Y ahora, el tema final y el más hermoso: el cielo nuevo y la tierra nueva, Apocalipsis 21:1-8, y la nueva Jerusalén, 21:9-22:5. Hay una bella conexión entre el primer libro de la Biblia y el último. Las Escrituras son semejantes a una flor.
Encontramos la semilla en Génesis, la planta creciendo en los libros que siguen, y en el Apocalipsis la flor completamente desarrollada y hermosa. Observe el siguiente paralelo: Génesis nos dice que Dios creó los cielos y la tierra. Apocalipsis describe el nuevo cielo y la nueva tierra C21:1). En Génesis los luminares son creados: el sol, la luna y las estrellas. En Apocalipsis leemos: «y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera» CAp. 21:2.3).
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Las bodas del Cordero (19:1-10)
Ahora escuchamos las aleluyas del cielo cuando Cristo viene en gloria para tomar para sí su esposa, la iglesia (19:7). El cielo celebra la victoria de Dios sobre la ramera, Babilonia. Juan oye primero el fuerte sonido de una gran compañía. Las huestes de los ángeles atribuyen a Dios la salvación, la gloria y el poder. Declaran que al juzgar a la gran ramera, Dios ha perfeccionado la salvación de su pueblo. Así, la gloria de sus atributos se ha manifestado, y se ha revelado su poder. Es Dios y tan sólo él quien ha obrado la salvación (véase Ap. 12:10). Además, al llevar a cabo la caída de Babilonia, se ha manifestado la justicia del Señor (véase Ap. 15:3) porque esta ramera había corrompido toda la tierra con su fornicación (véase Ap. 14:8; Jer. 51:7). Y ahora Juan ve a otro ángel descender del cielo. Este ángel tiene gran autoridad y su fulgor alumbra la tierra. Clama en voz alta: «Ha caído, ha caído la gran Babilonia (véase Is. 21:9; Jer. 50:2; 51:8), y se ha hecho habitación de demonios, y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecibles. Porque todas las naciones han bebido del vino del furor de su fornicación, y los reyes de la tierra han fornicado con ella; y los mercaderes de la tierra se han enriquecido de la potencia de sus deleites».
Tan cierta es la caída de Babilonia que se anuncia aquí como si ya hubiese sucedido. ¡Que esto sea una advertencia para todos! La desolación total de Babilonia se describe muy gráficamente cuando se dice que aun los espíritus inmundos y las aves inmundas y aborrecibles la consideran una prisión (véase Is. 13:20-22; Jer. 50:39, 45; 51:37, 42; Sof. 2:14). En el versículo 8 el ángel relata la historia de la bestia, la cual era, y no es, y está para subir del abismo. Primero, la bestia era; se mostraba, por ejemplo, en la forma de la Babilonia antigua, el reino del poderoso Nimrod, en la tierra de Sinar: «hagámonos un nombre» (Génesis 174 Apocalipsis 17-19: La caída de los aliados del dragón 10:8-11; 11:4), O en la forma de Asiria con su orgullosa capital, Nínive; o, una vez más, el espíritu de arrogancia y opresión mundana que se manifestaba en la Babilonia Nueva (piense en Nabucodonosor y la cautividad de los judíos); o en el reino de los medos y los persas; y muy definitivamente en el imperio greco-macedonio del cual apareció aquel gran precursor del anticristo final, Antíoco Epífanes de Siria (175-164 a.C). «y no es».
Todos estos imperios en los que había sido personificada la bestia perecieron. La bestia ya no existe en la forma de la Babilonia Antigua, de Asiria, de la Babilonia Nueva, de MedoPersia, y de Greco-Macedonia. Sin embargo -y esto produce asombro y admiración en los hombres cuyos nombres no han estado escritos en el libro de la vida desde la fundación del mundo- ¡parece que esta bestia tiene poder de levantar de nuevo la cabeza después de cada derrota! Se han presentado a cinco enemigos del Cristo: el dragón, la bestia que sube del mar, la bestia que sube de la tierra o el falso profeta, la ramera Babilonia, y las personas que tienen la marca de la bestia. Hemos visto lo que sucede a las personas que reciben esta marca (cap. 15, 16). En la visión actual el apóstol nos muestra por medio de imágenes simbólicas lo que sucede a Babilonia, a la bestia que sube del mar y al falso profeta. En Apocalipsis 20 se describirá la derrota del dragón. En general, se puede subdividir esta sección como sigue: El capítulo 17 describe la naturaleza y cuenta la historia de la gran ramera, Babilonia. El capítulo 18 nos muestra el carácter inevitable, completo e irrevocable de la caída de Babilonia. El capítulo 19 nos introduce al regocijo en el cielo a causa de la completa derrota de Babilonia y a causa de las bodas del Cordero. También presenta al autor de esta victoria, el jinete sentado sobre el caballo blanco, el cual triunfa sobre Babilonia, sobre la bestia y sobre el falso profeta, y ejecuta juicio final sobre todos sus enemigos.
