Los sellos del capítulo seis son simbólicos de tales momentos de tribulación y persecución. Una vez que el Cordero toma el rollo, inmediatamente empieza a abrir los sellos, y cada sello al ser abierto revela su simbolismo. Los primeros cuatro sellos dan ocasión al simbolismo de los caballos y sus jinetes lo mismo que en Zacarías 1:8- 11; 6:1-8.
En las Escrituras se menciona generalmente el caballo en conexión con los conceptos de fuerza, terror, guerra y conquista (véase Is. 30:16; 31:1; Job 39:22-28). En el Apocalipsis tenemos la misma asociación de ideas (9:7; 14:20; 19:11). Cada uno de los cuatro querubines a su turno presenta a un jinete. Con una voz como de trueno el primero dice, «¡Yen!». En cada caso se dirige este llamamiento al jinete. 1. El caballo blanco. «Y miré, y he aquí un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió venciendo, y para vencer». Estamos de acuerdo con la opinión de muchos intérpretes eminentes en que el jinete montando el caballo blanco simboliza a Cristo. Hemos llegado a esta conclusión después de un estudio minucioso, y basamos nuestra opinión sobre las siguientes consideraciones. Primeramente, esta opinión armoniza con el contexto. Tenga presente que en los primeros tres capítulos vimos a la iglesia, la morada de Cristo, resplandecer en medio del mundo. Recordará, sin duda, la descripción muy vívida del Hijo del Hombre manifestándose en medio de los candeleros (1:13-20).
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Tan pronto como el Cordero toma el libro, aceptando así el oficio de Rey del universo, hay, por medio de tres doxologías, una gran exclamación de triunfo y gozo exuberante. Los que están más cerca del trono principian, o sea los querubines y los veinticuatro ancianos. Se postran delante del Cordero rindiéndole adoración divina. Cada uno de los ancianos tiene un arpa, un instrumento de música alegre (18:22), y copas de oro llenas de incienso, simbolizando la oración y la acción de gracias en su sentido total.
Cantan un nuevo cántico. Es nuevo porque jamás se había realizado una salvación tan grande y gloriosa, y nunca antes había recibido el Cordero este gran honor. Las palabras del cántico son las siguientes: «Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra». Es el cántico de redención. Aquí se dice muy definidamente que el gobierno o dominio actual del Mediador sobre el universo es la recompensa de sus sufrimientos y muerte. Tanto el aspecto individual como el aspecto universal de la expiación están hermosamente unidos. El Cordero no compró la salvación de cada individuo. No, pagó el precio a favor de sus elegidos, es decir, a favor de personas «de todo linaje y lengua y pueblo y nación». Esta ciudad estaba situada cerca de aguas termales. Emitir de la boca agua tibia era un símbolo que los habitantes de esta ciudad podían entender fácilmente. Aquí se levantó una escuela famosa de medicina. Entre otras cosas producía un remedio para los de vista débil. En esta ciudad se tejían varias vestiduras de la negra y suave lana de las ovejas del valle. Pero Laodicea era especialmente famosa a causa de sus riquezas. Situada en la confluencia de tres grandes caminos -véase un mapa- crecía rápidamente y llegó a ser un gran centro comercial y financiero. Era el hogar de los millonarios. Había, por supuesto, teatros, un estadio y un gimnasio equipado con baños.
Era una ciudad de banqueros y de operaciones financieras. Tan rica era esta ciudad que sus habitantes rechazaron el auxilio del gobierno cuando el lugar fue destruido parcialmente por un terremoto. Los habitantes de Laodicea eran ricos y lo sabían. Eran intolerables. Aun las gentes de la iglesia manifestaban esta misma actitud orgullosa, obstinada y vanidosa. Quizá imaginaban que sus riquezas eran una señal del favor especial de Dios. Pero sea como fuere, empezaron a pensar que eran «los únicos». Se habían empapado en el espíritu que caracterizaba a la ciudad entera. Se jactaban de sus riquezas espirituales. Esta ciudad estaba situada en un valle, en una carretera importante. Recibió su nombre de parte de Attalus I1, 159-138 a.C., cuya lealtad a su hermano Eumenes le ganó el epíteto de «amador fraternal». Fue fundada con el propósito de hacerla un centro para el desarrollo del idioma y las costumbres griegas en Lidia y en Frigia. Por tanto, desde el principio fue una ciudad misionera y de grande éxito en su propósito.
