Habiéndose establecido este punto, no es difícil entender el significado del resto del capítulo. La verdadera iglesia está ahora representada bajo el simbolismo de dos testigos. Estos testigos simbolizan a la iglesia militante dando testimonio por medio de sus ministros y misioneros durante toda esta dispensación actual. El hecho de que haya dos testigos acentúa la comisión misionera de la iglesia (véase Lc. 10:1). El Señor envía a sus misioneros de dos en dos. Lo que a uno le falta, el otro lo suple. Ahora, la iglesia como una organización, funcionando por medio de sus ministros y misioneros, se ocupará de este trabajo por mil doscientos sesenta días. Éste es el período que se extiende desde el momento de la ascensión de Cristo hasta casi el día del juicio (véase Ap. 12:5, 6, 14). Es, por supuesto, exactamente igual a cuarenta y dos meses, porque cuarenta y dos por treinta es igual a mil doscientos sesenta, ya «un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo», que son tres años y medio (Ap. 12:14). Es el período de aflicción, la época evangélica actual. Puede surgir la pregunta siguiente: ¿Por qué se expresa ahora aquel período en términos de meses (versículo 2) y después en términos de días (versículo 3)? Aquí nuestra respuesta es una mera suposición: en el versículo 2 tenemos la imagen de una ciudad que está siendo sitiada y finalmente es tomada y hollada. La duración del sitio de una ciudad se expresa muchas veces en términos de meses. Sin embargo, en el versículo 3 los dos testigos son descritos como profetizando; esto es una actividad ejercida día tras día. Dan testimonio cada día durante la dispensación entera. Predican arrepentimiento, por lo tanto, están vestidos de cilicio. A fin de que podamos tener una imagen clara de la iglesia como una poderosa organización misionera durante toda la época evangélica presente, se la describe aquí bajo un simbolismo cuádruple. En primer lugar, así como «los dos olivos y los dos candeleros», Josué y Zorobabel (?) (Véase Zac. 4), representaban a los ministerios por los cuales Dios bendijo a Israel, así también durante toda la época evangélica él bendice a su iglesia por medio de los ministerios, es decir, por medio de la predicación de la Palabra y la administración de los sacramentos. En segundo lugar, así como los misioneros eran enviados de dos en dos (Lc. 10:1), así también durante esta época evangélica la iglesia, como una organización, cumple su misión en el mundo. En tercer lugar, así como el fuego del juicio y condenación salió de la boca de Jeremías, devorando a los enemigos de Dios (Jer. 5:14), así también cuando la iglesia de hoy, por medio de sus servidores, condena a los malos, sobre la base de la palabra de Dios, esta condenación realmente resultará en su destrucción (véase Mt. 18:18). En cuarto lugar, así como Elías recibió poder para cerrar los cielos (1 R. 17:1), para que no lloviese, y así como Moisés recibió autoridad para convertir las aguas en sangre (Éx. 7=20), así también, si su mensaje es rechazado, la poderosa iglesia misionera de esta época evangélica actual tiene autoridad de juzgar y condenar al mundo. Este poder no es imaginario sino es muy real. El Señor no solamente derrama continuamente aflicciones sobre el mundo impío en respuesta a las oraciones de los santos perseguidos (Ap. 8:3-5), sino también promete a su iglesia que, siempre que esté ocupada en el ministerio oficial de la Palabra y permanezca fiel a la palabra, los juicios de ella son los juicios de él (véase Mt. 16:19; 18:18, 19; Jn. 20:21-23). ¡Ciertamente, en un sentido muy real, la iglesia todavía aflige a la tierra con toda clase de plagas! El mundo impío debe tener muchísimo cuidado porque si alguno está enteramente resuelto a causar daño a la iglesia, sale fuego de la boca de los testigos de Dios. Pero aun cuando alguno tenga el deseo de causar daño a los verdaderos ministros y misioneros, será destruido de manera semejante (véase el versículo 5). Pero vendrá el fin de esta época evangélica (véase Mt. 24:14). La iglesia como una poderosa organización misionera acabará de dar su testimonio. La bestia que sube del abismo, es decir, el mundo anticristiano, impulsada por el infierno, hará guerra contra la iglesia y la destruirá. Ésta es la batalla del Armagedón. La bestia no matará a todos los creyentes. Cuando Cristo venga otra vez, habrá en la