Aplicabilidad: Siempre y en todo lugar Un Señor para todos La iglesia en Roma estaba formada por judíos y gentiles. ¿Cuál grupo predominaba? . Existía el peligro de que un grupo mirase al otro con desdén: los judíos a los gentiles (2:1s), los gentiles a los judíos (11:18). Pablo, en consecuencia, destaca que “no hay distinción entre griego y judío, porque el mismo Señor es Señor de todos” (10:12). También hoy es necesario que se subraye esta verdad ya que, en un sentido, el hecho de que “ante Dios todos los hombres son iguales”, no es de ningún modo reconocido universalmente. Ni siquiera la iglesia, triste es decirlo, ha tomado siempre en serio las plenas implicaciones de este principio. La gente a la que se dirige esta epístola estaba también expuesta a otro mal, a saber, la herejía de inferir que, visto que la salvación no depende de la obras sino que descansa totalmente en la gracia, por eso el hacer buenas obras es innecesario; en realidad, hasta podría llegar a ser un obstáculo para un desarrollo espiritual pleno. Si la salvación es el producto de la gracia, ¿por qué no, por medio de una vida de pecado, ofrecer a la gracia un amplio campo para operar? ¿Por qué no “continuar en pecado para que abunde la gracia” Pablo refuta muy decisivamente este modo de pensar. El argumenta que para aquellos que “han sido unidos a Cristo” (6:5) tal curso de acción es simplemente imposible, y que aquellos que piensan de otro modo obran bajo una perniciosa ilusión: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús nuestro Señor” (6:23). Hoy también, especialmente en ciertos círculos fundamentalistas, se está propagando una especie de antinomianismo. Se nos dice que el creyente no está bajo la ley de modo alguno. Sola fe En consecuencia, mientras él confíe en Cristo como su Salvador personal, puede hacer más o menos lo que le plazca. Las obras no tienen ningún valor. ¿O acaso no dijo Pablo: “Porque por gracia habéis sido salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros; (es) el don de Dios; no de obras, para que nadie se gloria?” La respuesta es esta: citar a Pablo sin incluir a todo el contexto es injustificable. Pablo continúa: “Porque somos obra de sus manos, creados en Jesucristo para buenas obras, que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. Quien cita Ef. 2:8, 9 debe también citar el v. 10. Quien apela a Tito 3:5a debe también darle el mismo peso a los vv. 5b y 14. La denuncia que Pablo hace aquí en Romanos del antinomianismo es devastadora, asoladora: “Nosotros que hemos muerto al pecado, ¿cómo [p 14] seguiremos viviendo en él?” (6:2). Y en lo referente a que no estamos en ningún sentido bajo la ley, Ro. 13:8, 9 enseña lo opuesto. También lo hacen 1 Co. 9:21; Gá. 5:14. El mundo grecorromano del tiempo de Pablo era sin duda un mundo sin esperanza. Era un ámbito lleno de desesperación. Según el concepto griego (y después también el romano), cuando llega la muerte no hay esperanza para el cuerpo, ni siquiera para el alma. Con renuencia esta parte del cuerpo, ya sea con el último suspiro agónico o a través de las heridas abiertas. Entra en el muy lúgubre ámbito de las sombras. O sino simplemente cesa de existir. Los estóicos en su mayoría pensaban que es el universo racional el que permanece; los individuos no. La Ilíada finaliza con ritos funerarios. Una actitud bastante similar prevalece hoy entre mucha gente. Respecto a cualquier tipo de vida después de esta vida, la incertidumbre reina suprema. Y respecto al futuro de la humanidad aquí sobre la tierra, el pesimismo va ganando cada vez más la ventaja. Se habla muy poco hoy de “asegurar el mundo para la democracia” o de “librar una guerra para terminar con todas las guerras”. Proclamación del evangelio y la justicia de DIos Hasta en ciertos círculos religiosos se desaprueba la acción cristiana concertada para promover la gloria de Dios en todas las esferas de la vida. También en este aspecto el estudio del libro de Romanos tiene su recompensa. Este libro ofrece esperanza. En