Charles Spurgeon “Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto. Y pondré mi pacto entre mí y ti, y te multiplicaré en gran manera.” Génesis 17:1-2. Comenzamos (en días anteriores) nuestra exposición de la vida de Abram con su llamado, cuando fue sacado de Ur de los Caldeos y apartado para el Señor en Canaán. Luego pasamos a su justificación, cuando creyó a Dios, y le fue contado por justicia; y, ahora, espero que sean indulgentes con nosotros si proseguimos con el mismo tema hacia una nueva etapa, y procuramos describir el más pleno desarrollo de la piedad vital de Abraham, en la abierta y clara revelación de su consagración a Dios.
Un llamado a santificación y justificación En el capítulo que estamos considerando, vemos su santificación para el Señor, su ordenación para el servicio, y su purificación como un vaso apto para uso del Señor. Todos los llamados son justificados, y todos los justificados son santificados por obra del Espíritu Santo, y son vueltos aptos para ser glorificados posteriormente con Cristo Jesús.
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“Vinieron, pues, con Noé al arca, de dos en dos de toda carne en que había espíritu de vida.” Génesis 7:15. . Las parábolas es el túnel del entendimiento
Cristo enseñó siempre por parábolas. De ahí la popularidad y el poder de Su enseñanza. Las masas nunca fueron capaces de recibir instrucción alguna—y tal vez nunca lo sean—de otra manera que por ilustraciones parabólicas. Aquel que quiera ser un ministro exitoso, debe abrir su boca en parábolas; aquel que quiera ganar los corazones de la multitud, debe imitar estrechamente a su Maestro y predicar en parábolas que todos los hombres puedan entender. Yo creo que hay muy pocos seres capaces de idear una parábola. Quienes poseen efectivamente esta rara habilidad, son verdaderamente muy escasos; yo mismo no profeso pertenecer a esa honorable confraternidad. Algunas veces me he empeñado en elaborar una parábola, y aunque me ha parecido fácil, por momentos, crear una figura, no puedo construir una parábola por ningún medio. Me alegra decir que no se me requiere que lo haga, ya que la Palabra de Dios, si es usada correctamente, es capaz de evocar miles de parábolas; tampoco tengo razón para temer que me quede corto en temas para la predicación, si soy capaz de encontrar tantas parábolas en la Palabra de Dios. Realidad sustitutiva Esta noche voy a predicarles una parábola. Se trata de la parábola del arca. Mientras lo hago, han de comprender que el arca fue una cosa real: que realmente fue diseñada para que flotase sobre las aguas y llevase en su seno a Noé y su familia, y “de dos en dos de toda carne.” Esto es un hecho y no un mito; pero yo voy a tomar este hecho real y voy a usarlo como una parábola. Haciendo que el arca represente a la salvación, voy a predicar la parábola del arca a todos aquellos que están al alcance del sonido de mi voz. El arca, que salvó de las corrientes de las aguas, es un hermoso cuadro de Jesucristo como el medio de salvación, por quien multitudes de toda carne son preservadas y salvadas de perecer en las corrientes de la perdición eterna. “Y él le dijo: ¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” Génesis 4:10. “A Jesús el Mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la de Abel.” Hebreos 12:24. El primer derramamiento de sangre humana fue un ensayo muy terrible. Independientemente de que el golpe asesino de Caín haya sido premeditado o no, la vista de un cuerpo humano sangrante debe haber sido una terrible novedad para él. Caín no había sido endurecido por la lectura de los detalles de una guerra, o por escuchar narraciones de crímenes; el asesinato era un nuevo terror para la humanidad, y él, que fue quien encabezó tal violencia, debe haberse llenado de un confundido asombro con el resultado de su golpe, y de temor por sus consecuencias. Me parece verlo de pie junto al cadáver, por un instante paralizado por el terror, sobrecogido por el espectáculo de la sangre. ¿Acaso los cielos lanzarían fuegos malignos sobre él? ¿Acaso la tierra ensangrentada produciría veloces vengadores desde su suelo asombrado? ¡Cuántas preguntas deben haber surgido en la mente del asesino! Pero, he aquí, la tibia sangre de vida fluye en un arroyo carmesí sobre la tierra, y un consuelo espantoso se abre paso en la mente del perverso culpable, cuando observa que la tierra absorbe la sangre. No se queda acumulada en un charco, sino que la tierra abre su boca para recibir y ocultar la sangre de su hermano. Tristes recuerdos salpican la hierba y tiñen de rojo el suelo, pero aun así el terrible charco se está secando, y el asesino siente un gozo momentáneo.
