El primer ángel toca su trompeta, lo que resulta en tempestad de granizo y fuego. Se ven el granizo y el fuego como mezclados con sangre, lo que acentúa su carácter destructivo. Por lo tanto, leemos que la tercera parte de la tierra, la tercera parte de los árboles y toda la hierba verde fueron quemadas.
Probablemente esta primera trompeta indica que a lo largo de todo el período que se extiende desde la primera hasta la segunda venida, nuestro Señor, que está reinando ahora en el cielo, afligirá a los perseguidores de la iglesia con varios desastres que sucederán en el mundo, es decir, contra la tierra. Las palabras, «que fueron lanzados sobre la tierra» indican claramente que estas calamidades, sea cual fuere su naturaleza, son controladas en el cielo, yen cierto sentido orgánico son enviadas por nuestro Señor.
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«Cuando abrió el séptimo sello, se hizo silencio en el cielo como por media hora». ¿Por qué este silencio? ¿Fue hecho para que se pudiesen oír en el cielo las oraciones de los hijos de Dios perseguidos en la tierra?
2 Es nuestra opinión que aquí, como siempre, tenemos que buscar la interpretación en el simbolismo del Antiguo Testamento. Ahora, en los libros de los profetas, la salida del Todopoderoso con el fin de juzgar es presentada muchas veces con una referencia al silencio. Por ejemplo, en Habacuc 2:20 leemos, «Mas Jehová está en su santo templo: calle delante de él toda la tierra» (véase también Sof. 1:7 y Zac. 2:13). Aquí en Apocalipsis, de una manera semejante, se introduce el silencio con el fin de prepararnos para el carácter terrible de los juicios que se describirán en seguida. Este silencio hace mucho más solemne las manifestaciones de la ira de Dios. Tan espantosa y terrible es esta retribución inicial que está por infligirse sobre los impíos, que los habitantes del cielo por mucho tiempo -media hora- se quedan asombrados, mudos, sorprendidos, atónitos. Además, Dios no aflige «de su corazón», y esto también es otra razón por la que hay silencio en el cielo (Lc. 19:41; Lm. 3:33; Ez. 33:11). Estas trompetas de juicio son descritas en los capítulos 8 y 9. Pero aun en el principio del capítulo 7 parece que todo está listo para la ejecución de estos juicios. Entonces, ¿por qué no caen sobre los incrédulos?
Todo está preparado: los vientos de calamidad están por empezar su misión destructiva; los cuatro ángeles -cuatro porque ellos controlan los instrumentos de destrucción por toda la tierra, y en todas las direcciones, norte, sur, oriente y occidente -todos están listos para llevar a cabo su labor de hacer daño a la tierra y al mar (Ap. 7:2). Luego, repentinamente, Juan ve otro ángel subiendo del oriente. Tiene el sello del Dios viviente. Clama a los cuatro ángeles que están controlando o deteniendo los cuatro vientos del juicio, y con gran voz les dice: «No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que hayamos sellado en sus frentes a los siervos de nuestro Dios». Querido lector, si el sello de Dios está en su frente, no hay necesidad de temer las trompetas del juicio. Estos juicios son los castigos que recibirá el mundo impío y perseguidor. No le harán ningún daño. Jehová ha cargado en Cristo el pecado de todos los creyentes (Is. 53:6). Descanse en la seguridad de que «a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme al propósito son llamados» (Ro. 8:28). El sexto sello, por consiguiente, introduce el día del juicio.
Describe la única gran catástrofe al fin de esta época. El miedo y el terror, el espanto y la consternación de aquel día se describen bajo el doble simbolismo de un universo despedazándose estrepitosamente y una raza humana completamente aterrorizada. El terror de aquel gran día se refiere, por supuesto, solamente a los malos. Pero, puesto que en la segunda venida de Cristo habrá en la tierra solamente unos cuantos creyentes (Lc. 18:8), podemos decir que el mundo en general estará sobrecogido de alarma. En esta conexión es interesante observar que este derramamiento final de la ira divina sobre la humanidad se describe bajo el sexto sello -seis, o más bien, seiscientos sesenta y seis, que es el número del hombre (Ap. 13:18)- y está representado aquí como afectando seis objetos de la creación y como distribuido entre seis clases de hombres. «Cuando abrió el quinto sello, vi bajo el altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y por el testimonio que tenían. Y clamaban a gran voz, diciendo: ¿Hasta cuándo, Señor, santo y verdadero, no juzgas y vengas nuestra sangre en los que moran en la tierra?»
No olvide que lo que Juan ve no es el cielo ni el universo mismo, sino una visión simbólica. En esta visión el apóstol ve el altar, que aquí aparece como el altar del holocausto, al pie del cual tenía que ser derramada la sangre de los animales degollados (Lv. 4:7). Debajo de este altar Juan ve la sangre de los santos que han sido muertos. Vio sus almas, porque «la vida de la carne en la sangre está» (Lv. 17:11). Habían ofrecido sus vidas como un sacrificio, habiéndose adherido con tenacidad al testimonio que habían recibido respecto al Cristo y la salvación en él. Éstas son las almas que bajo el segundo sello estaban siendo asesinadas.Estas almas claman en voz alta venganza contra sus asesinos. |
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