efecto, el tema de la esperanza—respecto al cual pueden también consultarse los libros de los Salmos, Hechos, Hebreos, y especialmente 1 Pedro—se menciona con más frecuencia en Romanos que en cualquier otro de los libros del Nuevo Testamento. El apóstol hasta llega a decirnos que “fue en esperanza que fuimos salvados” (8:24), una esperanza bien fundamentada (8:26–39). El llama al Ser divino “el Dios de la esperanza” (15:13). Desde el principio hasta el fin este libro proclama las buenas nuevas (3:24; 4:16–25; 7:24, 25, el cap. 8 en su totalidad; 11:33–36; 13:8–14; 16:25–27). Alienta además a la acción cristiana (12:9–12; 13:7; 14:19; 15:30; 16:1, 2). A la raíz de toda pregunta está la cuestión respecto a la culpabilidad del hombre. “¿Cómo puede un hombre ser justo ante Dios?” (Job 9:2; 25:4). Pablo también formula esta pregunta. Lo mismo hizo Lutero, y también lo hacen todos, consciente o inconscientemente. Romanos la contesta. Por lo tanto, es un libro para toda época, inclusive la nuestra. Escritor Con pocas excepciones, los eruditos concuerdan en que ciertamente fue el apóstol Pablo quien escribió Romanos. La evidencia a favor de esta conclusión puede ser considerada, sin exageración, abrumadora. Los argumentos que se han presentado en su contra—por ejemplo: “Lucas, en el [p 15] libro de Hechos, nunca menciona el establecimiento de una iglesia en Roma; de modo que Pablo no podría haber escrito la carta a los romanos”—son tan absurdos que no merecen ningún comentario adicional. Con la intención de llevarla a un efecto culminante, la evidencia a favor de la paternidad literaria paulina será trazada en un orden cronológico inverso (de lo más reciente a lo más antiguo). Pruebas Eusebio, el gran historiador eclesiástico, al escribir a principios del cuarto siglo, se refiere a: “las catorce [¡sic!] cartas de Pablo”, y en el mismo contexto (Historia eclesiástica III.iii. 4, 5) hace mención de que Romanos era una de ellas. Orígenes (floreció entre 210 y 250), Tertuliano (floreció entre 193 y 216), y Clemente de Alejandría (floreció entre 190 y 200) están en pleno acuerdo. El Fragmento de Muratori (cerca 180–200), así llamado por haber sido publicado por el Cardenal Ludovico A. Muratori (1672–1750), que lo había descubierto en la Biblioteca Ambrosiana de Milán, contiene la más antigua lista existente de escritos neotestamentarios. La misma está incompleta, escrita en un latín malo e incluye títulos de libros que eran leídos en la iglesia de Roma en la antigüedad. En relación a Romanos, este Fragmento dice: “Ahora bien, las epístolas de Pablo, qué son, de dónde y por qué razón fueron enviadas, lo clarifican ellas mismas a quien esté dispuesto a entender. En primer lugar, él escribió extensamente a los corintios … luego a los gálatas … y a los romanos respecto al orden de las Escrituras, intimando también que Cristo es el tema central de ellas”. Ireneo (que floreció entre 182 y 188) afirma: “Pablo, al hablar a los romanos, declara: “Mucho más, aquellos que reciben abundancia de gracia y justicia reinarán en la vida por este, Cristo Jesús’ ” (Contra herejías, III, xvi), citando libremente Ro. 5:17. En esta y en varias otras afirmaciones Ireneo claramente adjudica la paternidad literaria de Romanos a Pablo. Retrocediendo aun más llegamos a los días de Marción, que vino a Roma poco antes del año 144. Su canon de escritos sagrados consiste en diez epístolas paulinas, más Lucas, todas editadas para cuadrar con la teología personal del hereje. El reconoce a Romanos como una de las obras principales de Pablo. Los primitivos padres apostólicos no tenían el hábito de mencionar el nombre de los santos hombres de Dios a quienes citaban. Sin embargo, el hecho de que están citando, ya sea literalmente o (con la misma frecuencia) libremente, con frecuencia es muy claro, como lo es también la identidad de aquel a quien citan. Esto es cierto, por ejemplo, de Policarpo, obispo de Esmirna. Este valiente héroe cristiano, “discípulo de Juan”, sufrió martirio