A esta iglesia Cristo se dirige, designándose a sí mismo como el Santo y el Verdadero. Por tanto, las pretensiones de los falsos judíos es decir de los judíos incrédulos no le agradan. Sólo Cristo tiene «la llave de David», esto es, el poder y la autoridad más altos en el reino de Dios (cotéjense Is. 22:22; Mt. 16:19; 28:18; Ap. 5:5). Cristo sabe que aunque esta iglesia tiene solamente un poco de poder, siendo numéricamente pequeña y con pocas riquezas, se ha mantenido leal al evangelio y no ha negado el nombre de su Señor. «He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar». La puerta abierta significa, primero, una maravillosa oportunidad de predicar el evangelio, y segundo, la operación de la gracia de Dios, creando oídos dispuestos a escuchar y corazones ansiosos de recibir (cotéjense 2 Ca. 2:12; Col. 4:3; Hch. 14:27). La iglesia de Filadelfia, aunque insignificante a los ojos humanos, era grande a los ojos de Dios. A pesar de los mofadores y acusadores judíos, había «guardado la palabra de la paciencia de Cristo», que probablemente significa el evangelio de la cruz, en el cual se exponen los padecimientos que Cristo sobrellevó con tanta paciencia. (3:1-6) Sardis, la ciudad impugnable, se situaba sobre una colina casi inaccesible, vigilante del valle Hermus, y fue en tiempos antiguos la orgullosa capital de Lidia. Sus habitantes eran orgullosos, arrogantes, demasiado confiados. Tenían confianza iay, demasiada confianza! de que nadie podía subir esta colina con sus laderas tan perpendiculares. Había un solo punto de acceso, a saber, una angosta península hacia el sur, la cual se podía fortificar fácilmente.
Pero vino el enemigo en 549 a.C. y de nuevo en 218 a.C. y tomó a Sardis. Un solo punto inseguro, inadvertido y desguarnecido, una hendidura oblicua en la muralla de roca, la única manera de realizar un ataque de noche por diestros escaladores, presentó al enemigo la oportunidad de dar un golpe triturador a la arrogancia de los demasiado confiados habitantes de esta capital orgullosa. La colina sobre la cual Sardis estaba situada era demasiado pequeña para acomodar una ciudad creciente. Por tanto, la antigua Sardis, la acrópolis, empezaba a ser abandonada y una nueva ciudad se levantó en la vecindad. Este lugar estaba situado en un valle que a su vez conectaba otros dos valles. Al no tener la ciudad fortificaciones naturales y al estar expuesta a ataques e invasiones, había por lo general allí una guarnición no sólo con el fin de defender el pueblo, sino también para impedir la llegada del enemigo hasta Pérgamo, la capital. Puesto que era un centro de comunicación por el cual pasaba mucha gente, Tiatira llegó a ser una ciudad comercial. Aquí se podían hallar algunos gremios obreros, tales como los cardadores, las lencerías, los sastres, los tintoreros, los vendedores de cueros, los curtidores, los alfareros, etc.
Estos gremios obreros estaban asociados con la adoración de las deidades tutelares. Cada uno de estos gremios tenía su deidad tutelar. Por tanto, la situación era más o menos así: si quieres progresar en este mundo, tienes que hacerte miembro de un gremio obrero y esto implica adorar a su deidad tutelar. Se espera que asistas a las fiestas del gremio y comas los alimentos que sirvan; de estos, una porción se ofrecerá a la deidad tutelar, y luego tendrás que recibir en tu mesa los alimentos como un regalo de este dios. Luego, cuando se termine la fiesta, y empiece la verdadera diversión -groseramente inmoral- no tendrás que marcharte, a menos que desees hacerte objeto del ridículo y la persecución. |
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