Las bodas del Cordero (19:1-10) Ahora escuchamos las aleluyas del cielo cuando Cristo viene en gloria para tomar para sí su esposa, la iglesia (19:7). El cielo celebra la victoria de Dios sobre la ramera, Babilonia. Juan oye primero el fuerte sonido de una gran compañía. Las huestes de los ángeles atribuyen a Dios la salvación, la gloria y el poder. Declaran que al juzgar a la gran ramera, Dios ha perfeccionado la salvación de su pueblo. Así, la gloria de sus atributos se ha manifestado, y se ha revelado su poder. Es Dios y tan sólo él quien ha obrado la salvación (véase Ap. 12:10). Además, al llevar a cabo la caída de Babilonia, se ha manifestado la justicia del Señor (véase Ap. 15:3) porque esta ramera había corrompido toda la tierra con su fornicación (véase Ap. 14:8; Jer. 51:7). Su principal deleite había sido el de exaltarse a sí misma y seducir a las gentes llevándolas cada vez más lejos de Dios. Además, había logrado la muerte de los santos (Ap. 17:6; 18:24).
Ahora, Dios se ha vengado (Ap. 8:5; Jer. 50:13). Los ángeles se regocijan grandemente en la salvación del pueblo de Dios. Su corazón se llena de gozo cuando consideran que se ha apagado para siempre toda oposición. Por lo tanto, manifiestan de nuevo este gozo diciendo, «Aleluya». Parece que su corazón está lleno de éxtasis hasta el punto de quebrantarse, yen su alegría dicen, «Load al Señor». Este es el significado de «Aleluya», que se encuentra solamente aquí en el Nuevo Testamento. El humo de Babilonia sube para siempre (Ap. 14:11; 18:8,9, 18, 21-24; Is. 13:20-22; Mt. 25:46). Nunca más se levantará para molestar a la iglesia. Luego, los veinticuatro ancianos, que simbolizan a la iglesia entera, y también los cuatro querubines, que representan a todos los querubines, alaban a Dios (Ap. 4:2-6; 5:14; 7:15). Están agradecidos de tal manera que no pueden decir sino dos palabras, «¡Amén! ¡Aleluya!» Expresan su adoración a Dios que está sentado sobre el trono, es decir, sumamente exaltado, glorioso y soberano. Después, Juan oye una sola voz (¿es uno de los querubines o uno de los otros ángeles?) saliendo de la región del trono y diciendo: «¡Alabad a nuestro Dios todos sus siervos, y los que le teméis, así pequeños como grandes!» El ángel más humilde y el santo más exaltado, todos son convocados para glorificar a Dios, el autor de la salvación, porque todos le sirven en señal de reverencia. Juan oye ahora la voz de todas las huestes del cielo, tanto de los ángeles como de los hombres, como el sonido de muchas aguas y de grandes truenos, porque estas aleluyas son espontáneas y majestuosas, y salen de innumerables labios (14:2). Estas voces proclaman al unísono que el Señor Dios Todopoderoso, se ha revelado ahora en la perfecta majestad de su gloria y poder reales (v. 6). Se exhortan los unos a los otros a regocijarse y alegrarse grandemente y, sobre todo, a atribuir a Dios toda la gloria (Ap. 1:6; 14:7). La razón de este estallido de júbilo se da en las siguientes palabras: «Porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado. y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos». Para poder entender el significado de este pasaje sublime, tenemos que considerar brevemente las costumbres matrimoniales de los hebreos. Distinguimos los siguientes elementos en un matrimonio judaico: Primero, los esponsales. Para los judíos, los esponsales o promesa de matrimonio significan algo mucho más obligatorio que el «compromiso de novios» entre nosotros. Las obligaciones del matrimonio son aceptadas en presencia de los testigos y la bendición de Dios es pronunciada sobre la unión. Desde este día el novio y la novia están legalmente casados (2 Ca. 11:2). Luego viene el intervalo entre los esponsales y las bodas. Durante este intervalo el esposo paga al padre de la novia la dote si no lo ha hecho antes (Gn. 34:12). A veces se paga la dote en la forma de un servicio prestado (Gn. 29:20). Después, la procesión, al final del intervalo. La esposa se prepara y se atavía. El esposo, en su mejor traje y acompañado de sus amigos que cantan y llevan antorchas, prosigue al hogar de la