En la historia del mundo se manifiesta muy claramente un orden muy definido de eventos que siempre se repite. Iglesias se establecen por medio de la predicación de la palabra que el Espíritu Santo aplica al corazón de la gente.
Esto sucede repetidas veces. Estas iglesias son portadoras de luz -candeleros- en medio de un mundo que está en tinieblas. Son bendecidas por la continua presencia espiritual de Cristo (capítulos 1-3). El pueblo de Dios es perseguido repetidas veces por el mundo, y expuesto a muchas pruebas y aflicciones (capítulos 4-7). Los juicios de Dios son enviados repetidas veces al mundo perseguidor; estos juicios no han podido conducir a las personas al arrepentimiento (capítulos 8-11). Este conflicto entre la iglesia y el mundo indica frecuentemente el combate más profundo y fundamental entre Cristo y Satanás, entre la «simiente de la mujer», y «el dragón» (capítulos 12-14). Surge ahora esta pregunta: ¿qué sucede cada vez que en la historia las trompetas de juicio, las plagas iniciales, no conducen a penitencia y conversión? ¿Permite Dios que tal impenitencia y dureza de corazón continúen impunes hasta el día del juicio final? ¿Debemos acaso pensar que la ira de Dios está detenida completamente hasta la segunda venida, hasta la vendimia descrita en el capítulo 14?
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Enero 2021
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