en el año 155. En su epístola A los filipenses Vi. ii él demuestra estar bien versado en las epístolas de Pablo, inclusive Romanos. En una frase que refleja a la vez a Ro. 14:10, [p 16] 12 y a 2 Co. 5:10 él escribe: “Entonces, si rogamos al Señor que nos perdone, nosotros mismos debiéramos también perdonar, porque estamos ante los ojos del Señor Dios, y todos debemos comparecer ante el trono de Cristo, y cada cual debe dar cuenta de sí mismo”. La siguiente cita de esta misma carta muestra que la mente y el corazón de este devoto mártir antiguo estaban inmersos en los escritos de Pablo: “Estas cosas, hermanos, os las escribo respecto a la justicia. No lo hago de mi propia iniciativa, sino en primer lugar porque vosotros me invitasteis. Porque yo no soy, ni lo es ningún otro como yo, capaz de igualar a la sabiduría del bendito y glorioso Pablo, quien, cuando vivía entre vosotros, en presencia de sus contemporáneos enseñó precisa y resueltamente la palabra de la verdad, y quien también, cuando estuvo ausente, os escribió cartas. Por medio del estudio de estas cartas vosotros seréis capaces de edificaros en la fe que os ha sido dada …” III. i, ii. Ignacio, obispo de Antioquía, mientras iba camino a Roma y al martirio, a comienzos del segundo siglo después de Cristo, escribió varias cartas, mayormenteartas nuevamente muestran con claridad que él conocía y tenía en muy alta estima las epístolas de Pablo, incluyendo Romanos. Nótese, por ejemplo, los siguientes parecidos: Uno de los grandes admiradores de Pablo fue Clemente, obispo de Roma durante las últimas décadas del primer siglo. En su carta A los corintios él escribe: “Tomad la epístola del bendito Pablo el apóstol … Con verdadera inspiración él os amonestó respecto a sí mismo y a Cefas y a Apolos, porque aun entonces vosotros os entregabais a discordias partisanas”. Cf. 1 Co. 3:1–9. Que él también conocía plenamente otra epístola escrita por el apóstol, a saber, Romanos, queda en claro a partir de XXXV.v, vi. Cf. Ro. 1:29–32. En este caso no solamente usa muchas de las palabras de Pablo, sino que aun coloca algunas de ellas en el mismo orden: “Injusticia, maldad, avaricia (o envidia)”. Y al cierre de este pequeño párrafo compárense las palabras de Clemente: “No sólo aquellos que las hacen son odiosos ante Dios, sino también aquellos que las aprueban”, con las de Pablo: “Ellos no sólo continúan en ellas sino que también aprueban aquellos que las practican”. [p 17] Esto nos trae, finalmente, a los apóstoles y a sus propios escritos. 2 P. 3:15, 16 dice: “Tened en mente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, así como nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le fuera dada, os escribió, como también (el escribe) en todas sus cartas, hablando en ellas de estos asuntos …” No es sorprendente, entonces, que haya un estrecho parecido entre las cartas de Pedro y las de Pablo, como se hace evidente especialmente cuando se pone a Romanos y a 1 Pedro a la par: En conclusión, quien quiera rechace la paternidad literaria paulina de Romanos debe también rechazar la paternidad paulina de 1 y 2 Corintios, de Gálatas, de Efesios, de Colosenses, etc. El escritor que en Ro. 3:20–24; 4:3 proclama la profundamente satisfactoria doctrina de “justificación no por méritos humanos sino por la fe” lo hace también en Gá. 2:16; 3:6, 11; Tit. 3:5–7. El inspirado artista que en Ro. 12:5 describe a la iglesia como el cuerpo de Cristo con sus muchos miembros no ha cambiado su identidad en 1 Co. 10:17; 12:12–14, 27; Ef. 1:22, 23; Col. 2:19. El exhortador que en Ro. 12:6–8 insiste en que estos miembros usasen sus respectivos talentos para beneficio de todo el cuerpo enfatiza el mismo deber en 1 Co. 12:15–26, 12:28, 12:31; Ef. 4:11–16. Y el generoso y entusiasta filántropo de Ro. 15:15–28 es también el recolector de donaciones y benefactor de 2 Co. 8 y 9. El se llama a sí mismo “Pablo, siervo de Jesucristo, apóstol” (Ro. 1:1). Tenemos todas las razones para creerle. Saulo, cuyo nombre romano era