadir, sin embargo. En primer lugar, visto que en los siglos I y II los edificios eclesiásticos tal como nosotros pensamos en ellos todavía no existían, las familias tendrían cultos en sus propios hogares. Tales cultos tendrían la asistencia de los miembros de dicho hogar: a saber, quizá padre, madre, hijos, y a veces otros parientes cercanos (cf. Lc. 12:53) y sirvientes. Si la casa era lo suficientemente grande como para acomodar a otros, ellos también eran invitados. La iglesia primitiva contaba con muchos miembros hospitalarios, dispuestos y ansiosos de ofrecer sus facilidades para el uso religioso: reuniones, cultos, etc. Así que en Jerusalén “muchos estaban juntos reunidos y orando” en la casa de María, la madre de Juan Marcos (Hch. 12:12). Lidia generosamente invitó a Pablo, Silas, Timoteo, y Lucas a usar su hogar como su centro de operaciones (Hch. 16:15, 40). Dondequiera que Aquila y Prisca fuesen, ellos con gusto recibían siempre que les fuera posible en su hogar a los que adoraban. De allí que, tanto en Efeso (1 Co. 16:19) como en Roma (Ro. 16:3–5) había “una iglesia en su casa”. Laodicea también tenía una iglesia en el hogar (Col. 4:15). Corinto puede haber tenido una iglesia en el hogar en la casa de Gayo. En Laodicea, Ninfa servía de hospedadora a los miembros de la iglesia de la cual ella era miembro. Cuántas de estas “iglesias en el hogar” había en Roma no lo sabemos. La iglesia en el hogar mencionada en Ro. 16:5 puede no haber sido la única: 16:14 (“los hermanos con ellos”) y 16:15 (“todos los santos con ellos”) podrían indicar otras. Y puede haber habido más, especialmente en una ciudad tan grande. En relación con el tema que nos ocupa—si los judíos o los gentiles predominaban en la iglesia de Roma aun cuando sostenemos plenamente que la mayoría de los miembros habían sido añadidos a la iglesia de entre los gentiles (ya fuera directa o indirectamente), ¿no podemos dejar abierta la posibilidad de que, entre las diferentes unidades que componían esta iglesia, pueda haber habido al menos una, una iglesia en el hogar, en la cual no los gentiles sino los judíos predominaran numéricamente? Mucho más importante, sin embargo, es el hecho de que el escritor de Romanos no está interesado principalmente en el tema de si había más judíos o más gentiles entre aquellos a que se dirigía. Su énfasis recae en que tanto judíos como gentiles están por naturaleza “bajo pecado” (Ro. 3:9); en otras palabras, que “todos han pecado y han quedado privados de la gloria de Dios” (3:23); que el camino de la salvación por medio de la fe en Cristo está abierto a todos (3:24); que Abraham es padre de todos los que creen (4:11, 12); y que para todos aquellos que están en Cristo Jesús no hay condenación (8:1s). Nosotros podemos hablar de judíos contra gentiles. Romanos enfatiza la idea de la unidad. Uno de sus pasajes más preciosos es 10:12, 13: “Pues no hay distinción entre judío y griego. Porque el mismo Señor es Señor de todos y ricamente bendice a todos los que le invocan. Porque todo aquel que invoque el nombre del Señor será salvo”.
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