Respecto a este tema hay considerable diferencia de opinión. Mucho se ha escrito al respecto, especialmente en los años recientes. Como indicamos anteriormente, Pablo había alcanzado el fin de su obra misionera en la parte oriental del Imperio Romano. El había “plantado” (1 Co. 3:6) el evangelio en los grandes centros (y además como Antioquía de Siria, Filipos, Corinto, Efeso y la palabra del Señor se difundía ampliamente (cf. Hch. 19:20, 26; Ap. 1:4, 11). En realidad, Pablo mismo había proclamado las buenas nuevas de salvación desde Jerusalén hasta lo que hoy en día es Yugoeslavia y Albania (Ro. 15:19). El evangelio hasta había llegado a Roma, aunque Pablo mismo nunca había visitado esta ciudad. El tenía, sin embargo, muchos amigos allí, íntimos conocidos a quienes amaba mucho. Así que ahora él confía en que el anhelo que ha abrigado durante muchos años, a saber, de ir a Roma (Ro. 15:23; cf. 1:10, 11; Hch. 19:21) pudiera al fin ser satisfecho. El se da cuenta, sin embargo, que no puede navegar inmediatamente hacia Roma por la ruta del Golfo de Corinto y del Mar Jónico, ya que ha estado conduciendo una campaña a beneficio de los empobrecidos santos en Jerusalén. Dado que este esfuerzo ha sido exitoso, Pablo, según una promesa previa (1 Co. 16:4) tiene la intención, el Señor mediante, de ir a Jerusalén para que él en persona, acompañado por otros, pudiera presentar las donaciones que han sido reunidas para los pobres (Hch. 24:17). ¡Y entonces él se encaminaría rumbo hacia Roma! Tal era el plan. ¿Pero por qué desea Pablo visitar la iglesia de Roma? ¿Cuál es, exactamente, su propósito?. La respuesta inicial debe ser que Pablo, por ser una persona intensamente cálida y amorosa, desea ir a Roma para ser de bendición a sus amigos (Ro. 1:10, 11), y de ser refrescado por ellos (15:32). Además, es por esta misma razón que, ahora que le es imposible ir a Roma inmediatamente, se comunica con la iglesia de Roma por medio de esta carta. El escribe a los romanos porque los ama. Ellos son sus amigos “en Cristo”, y por medio de esta carta él les imparte su amor, los alaba (1:8), les informa de sus oraciones constantes a favor de ellos (1:9), les pide que oren por él (15:30) y les informa sobre sus planes de viaje (1:10–12; 15:24s). No deja de sorprender que esta razón profundamente personal (deseo de comunión, etc.), razón claramente expuesta por el mismo apóstol, es muchas veces pasada por alto. A veces se pone todo el énfasis en la motivación teológica o en el incentivo misionero: Pablo desea corregir los errores de los antinomianos ( libres de la ley) y/o desea hacer de Roma su punto de partida para la evangelización de España. Es cierto, estos asuntos son importantes, pero debemos comenzar con la razón primeramente afirmada por Pablo mismo en esta misma epístola. Pablo siente tanto más la necesidad de escribir esta carta y por medio de ella pedir a la iglesia de Roma que lo recuerde en oración porque él de ningún modo está seguro de que algún día podrá llegar a Roma. Ro. 1:10 introduce este temor y 15:31 clarifica lo que el apóstol tiene en mente. Hay dos cosas que teme: (a) que los judíos lo puedan matar, (b) que los “santos” de Jerusalén no estén dispuesto a aceptar la generosa donación que les llega de los gentiles. Respecto al primer presentimiento, que el mismo no carecía de fundamento es evidente a partir de un pasaje tal como Hch. 20:3 (a causa del complot de los judíos Pablo tuvo que cambiar sus planes de viaje) y de Hch. 14:19; 17:5, 13; 18:6, 12s; 23:12–21; 2 Co. 11:24, 32, 33. Además, los malos presentimientos de Pablo no eran totalmente subjetivos. El recibía constantemente intimaciones del Espíritu Santo, insinuaciones de inminentes dificultades (Hch. 20:22, 23). Véase también 21:10, 11, 27s. En lo referente al segundo temor, aunque los hermanos dieron a Pablo y a sus compañeros una cálida bienvenida (Hch. 21:17), no queda claro en qué medida esta cálida bienvenida también incluía aprecio por la “ofrenda” a la cual Pablo había dedicado tanto tiempo y esfuerzo. El hecho aquí mencionado, a saber, que en la mente de Pablo la posibilidad era real, la perspectiva terrible, de que él quizá nunca llegase a ver a sus queridos amigos de Roma, explica por qué él tenía que escribir este tipo de carta, una que en sus primeros siete capítulos se caracterizase por un estilo argumentativo. Nótese, por ejemplo, la serie de expresiones tales como: “¿Qué diremos entonces?” Véase 4:1; 6:1; 7:7; 8:31; 9:14, 30. No sólo nos recuerda este tipo de estilo la manera en que Pablo, el misionero, había argumentado durante sus muchos viajes contra sus acérrimos oponentes, los judíos incrédulos, sino que también demuestra que él se da cuenta de que la pequeña iglesia de Roma está rodeada de un enorme ejército de incrédulos similares. Pablo, en consecuencia, en