Esta ciudad estaba situada en una enorme colina rocosa, la cual se encontraba en el inmenso valle circunvecino. Los romanos la hicieron capital de la provincia de Asia. Allí bajo el emblema de una serpiente, la cual para los creyentes en Cristo era el verdadero símbolo de Satanás, se adoraba a Escolapio, dios de la sanidad. Allí se podían ver muchos altares paganos y el gran altar de Zeus.
Posiblemente Cristo estaba pensando en todas estas cosas cuando llamó a Pérgamo el lugar «donde está el trono de Satanás». Sin embargo, a nosotros nos parece que el propósito evidente del autor es el de llamar la atención al hecho de que Pérgamo era la capital de la provincia y, como tal, era también el centro de la adoración al emperador. Allí el gobierno funcionaba, y allí estaban los templos dedicados a la adoración del César. Allí se pidió a los creyentes que ofrecieran incienso a las imágenes de los emperadores y que dijeran, «César es Señor». Por tanto, Satanás tenía allí su trono; tenía allí completa libertad. «El que tiene la espada aguda de dos filos, dice estas cosas». De nuevo la descripción que Cristo da de sí mismo concuerda con el tono general de la carta. Dice aquí que Cristo tiene la espada aguda de dos filos porque va a pelear contra los nicolaítas, a menos que se arrepientan (versículo 16). Aunque el trono de Satanás estaba allí y a pesar de que Antipas había sido asesinado allí porque rehusó ser infiel a su Señor, los creyentes en Pérgamo mantenían con tenacidad la confesión de su fe en Cristo. Sin embargo, se equivocaron grandemente en una cosa. Descuidaron la disciplina, probablemente porque hicieron hincapié en la salvación personal y olvidaron que el deber del cristiano es interesarse también por el bienestar de la iglesia entera.
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Enero 2021
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