Un encubrimiento en fracaso Tal vez Caín se alejó de allí imaginando que ese terrible asunto había terminado por completo. Había realizado el acto y ya no podía revertirlo; había asestado el golpe, deshaciéndose de la presencia de alguien que era detestable para él; la tierra se había tragado la sangre y el asunto había llegado a su fin por lo que no había necesidad de pensar más en ello. En aquellos días no existía ninguna maquinaria policíaca, ni ley, ni jueces, ni horca, por lo que Caín sentía muy poco o ningún miedo. Era un hombre fuerte y robusto y no tenía a nadie que lo castigara, nadie que lo acusara o lo reprendiera, excepto su padre y su madre, y ellos, probablemente, estaban demasiado abrumados por el dolor y demasiado preocupados por su propia ofensa, como para mostrar resentimiento hacia su primogénito. Por tanto Caín se imaginaba que su acto quedaba en un silencio sin palabras y que ahora el olvido cubriría su crimen, de tal forma que él podría continuar su camino como si no hubiera hecho nada. Sin embargo, no era así, pues aunque la sangre estuviera callada en la endurecida conciencia de Caín, alzaba su voz en otra parte. Una voz misteriosa se elevó más allá de los cielos; llegó a los oídos del Invisible, y conmovió el corazón de la Eterna Justicia, de tal forma que atravesando el velo que oculta al hombre del Infinito, Dios se reveló a Sí mismo y habló a Caín; “¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra.” Entonces Caín comprendió que la sangre no podía ser derramada vanamente, que el asesinato sería vengado, pues había una lengua en cada gota de esa esencia vital que fluía de la humanidad asesinada, que prevalecía ante Dios, de tal forma que Él interpondría y mantendría una solemne averiguación al respecto. “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Génesis 4:9. El Corazón blasfemo
A qué vergonzoso extremo de insolencia había llegado Caín cuando pudo insultar al Señor Dios de esta manera. Si no estuviera registrado en la página de la inspiración, habríamos podido dudar de que un hombre hablara tan desvergonzadamente a pesar de estar plenamente consciente de que el propio Dios era su interlocutor. Los hombres blasfeman espantosamente, pero esto se debe usualmente a que olvidan a Dios e ignoran Su presencia; pero Caín estaba consciente de que Dios estaba hablándole. Le oyó preguntar: “¿Dónde está Abel tu hermano?,” y, no obstante, se atrevió a replicarle a Dios con la más descarada impertinencia: “No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” Era tanto como decir: “¿Piensas que tengo que guardarlo como él guarda de sus ovejas? ¿Acaso soy también un pastor como lo fue él, y habría de guardarlo como Abel guardaba de una oveja lisiada?” Conciencia blasfema en contra del Creador La descarada insolencia de Caín es un indicativo del estado de su corazón que lo condujo al asesinato de su hermano; y era también una parte del resultado de haber cometido ese crimen atroz. Caín no habría procedido con ese cruel acto de derramamiento de sangre si no hubiera desechado primero el temor de Dios ni hubiera estado dispuesto a desafiar a su Hacedor. Habiendo cometido el asesinato, la influencia endurecedora del pecado en la mente de Caín debe de haber sido muy intensa, y así, finalmente, fue capaz de expresar delante de Dios lo que sentía dentro de su corazón, y de decir: “¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.” Génesis 3:15. EL PRIMER SERMÓN POR DIOS MISMO
Promesa ante un caída Este es el primer sermón evangélico que fuera predicado jamás sobre la superficie de esta tierra. Fue, en verdad, un discurso memorable, siendo el propio Jehová el predicador y teniendo a la raza humana entera y al príncipe de las tinieblas como audiencia. Es algo digno de nuestra más profunda atención. ¿Acaso no es sumamente notable que esta grandiosa promesa evangélica haya sido comunicada casi a continuación de la transgresión? Aún no había sido pronunciada ninguna sentencia sobre ninguno de los dos seres humanos ofensores, y, sin embargo, una promesa fue ofrecida bajo la forma de una sentencia pronunciada en contra de la serpiente. No había sido condenada aún la mujer a dolores en sus preñeces, ni el varón a un trabajo extenuante, y ni siquiera la tierra había sido sujetada a la maldición de espinos y cardos. Ciertamente “la misericordia triunfa sobre el juicio.” Antes que el Señor dijera: “Polvo eres, y al polvo volverás,” le plugo decir que la simiente de la mujer iba a herir la cabeza de la serpiente. Regocijémonos, entonces, por la pronta misericordia de Dios que vino con palabras consoladoras para nosotros en las primeras vigilias de la noche del pecado. “Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.” Génesis 1:2. De la antigua creación a la nueva en avance...
No podemos decir cómo revoloteaba el Espíritu de Dios sobre esa vasta masa acuosa. Es un misterio, pero es también un hecho, y es revelado aquí como algo sucedido en el propio comienzo de la creación, incluso antes de que Dios dijera: “Sea la luz.” El primer acto divino en acondicionar este planeta para la habitación del hombre, fue que el Espíritu de Dios se moviera sobre la faz de las aguas. Hasta ese momento todo estaba informe, vacío, desordenado y en confusión. En una palabra: era el caos; y para convertirlo en esa cosa bella que es el mundo al presente— aunque es un mundo caído—era necesario que el movimiento del Espíritu de Dios se diera sobre él. |
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