novia. Recibe a la esposa y se la lleva, acompañados de nuevo de una procesión, a su propio hogar o al hogar de sus padres (Mt. 9:15; véase también Mt. 25:1-13). En caso de que el esposo tuviera que venir de lejos, se preparaban a veces las bodas en el hogar de la esposa. Y por último, se llevan a cabo las bodas, que incluye la cena de bodas. Las acostumbradas festividades duraban siete o más días. Las Escrituras comparan repetidas veces la relación de amor entre el esposo y su esposa con la que existe entre el Señor y su pueblo, o entre Cristo y su iglesia (Is. 50:1; 54:1-17; 62:5; Jer. 2:32; Os. 2:2; Mt. 9:15; Jn. 3:29; 2 Ca. 11:2; Ef. 5:32; Ap. 21:9). Realmente, la relación de amor entre el esposo y su esposa es un símbolo, un débil reflejo de la gloria y la hermosura de esta misma relación entre Cristo y su iglesia. Ahora, la iglesia se ha «desposado» con Cristo. Además, Cristo ha pagado la dote por ella; ha comprado a su esposa, la iglesia: «Desde el cielo vino y la buscó Para ser su santa esposa, con su propia sangre la compró, y murió para que ella tuviese vida». Ha venido el «intervalo» de separación. Se trata de toda la dispensación actual entre la ascensión de Cristo al cielo y la segunda venida. Durante este período la esposa tiene que prepararse. Se viste de lino fino, limpio y brillante. El lino fino simboliza sus hechos justos, es decir, su carácter santificado (7:13). Sus hechos han sido lavados por la sangre de Cristo. Recuerde, sin embargo, que esta justicia «se le ha concedido» por la soberana gracia de Dios. Al final de esta dispensación el esposo, acompañado de los ángeles de gloria (Mt. 25:31), viene para recibir a su esposa, la iglesia. Ahora empiezan las bodas. Nuestro pasaje se refiere a aquel momento de gran gloria en las siguientes palabras: «¡Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado!» ¡Continúan las bodas no solamente durante una o dos semanas, sino por toda la eternidad! Estas bodas son el clímax de aquel procedimiento entero por medio de cual el esposo, Cristo, viene a su esposa, la iglesia. Es el objeto y propósito de esta siempre creciente intimidad, unión, compañerismo y comunión entre el Redentor y los redimidos. En Cristo, la esposa fue escogida desde la eternidad. Durante toda la dispensación del Antiguo Testamento las bodas fueron anunciadas. Luego, el Hijo de Dios asumió nuestra carne y sangre: los esponsales tomaron lugar. El precio -la dote- fue pagado en el Calvario. Y ahora, después de un intervalo, que a los ojos de Dios es solamente un breve tiempo, vuelve el esposo y «han llegado las bodas del Cordero». La iglesia en la tierra, y asimismo la iglesia en el cielo, anhelan este momento. Entonces, estaremos todos con él por siempre jamás. ¡Será un santo, bendito y eterno compañerismo: la plena realización de todas las promesas del evangelio! Aun durante esta dispensación actual -este «intervalo» de separación- los que son «efectivamente llamados», no los que son simplemente «convidados» a la cena del Cordero son considerados bienaventurados (v. 9). Aun antes del comienzo de la cena misma, los «llamados» son bienaventurados, y éstas son palabras verdaderas de Dios. Son genuinas y reales. Lleno de éxtasis, el apóstol se postra a los pies de aquel que habla con el fin de adorarle. ¿Se equivocó Juan al identificar al que hablaba por el Señor Jesucristo? Sea como fuere, el que hablaba, que probablemente era uno de los querubines u otro ángel, impide el intento de adoración, y dice: «Adora a Dios; porque el testimonio de Jesús es el espíritu de profecía». El espíritu y el contenido interior de toda verdadera profecía -es decir, de la Biblia entera- es el testimonio de Jesús, el testimonio qué él nos reveló. Esta revelación que nos dio no nos permite adorar a nadie sino sólo a Dios (Mt. 4:10). Enterados con respecto a la caída de la ramera Babilonia, consideremos ahora a la bestia y al falso profeta. ¿Qué les sucede? Dejando las aleluyas del cielo durante y después del día del juicio, volvemos a los momentos anteriores al juicio final.
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