Pablo, 1 nació en Tarso, un centro de la cultura griega, una ciudad universitaria situada en Cilicia, cerca del rincón nordeste del mar Mediterráneo. Recibió su primera educación en Jerusalén bajo aquel tan distinguido doctor de la ley, Gamaliel, nieto del famoso Hillel. Los testigos que apedrearon a Esteban colocaron sus ropas a los pies de Pablo (Hch. 7:58). Inmediatamente después de la muerte de Estaban Pablo tomó un papel dominante en la persecución de los cristianos. Vida de Pablo El puso toda su alma en dicha tarea “Respiraba amenazas y matanzas contra los discípulos del [p 18] Señor” (Hch. 9:1). No satisfecho con librar persecución en Jerusalén, hasta pidió del sumo sacerdote cartas para la sinagoga de Damasco para poder traer en cadenas a Jerusalén “a cualquiera que fuera del Camino, ya fuesen hombres o mujeres” (Hch. 9:2). Entonces sucedió algo que causaría un cambio radical no sólo en la vida de Saulo de Tarso sino también en el curso de toda la historia futura. Era la hora del mediodía y el sol brillaba con toda su fuerza. Pablo se acercaba a Damasco con el fin de destruir la comunidad cristiana de esa ciudad. Repentinamente, una luz del cielo, más brillante que el sol, resplandeció a su alrededor. “Y él cayó sobre la tierra, y oyó una voz diciéndole: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres tú, Señor? La voz contestó: “Yo soy Jesús a quien estás persiguiendo, pero levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hch. 9:3–6). Los hombres que acompañaron a Pablo vieron la luz pero no pudieron distinguir a la Persona. Oyeron la voz o sonido, pero no pudieron entender las palabras. Pablo, por otra parte, vio al Señor y oyó sus palabras. Llegando a Damasco, recibió su vista a través del ministerio de Ananías, quien también lo bautizó. El comenzó su obra evangelistica en Damasco: E inmediatamente proclamó en la sinagoga a Jesús, diciendo que éste es el Hijo de Dios. Y todos los que lo oían estaban asombrados y preguntaron: “¿No es éste el hombre que en Jerusalén hacía estragos entre aquellos que invocaban este nombre? ¿Y no ha venido él aquí con el propósito de llevarlos encadenados ante los principales sacerdotes?” Pero Saulo aumentaba cada vez más en fuerza, y confundía a los judíos que moraban en Damasco, demostrando que Jesús era el Cristo (Hch. 9:20–22). Pablo pasó cierto tiempo en Arabia, pero las Escrituras no nos dicen qué hizo allí. Cuando regresó a Damasco, su predicación causó tal oposición que debió huir por su vida, porque los judíos tramaban matarlo. Estos tenían la cooperación de las autoridades civiles. El relato de Pablo es como sigue: En Damasco, el gobernador bajo Aretas el rey guardaba la ciudad de los damascenos para prenderme: y por una ventana se me bajó en un canasto por el muro, y escapé de sus manos (2 Co. 11:32, 33). Después de cumplirse tres años completos de su conversión, Pablo llegó a Jerusalén (Gá. 1:18). Trató de unirse a los discípulos pero todos ellos tenían miedo de él, porque no creían que era realmente un discípulo. Pero Bernabé, un levita de Chipre de gran corazón, que se había convertido anteriormente (Hch. 4:36, 37), quitó el temor de ellos y presentó a Pablo a Pedro y a Santiago, el hermano del Señor. “Visitar a Cefas [Pedro]” había sido el propósito [p 19] de Pablo cuando partió de Damasco (Gá. 1:18). Mientras estaba en Jerusalén, el antiguo perseguidor predicaba intrépidamente a los judíos grecoparlantes (Hch. 9:28, 29). ellos inmediatamente se confabularon para matarlo. En consecuencia, los hermanos decidieron enviar a Pablo a otro lugar. En una visión el Señor mismo confirmó esta decisión. Pablo había pasado solamente quince días con Pedro, como el mismo lo afirma en Gá. 1:18. Esto está en total armonía con el relato que encontramos en Hch. 22:17–21: Y sucedió que cuando hube retornado a Jerusalén y estaba orando en el templo, caí en trance, y vi [al Señor] diciéndome: Apresúrate y sal rápidamente de Jerusalén; porque no aceptarán tu testimonio respecto a mí … Vé, porque