Las plagas finales de Dios son completamente justas. En verdad su justicia es tan transparente, que la iglesia triunfante alabará a Dios por causa de los castigos justos que ha infligido sobre los impenitentes.
Ahora, el apóstol deja a la multitud triunfante del futuro y vuelve a la dispensación actual. ¿Qué ve? Se abre el santuario del tabernáculo del testimonio. Éste es el santuario que contiene el arca del pacto, y esa arca contiene «el testimonio», (Éx. 25:16, 21). Se abre ahora este santuario para que podamos entender que la ira que está por revelarse es la ira de Dios. En la historia del mundo se manifiesta muy claramente un orden muy definido de eventos que siempre se repite. Iglesias se establecen por medio de la predicación de la palabra que el Espíritu Santo aplica al corazón de la gente.
Esto sucede repetidas veces. Estas iglesias son portadoras de luz -candeleros- en medio de un mundo que está en tinieblas. Son bendecidas por la continua presencia espiritual de Cristo (capítulos 1-3). El pueblo de Dios es perseguido repetidas veces por el mundo, y expuesto a muchas pruebas y aflicciones (capítulos 4-7). Los juicios de Dios son enviados repetidas veces al mundo perseguidor; estos juicios no han podido conducir a las personas al arrepentimiento (capítulos 8-11). Este conflicto entre la iglesia y el mundo indica frecuentemente el combate más profundo y fundamental entre Cristo y Satanás, entre la «simiente de la mujer», y «el dragón» (capítulos 12-14). Surge ahora esta pregunta: ¿qué sucede cada vez que en la historia las trompetas de juicio, las plagas iniciales, no conducen a penitencia y conversión? ¿Permite Dios que tal impenitencia y dureza de corazón continúen impunes hasta el día del juicio final? ¿Debemos acaso pensar que la ira de Dios está detenida completamente hasta la segunda venida, hasta la vendimia descrita en el capítulo 14? El capítulo 13 nos muestra los agentes o instrumentos usados por el dragón en su ataque contra la iglesia. Se describen dos bestias. La primera es un monstruo indescriptiblemente horrible.
La segunda parece inocua y por esto es aún más peligrosa que la primera. La primera bestia sube del mar. La segunda sube de la tierra. La primera es la mano de Satanás. La segunda es la mente del diablo. La primera representa el poder perseguidor de Satanás operando en y por medio de las naciones de este mundo y sus gobiernos. La segunda simboliza las religiones y filosofías falsas de este mundo. Ambas bestias se oponen a la iglesia durante toda esta dispensación; sin embargo, el apóstol las describe por medio de palabras que indican la forma que asumieron durante la última década del primer siglo d.C.s En la tercera imagen simbólica el dragón, habiendo sido arrojado a la tierra, persigue a la mujer porque dio a luz al hijo varón. ¡Por tanto, su esfuerzo por destruir a la mujer es en realidad otro aspecto de su ira contra su hijo!
Tengamos cuidado de notar este punto. La mujer recibe dos alas como de un gran águila (Éx. 19:4; Dt. 32:11; Is. 40:31) y vuela al desierto. En aquel desierto, Dios tiene preparado para ella un lugar (v. 6) donde es mantenida por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo, es decir, por mil doscientos sesenta días (v. 6). Ella reside en este lugar «lejos de la presencia de la serpiente». El dragón, no estando listo todavía para darse por vencido, arroja de su boca tras ella agua como un río, a fin de que sea arrastrada por la corriente, pero la tierra traga el río. En consecuencia, el dragón se pone furioso y se llena de ira contra la mujer. Aunque ha fracasado no solamente en su esfuerzo por destruir al niño, sino también en su ataque contra la mujer, se escabulle para hacer guerra contra el residuo de la simiente de ella, es decir, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús. La segunda imagen simbólica nos muestra el efecto del nacimiento y de la expiación de Cristo y de su ascensión al trono en el cielo. Como siempre, vamos a ver primero la imagen en su totalidad. Hay una gran batalla en el cielo. Miguel, en calidad de príncipe sobre los ángeles buenos y protector del pueblo de Dios (Dn. 10:13, 21; 12:1; Jud. 9) ataca al dragón, el príncipe de los ángeles malos y enemigo del pueblo de Dios.
Dos generales y dos ejércitos se enfrentan en batalla. Sin embargo, observe que Miguel y su ejército son los que dan inicio al ataque. ¿El resultado de la batalla? El dragón es derrotado y expulsado del cielo. Leemos: «y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». |
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