tierra creyentes, aunque pocos en número (Lc. 18:8). Pero la iglesia misma, como una poderosa organización para la diseminación del evangelio y el ministerio continuo de la palabra, será destruida. Por ejemplo, piense usted en las condiciones de China cuando el gobierno comunista quería acabar con la fe cristiana; sin duda había creyentes sinceros en China pero ¿dónde estaba la predicación poderosa, oficial, libre y pública y la diseminación del evangelio? ¿y no es verdad que esta condición está extendiéndose a otros países? Así es que inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo, el cadáver de la iglesia, cuyo testimonio público y oficial ha sido suprimido por el mundo, yace en la calle principal de la gran ciudad. Ésta es la calle principal de la Jerusalén inmoral y anticristiana. Jerusalén crucificó al Señor. Debido a su inmoralidad y su persecución contra los santos ha llegado a ser, espiritualmente, como Sodoma y Egipto (véase Is. 1:10; 3:9; Jer. 23:14; Ez. 16:46). Ha llegado a ser el símbolo de Babilonia y del mundo inmoral y anticristiano. Por tanto, cuando leemos que el cadáver de la iglesia yace en las anchas avenidas de la gran ciudad, esto quiere decir sencillamente que en medio del mundo la iglesia está muerta; ya no existe como una poderosa e influyente institución misionera. Se ha matado a sus líderes; ha sido suprimida su voz. Esta condición existe por espacio de tres días y medio, es decir, por un tiempo muy breve (véase Mt. 24:22; Ap. 20:7-9). El mundo ni siquiera permite la sepultura de los cadáveres de los testigos. En la calle principal yacen estos cadáveres, expuestos a los insectos, las aves y los perros. El mundo hace fiesta, se regocija. Las gentes se envían regalos unas a otras, y se alegran al ver estos testigos muertos (véase Est. 9:22). ¡Su palabra ya no los atormentará! ¡Mundo necio! Su gozo es prematuro. De repente, el cadáver empieza a moverse; el espíritu de vida enviado de Dios ha entrado en él; los testigos se ponen de pie. En conexión con la segunda venida de Cristo, serán restituidos a la iglesia vida, honor, poder e influencia. Para el mundo la hora de oportunidad habrá pasado para siempre. En el día del juicio, cuando el mundo vea restituidos a la iglesia su honor y gloria, caerá sobre él un terror grande. La iglesia -todavía bajo el simbolismo de los dos testigos- oye ahora una voz: «Subid acá». Entonces la iglesia sube al cielo en una nube de gloria. «y sus enemigos los vieron». iEsto no es un arrebatamiento secreto! y ahora, consideremos de nuevo al mundo impío. El resumen de la historia de la iglesia nos ha llevado hasta el día del juicio y más allá, pero volvamos ahora a los eventos que suceden inmediatamente antes de este día final. Como todos estos eventos se agrupan alrededor de la segunda venida, es evidente que la expresión «en aquella hora» (11:13) no nos prohíbe que hagamos esto. En la visión, el apóstol observa que la tierra está temblando. Tenemos aquí la misma imagen que se encuentra en 6:12. En capítulo 6 también el terremoto precede al juicio final. Inmediatamente la décima parte de la cuidad cae. En otras palabras, empieza la obra de destrucción. Tan terrible es el terremoto que mueren siete mil personas. Probablemente, esto es solamente una representación simbólica de las cosas alarmantes que suceden en la víspera misma del juicio final. No se debe considerar literalmente el número siete mil; este número indica el número completo de los destinados para ser destruidos por el terremoto. No son destruidos de esta manera todos los malos. Aquellos que quedan vivos se atemorizan y «dan gloria al Dios del cielo». Por supuesto, esto no quiere decir que se convierten. iDe ninguna manera! Son sencillamente sobrecogidos de terror. El Rey Nabucodonosor, en su día, muchas veces daba gloria al Dios del cielo (Dn. 2:47; 3:28; 4:1-3; 4:34, 37), pero esto no quiere decir que era un hombre convertido. Ahora, todo está listo para el juicio final, porque a pesar de todas estas trompetas de admonición, el mundo ha permanecido impenitente y además de esto ha rechazado el testimonio de los dos testigos -la iglesia como organización- y los ha matado (versículo 7). Por tanto, la hora de la recompensa final tiene que venir. Por eso, leemos: «El segundo ay pasó; he aquí, el tercer ay viene pronto».
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