esta carta a los romanos, le está mostrando a la iglesia en Roma cómo debe defenderse contra la constante embestida de estos oponentes; sí, ¡aun como podría llegar a ganar algunos de ellos para Cristo! Si los destinatarios no pueden ya más entrar en contacto con Pablo mismo, ellos al menos podrán leer y releer esta preciosa carta. Esto indica también que la epístola a los romanos no es realmente “un compendio completo de doctrina cristiana”. Si hubiese sido la intención de Pablo redactar un documento tal, él sin duda hubiera incluido mucho más material. Pablo es un hombre muy práctico. El sabe exactamente lo que la iglesia de Roma necesita. Guiado por el Espíritu Santo, él llena esa necesidad. Además, dado que la doctrina que está en juego, a saber, la de la manera en que los pecadores son salvados, es básica, lo que es presentado en 1:16–8:39 es urgentemente necesario no sólo para la iglesia de Roma sino para toda iglesia, todo creyente, todo pecador, a través de las edades. En términos generales la situación de la iglesia de Roma debe haber sido bastante alentadora (1:8; 15:14; 16:19). Pero esto no puede significar que la madurez intelectual de su membresía era completa y/o que su desarrollo moral y espiritual no dejaba nada que desear. Por el contrario, esta iglesia también tenía sus debilidades. Tenía necesidad de instrucción respecto a las promesas de Dios para con Israel. De modo que uno de los propósitos de esta epístola era el de aportar dicha instrucción (caps. 9–11). Hacía falta también más luz sobre el problema de los alimentos puros versus impuros. También esa luz es ricamente aportada (14:13–18). No sólo hacía falta información sino también exhortación o admonición ( exhortación por un mal visto), y esto especialmente en lo que tiene que ver con asuntos tales como la obediencia a la autoridad civil (cap. 13) y las actitudes correctas del “fuerte” para con el “debil” (14:1–12; 15:1–4). Y en relación con la necesidad—de entonces, de ahora, de siempre—de virtudes tales como la unidad, la humildad, y por sobre todo el amor, ¿quién quisiera negar que Ro. 12 es uno de los mejores capítulos no sólo en la Escritura sino en toda literatura? Lo que se ha dicho hasta ahora indica claramente que el deseo ardiente de ser una bendición a la iglesia de Roma estaba firmemente incluido en el propósito de Pablo al escribir esta carta. La opinión según la cual el apóstol simplemente pensaba pasar por Roma para transformarla en una base de operaciones para actividad misionera en España es incorrecta. Ro. 15:24 (“Espero visitaros al pasar”) queda equilibrada por 1:15 (“Anhelo predicar el evangelio también a vosotros en Roma”). Fuera de esto, sigue siendo cierto que uno de los puntos incluidos en la intención de Pablo era el de conseguir la cooperación de la iglesia de Roma en relación con su propuesto viaje a España, como 15:24 claramente demuestra. En suma, para llegar a una respuesta completa a la pregunta, “¿Por qué escribió Pablo Romanos?”, los siguientes dos pasajes paulinos no deben ser pasados por alto: “A todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Co. 9:22). “Si, pues, coméis, o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios” (1 Co. 10:31). De veras, Pablo fue un gran misionero. Su corazón ardía de amor por la gente, y aun más de amor por Dios, aquel que la había rescatado, ¡aun a él, antes un encarnizado perseguidor de los preciosos hijos de Dios! ¡El simplemente no podía creerlo todavía! Parecería como si a través de la galería de los siglos todavía podemos oírle decir “He sido crucificado con Cristo; y ya no soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive en mí, y esa (vida) que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe, (la fe) en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Ga. 2:20). Pero uno no necesita ser un famoso misionero como Pablo para rendir servicio en el reino de Dios, un servicio reconocido por Dios mismo. Había, por ejemplo, la hermana Febe de Cencrea, un puerto de Corinto, situado un poco al este de de este gran centro cosmopolitano. Ella estaba siempre lista para rendir algún servicio al Señor y a su causa. Cuando ella oyó que el gran misionero estaba componiendo una carta dirigida a sus queridos amigos de Roma, ¿mostró ella su disposición para entregarla? ¿O fue Pablo mismo quien tomó la iniciativa de pedirle que hiciera este servicio? Sea como fuere, es claro que ella estaba lista, siempre lista para hacer cualquier cosa que pudiera por amor a su Señor y Salvador. Creo que el propósito y la ocasión de la epístola de Pablo a los romanos ha quedado ahora aclarado. Texto Hay que escribir algunas palabras respecto a la integridad del texto de Romanos. ¿Representa fielmente el texto griego sobre el cual basamos nuestras traducciones lo que Pablo realmente escribió a la iglesia de Roma? Hay quienes lo dudan, y esto por las siguientes razones: 1. No todos los manuscritos contienen las palabras “en Roma” en 1:7 y en 1:15. En 1:7 hay una variante que sustituye “todos los que están en el amor de Dios” por “todos los que están en Roma, amados de Dios”. También en el v. 15 “en Roma” es entonces omitido. 