te enviaré lejos a los gentiles. Por lo tanto, el apóstol dejó Jerusalén antes que había visto al resto de los apóstoles y antes que las iglesias de Judea pudiesen conocerle de vista. Sin embargo, los creyentes de todas partes habían oído la buena nueva. “El hombre que nos había perseguido una vez está ahora predicando la fe que anteriormente había tratado de destruir”. Ellos glorificaron a Dios (Gá. 1:23). Los amigos de Pablo lo llevaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso. Es probable que el apóstol trabajara en Tarso y en el territorio circundante durante varios años, fundando las iglesias que se mencionan en Hch. 15:41. Cuando Bernabé, que había sido enviado a Antioquía de Siria, vio el progreso del evangelio en esa gran ciudad y la necesidad de un colaborador adicional, fue a Tarso a buscar a Pablo y lo trajo a Antioquía. Juntos trabajaron allí durante un año. La iglesia creció rápidamente y se transformó en el punto de partida de la misión de Pablo al mundo pagano (Hch. 9:30; 11:20–26). Más o menos en este tiempo hubo una gran hambre “por todo el mundo”, tal como la había predicho el profeta Agabo. Lucas no dice que esta hambre sucedió en los días de Claudio (Hch. 11:28). Este fue emperador durante los años 41–54. En Antioquía se hicieron contribuciones para ayudar a los cristianos que estaban en Judea. Por manos de Bernabé y Pablo éstas fueron enviadas a Jerusalén. Este viaje probablemente ocurrió allá por el año 44, poco antes de la muerte de Herodes Agripa I (Hch. 12:1). Los dos hombres, habiendo cumplido su misión, regresaron a Antioquía. Iglesia Antioquía La extensión de la iglesia a partir de Antioquía por medio de tres grandes viajes misioneros comenzó en este tiempo. El Espíritu Santo dirigió a la iglesia a comisionar a Bernabé y a Pablo para la obra a la cual Dios los había llamado. Así fue que “cuando ellos hubieron ayunado y orado y colocado sus manos sobre ellos, los despidieron” (Hch. 13:1–3). No sabemos cuánto tiempo llevó este primer viaje misionero. Lo que podemos decir es que se le debe asignar, en general, al período 44–50. Los detalles de este viaje, seguido del concilio en Jerusalén, se hallan en Hch. 13:1–15:35. Queda en [p 20] claro que en este viaje Pablo y sus compañeros no viajaron muy hacia el oeste. El viaje quedó limitado a la isla de Chipre y a la parte sur de la provincia romana de Galacia. El segundo viaje es descrito en Hch. 15:36–18:22. Su fecha probable es 50/51–53/54. El mismo cubrió mucho más territorio que el primer viaje. Europa En realidad, esta vez los misioneros no se quedaron en Asia sino que alcanzaron a entrar en Europa. Se llevó a cabo una obra evangelística en Macedonia (Grecia del norte) y en Acaya (Grecia del sur). Las ciudades visitadas fueron respectivamente (a) Filipos, Tesalónica, Berea; y (b) Atenas y Corinto. En esta última ciudad Pablo permaneció mucho tiempo (Hch. 18:11, 18), predicando y manteniendose a sí mismo trabajando en su oficio de manufactura de tiendas. Fue también desde esta ciudad que el apóstol envió su epístola a los gálatas y, quizá un poco más tarde, las dos epístolas a los tesalonicenses. En el viaje de regreso de esta gira Pablo se detuvo en Efeso, pero no permaneció allí mucho tiempo. El prometió, sin embargo, regresar (Hch. 18:20, 21). Vía Cesarea él regreso finalmente a Antioquía. En su tercer viaje (53/54–57/58; Hch. 18:23–21:16) Pablo, “después de haber pasado por la región superior”, llegó a Efeso, cumpliendo así su promesa (Hch. 19:1). Permaneció allí mucho tiempo (Hch. 19:8, 10; 20:31) y tuvo mucho éxito. Es probable que todas, o la mayoría, de las “siete iglesias de Asia” (Ap. 1:4) fueran fundadas durante este período. También parecería que antes de escribir 1 Corintios el apóstol hubiese hecho una segunda visita a Corinto (2 Co. 12:14; 13:1), regresando un poco después a Efeso. Un poco más tarde envió una carta a los corintios, aquella que llamamos 1 Corintios. Luego... Al dejar finalmente a Efeso, Pablo fue a Macedonia. Fue aquí (¿quizá en Filipo?) que escribió 2 Corintios. Y así el apóstol llegó por fin a Corinto, su tercera visita a dicha ciudad. Y fue cuando estaba a punto de partir de Corinto que escribió Romanos (Ro. 15:22–25; cf. Hch. 20:3). El triunfo del evangelio durante el período de los tres viajes misioneros de Pablo fue realmente asombroso. Se ha estimado que al cierre del período apostólico el número total de cristianos en el mundo había llegado a medio millón. Fueron muchos los misioneros y testigos laicos que contribuyeron a obtener tal resultado. El elegido de la obra de Dios Sin duda el obrero más efectivo de todos ellos fue “el vaso escogido de Dios”, el apóstol Pablo. El era “una hebreo de los hebreos”, un ciudadano romano por nacimiento, y versado en la “sabiduría” de los griegos. Había ciertos factores externos que favorecieron a Pablo y a su mensaje, tales como: 1. un gobierno mundial 2. paz mundial 3. un lenguaje mundial (el griego) 4. las famosas rutas romanas que unían las diferentes partes del mundo 5. un escepticismo mundial respecto a las deidades paganas 6. la dispersión de los judíos y de su religión monoteísta entre las naciones del mundo 7. la traducción del Antiguo Testamento al griego, en cierto sentido el lenguaje mundial Con todo, también había obstáculos formidables. El viajar de un lado a otro del Imperio Romano para abrirle senda al evangelio era una tarea llena de grandes peligros (2 Co. 11:23–28). Además, los enemigos eran muchos e implacables. En consecuencia, si bien no deseamos quitar nada del significado de las circunstancias favorables antes mencionadas, más que esto era necesario para que el evangelio triunfase. Más fue también divinamente provisto. Dios, en su maravillosa providencia, preparó no sólo las condiciones externas que favorecieran el crecimiento del cristianismo, sino también el hombre que iba a hacer uso de tales condiciones. Pablo había sido “separado desde el vientre de su madre” para proclamar el evangelio a los gentiles (Gá. 1:15–17). ¿Qué tipo de persona, entonces, era Pablo? Era un hombre con un brillante intelecto, una voluntad de hierro, y un corazón compasivo. 1. brillante intelecto Pablo era un pensador de primer orden, un hombre con una mente penetrante, bien versado en el Antiguo Testamento y capaz de captar la relación entre sus preciosos pasajes y la doctrina de la salvación en Cristo. Lejos de ser el creador de un sistema teológico completamente nuevo, como algunos parecen pensar, él descubrió la doctrina de la justificación por la fe en pasajes del Antiguo Testamento tales como Gn. 15:6; Sal. 32:1s; Hab. 2:4. Cf. Ro. 1:17; 3:21s.; 4:3. El también comprendió que lo que hacía posible esta solución maravillosamente misericordiosa al problema de la culpa del hombre era el sacrificio vicario del Mesías, como lo enseña el cap. 53 de Isaías. Que Pablo en realidad estaba bien versado en el contenido de este capítulo queda en claro a partir de Ro. 10:16 (cf. Is. 53:1), y probablemente está también indicado en 1 Co. 15:3 (cf. Is. 53:5–12). ¿Y no podrían las siguientes referencias apuntar en la misma dirección: Ro. 4:25 (cf. Is. 53:4, 5); Ro. 5:19 (cf. Is. 53:11); Ro. 8:34 (cf. Is. 53:12); y 1 Co. 5:7 (cf. Is. 53:7)? Este plan de salvación está en armonía con las palabras de Jesucristo registradas en Mt. 20:28; Mr. 10:45; Jn. 6:51; 10:11, 14, 16, 28; y también con aquellas dichas por el Señor en relación con la institución de la Santa Cena, y registradas tanto por Pablo (1 Co. 11:23–26) como por su cercano amigo y frecuente compañero de viajes, Lucas (respecto a los cuales cf. C.N.T. sobre Lucas 22:19, 20). Varios pasajes de las epístolas de Pablo revelan una consumada habilidad literaria. En relación con esto generalmente se hace referencia a Ro. 8, 1 Co. 13, y 1 Co. 15. ¿Pero acaso no son el lenguaje y el estilo de los siguientes pasajes igualmente soberbios: Ro. 2:17–29; 5:1–11; cap. 12; 1 Co. 4:11–13; 2 Co. 5:1–10; 11:22–33; Gá. 2:19–21; Ef. 2:8–10; 2:14–21; 6:10–20; Fil. 3:7–21; 4:4–9; 1 Ti. 3:16? Hay una combinación de astucia y sabiduría que es evidente en lo que podemos llamar la estrategia misionera de Pablo, que abarca puntos tales como los siguientes: a. Trabajar en los grandes centros urbanos, de modo que el mensaje se pueda extender de allí a los pueblos y villas circundantes. b. Hacer uso de la sinagoga para alcanzar no solamente a los judíos sino también a los prosélitos gentiles. c. Demostrar que los acontecimientos de la nueva dispensación son el cumplimiento de las profecías de la antigua dispensación. d. Adaptar el mensaje del evangelio a la cultura y necesidades de sus oyentes. e. Efectuar obra de seguimiento por medio de nuevas visitas, cartas, y enviados especiales. f. Promover la unidad entre rico y pobre, gentil y judío, pidiendo a las iglesias más prósperas que ayudasen a las más pobres. 2. voluntad de hierro Junto con su mente penetrante estaba la invencible determinación de Pablo de ser canal de bendición para los hombres. Su lema era: “Ay de mí si no predico el evangelio … a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos” (1 Co. 9:22), para la gloria de Dios (1 Co. 10:31). Este indomable propósito y resolución seguramente debe ser considerado como dato para explicar la disposición del apóstol de sufrir persecución por amor a la causa a la cual estaba tan ardientemente dedicado. ¡Cuán tremendo su sacrificio! ¡Cuán ilimitada su disposición para sufrir por amor a Cristo y a su reino! Aquí están las palabras mismas de Pablo, 2 Co. 11:23–28: En trabajos mucho más abundante, En prisiones con más frecuencia, En azotamientos más allá de la medida, En exposición a la muerte con frecuencia. Vida de Pablo De los judíos cinco veces recibí cuarenta azotes menos uno. Tres veces fui golpeado con varas, Una vez fui apedreado, Tres veces sufrí naufragio, Una noche y un día he estado en la profundidad; En viajes frecuentemente, En peligros de ríos, En peligros de ladrones, En peligros de parte de mis compatriotas, En peligros de parte de los gentiles, En peligros en la ciudad, En peligros en el desierto, En peligros en el mar; En peligros entre falsos hermanos, En trabajo y fatiga, En desvelos frecuentemente, En hambre y sed, En ayunos frecuentes, En frio y desnudez. Y además de todo esto Está aquello que pesa sobre mí diariamente, La preocupación por todas las iglesias. Aun si nos limitamos a la historia de Pablo que se registra en el libro de Hechos nos quedamos asombrados de la cantidad de sufrimientos que este héroe de la fe estaba dispuesto a sufrir por lograr su invariable y ardiente propósito. Pero cuando añadimos al detalle de Hechos lo que Pablo mismo nos dice aquí en 2 Co. 11, ¡faltan palabras para expresar nuestra admiración por este gran don de Dios a la iglesia! Cf. J. D. Quin, “Seven times he wore chains”, J.B.L., dic. 1978, pp. 574–575. Lo que es más, debe tenerse en mente que 2 Co. 11 fue escrita antes de la prisión del apóstol en Jerusalén, Cesarea y Roma (Hch. 20:22, 23; 21:11, 27–28:31). ¡Esto también significa, por supuesto, que Pablo ya había experimentado todas las pruebas mencionadas en 2 Co. 11 antes de componer su epístola a los romanos! El tener esto en mente hará que el estudio de Romanos sea aun más interesante y útil. Al hablar de la voluntad de hierro del apóstol, de su actitud de seguir el camino recto a todo costo, no se debe interpretar erróneamente su resolución. No llegaba a la testarudez. Lo bello de la filosofía de Pablo era exactamente esto, que cuando era el principio lo que estaba en juego—por ejemplo, la todo suficiencia de Cristo para la salvación—él era inflexible, pero en asuntos que no tenían que ver con principios él podía ser muy complaciente, flexible, conciliador. En consecuencia, en vez de acusar al apóstol de inconsistencia, deberíamos acreditarle bondad. Cuando el partido judaísta en Jerusalén demandó que Tito fuera circuncidado, Pablo no cedió a su clamor (Gá. 2:3). Sin embargo, circuncidó a Timoteo (Hch. 16:3). Una cosa era circuncidar a una persona de