2. La notablemente hermosa doxología: “Ahora al que puede estableceros … sea la gloria por siempre por medio de Jesucristo. Amén”, que en nuestras Biblias se encuentra al fin del cap. 16, se encuentra en algunas fuentes al cierre del cap. 14; en otras, al fin de los cap. 14 y 16; y en un muy antiguo papiro (Chester Beatty) al cierre del cap. 15. 3. En lo que respecta a los saludos (16:3–15), hay quienes sostienen que los mismos apuntan a la iglesia de Efeso más que a la de Roma, como grupo al cual están dirigidos; porque: a. ¿Cómo pudo Pablo haber conocido a tantas personas en Roma? El mismo nunca había estado allí. Pero eso sí, él había pasado un largo tiempo en Efeso. b. Prisca (o Priscila) y Aquila estaban viviendo en Efeso poco antes de esto (Hch. 18:18, 19; 1 Co. 16:19), y a Epéneto se lo llama “el primer fruto” (= primer convertido a Cristo) de Asia. Esto nuevamente nos recuerda a Efeso no a Roma. c. La severa reprensión de 16:17, 18 no parece concordar con las palabras de alabanza que el apóstol dirige a aquellos a quienes tiene en mente en 1:8, 15:14. No van juntos una acre condenación y una cálida alabanza. Por lo tanto el cap. 16 debe haber sido dirigido a otra auditorio que aquel al que Pablo habla en los capítulos precedentes. Aunque debemos reconocer que no se puede resolver cada uno de los problemas, la siguientes respuestas a estas dudas respecto a la integridad del texto merecen consideración: Respecto al 1: La omisión de “en Roma” es una rara excepción. La frase “en Roma” tiene un apoyo decisivo de los manuscritos. Además, el contexto favorece una referencia a un lugar determinado. Nótese especialmente el v. 10: “Sigo pidiendo que quizás ahora, de alguna manera, por voluntad de Dios, al fin se me abra el camino para venir a vosotros”. ¿Será posible que el hereje Marción, que había sido rechazado por la iglesia de Roma, tuviera algo que ver con la omisión de esta frase en 1:7, 15? Respecto al 2: Los mejores manuscritos favorecen 16:25–27 como el lugar correcto para esta doxología. Según el testimonio de Orígenes, fue Marción quien eliminó todo lo que sigue al cap. 14:23 de Romanos. Su actitud negativa hacia el Antiguo Testamento y su “dios” o “demiurgo” es bien conocida. Así que había demasiadas afirmaciones en el cap. 15 que a él no le gustaron. Véase especialmente el v. 4. Con todo, Romanos debía tener una conclusión apropiada. Por ende no es sorprendente que la doxología que aparecía al fin del cap. 16 fuera transferida al cap. 14. Y una vez comenzado el proceso de mover el pasaje de un lugar a otro, ¿dónde terminará? Se debe admitir, sin embargo, que no se sabe la verdadera razón por la cual el manuscrito Chester Beatty ha colocado la doxología al fin del cap. 15. Pero esto no cancela de ninguna manera el hecho de que su lugar al fin del cap. 16 es favorecido por la más fuerte evidencia de los manuscritos. Respecto al 3: a. Debido al constante y pesado tráfico entre Roma y otras ciudades, es razonable suponer que el apóstol hubiese conocido a esta gente en sus viajes. En algunos casos él puede haber recibido amplia información respecto a ellos de sus amigos. Además, la razón mísma de que él no había estado en Roma hace tanto más probable que saludando calurosamente a aquellos que él conocía, él deseara ganarse una entrada a los corazones de toda la iglesia de Roma. b. Como ha sido indicado previamente, Prisca y Aquila eran grandes viajeros. Además, ¿qué tiene de irrazonable suponer que ellos regresaron al lugar donde había vivido anteriormente, a saber, Roma? Junto con tantos otros, ellos regresaron cuando el edicto de expulsión dejó de tener efecto. En lo referente a Epéneto, el hecho de que él fuera “el primer fruto de Asia” seguramente no significa que él debería permanecer en Asia por el resto de su vida. c. Las advertencias de 16:17, 18 se refieren a ciertos individuos muy precisos: falsos maestros quizá, que estaban siempre y en todas partes tratando de destruir el reino de Dios. Que Pablo no está retirando su estimación favorable de la iglesia de Roma es algo que queda bien en claro si se tiene en cuenta el contexto. Véase v. 19. Se ha hecho claro, en consecuencia, que los argumentos contra la integridad del texto de la epístola a los romanos son en verdad muy débiles. Por más detalles respecto al ordenamiento del texto de Ro. 16, en relación con el estudio de Harry Gamble, véase la segunda parte del presente comentario.
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