ascendencia mixta, como lo era Timoteo, y efectuarlo para hacer de él un testigo más eficaz entre los judíos; era algo totalmente diferente forzar la circuncisión en Tito (cuyos padres eran ambos gentiles), y, en general, a todos los gentiles, con la implicancia de que a [p 24] menos que recibiesen este sacramento ellos no podrían ser salvos (Hch. 15:1). La flexibilidad de Pablo probablemente también explique que él estuviese dispuesto, al llegar a Jerusalén de su tercer viaje misionero, a ceder a la sugerencia de que acompañase a cuatro hombres que habían tomado un voto temporario de nazareato y que pagase por sus ofrendas (Hch. 21:17–26). La pregunta respecto a si esta concesión de parte suya fue sabia no viene aquí al caso. El hecho que debe ser enfatizado es este: Pablo, aunque tomaba una posición firme en asuntos de principio, siempre estaba dispuesto a ceder en asuntos que no estuviesen ni prohibidos ni mandados. El seguía este curso de acción a propósito y consistentemente, como lo demuestra 1 Co. 9:20, 21. Del poeta estadounidense John Greenleaf Whittier se ha dicho que cedía en asuntos pequeños para poder ganar en los grandes”. 2 Lo mismo podía decirse de Pablo. 3. corazón compasivo El “empuje” del apóstol no habría sido tan vehemente si no hubiese estado activado por este tercer factor. Varias fases de la personalidad intensamente emotiva del apóstol son exhibidas en el libro de Hechos y en las epístolas. ¡He aquí un corazón maravillosamente amoroso, un alma verdaderamente grande! Habiendo perseguido anteriormente a los seguidores de Jesús, después de su conversión la pena, sincera y profunda, caminaba con Pablo (1 Co. 15:9; 1 Ti. 1:15). Que tan cruel perseguidor Cristo se hubiese revelado como un Salvador amoroso era algo que lo desconcertaba. El simplemente no podría acostumbrarse a ello (Ef. 3:8; 1 Ti. 1:16). ¡Esto hacía que su corazón rebosara de una gratitud duradera y humilde! Por esta y por otras razones sus epístolas están llenas de magníficas doxologías (Ro. 9:5; 11:36, 16:25–27; Ef. 1:3s; 3:20s; Fil. 4:20; 1 Ti. 1:17; 6:15; 2 Ti. 4:18), que son las expresiones espontáneas del hombre que escribió: “Porque el amor de Cristo nos constriñe” (2 Co. 5:14). Habiendo sido “asido” por Cristo, el apóstol a su vez estaba ansioso de consumirse por la salvación de otros (1 Co. 9:22; 10:33; 2 Co. 12:15). Pasiçon de Pablo El corazón le dolía intensamente porque tantos de su propio pueblo (israelitas) no eran salvos (Ro. 9:1–3; 10:1). La ansiedad por todas sus iglesias pesaba sobre él diariamente (2 Co. 11:28). Muy fervientes y conmovedoras eran sus oraciones por ellas (Ef. 3:14–19; 1 Ts. 3:9–13). Cuánto las amaba, de modo que podía escribir: “Pero fuimos amables en medio de vosotros como cuando una nodriza acaricia a sus propios hijos. Así, estando tiernamente [p 25] anhelosos de vosotros, con agrado compartimos con vosotros no sólo el evangelio de Dios sino también nuestras propias almas … porque ahora realmente vivimos si vosotros permanecéis firmes en el Señor” (cf. 1 Ts. 2:7, 8; 3:8). ¡Cuan fervorosos eran sus ruegos (2 Co. 5:20; Gá. 4:19, 20; Ef. 4:1) y cuán delicados! Aunque por el propio bien de ellos él era capaz de reprender muy severamente a los descarriados (Gá. 1:6–9; 3:1–4), aun esto era una manifestación del amor de su grande y palpitante corazón. ¿Es sorprendente entonces que cuando la ocasión lo demandaba, de los ojos de ese hombre de espíritu entusiasta y corazón amoroso brotasen fuentes de lágrimas (Hch. 20:19, 31), de modo tal que tanto que en 2 Co. 2:4 como en Fil. 3:18 éstas son mencionadas? ¿Y es acaso sorprendente que, por otra parte, en una ocasión las lágrimas de sus amigos, debido a su inminente partida y a las aflicciones que le esperaban, casi rompieran su corazón (Hch. 21:13)? ¡Ciertamente el llanto de Pablo cuando escribe sobre los enemigos de la cruz de Cristo es tan glorioso como el gozo, gozo, gozo, que canta a lo largo de su epístola a los filipenses!
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