El capítulo 13 nos muestra los agentes o instrumentos usados por el dragón en su ataque contra la iglesia. Se describen dos bestias. La primera es un monstruo indescriptiblemente horrible.
La segunda parece inocua y por esto es aún más peligrosa que la primera. La primera bestia sube del mar. La segunda sube de la tierra. La primera es la mano de Satanás. La segunda es la mente del diablo. La primera representa el poder perseguidor de Satanás operando en y por medio de las naciones de este mundo y sus gobiernos. La segunda simboliza las religiones y filosofías falsas de este mundo. Ambas bestias se oponen a la iglesia durante toda esta dispensación; sin embargo, el apóstol las describe por medio de palabras que indican la forma que asumieron durante la última década del primer siglo d.C.s
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En la tercera imagen simbólica el dragón, habiendo sido arrojado a la tierra, persigue a la mujer porque dio a luz al hijo varón. ¡Por tanto, su esfuerzo por destruir a la mujer es en realidad otro aspecto de su ira contra su hijo!
Tengamos cuidado de notar este punto. La mujer recibe dos alas como de un gran águila (Éx. 19:4; Dt. 32:11; Is. 40:31) y vuela al desierto. En aquel desierto, Dios tiene preparado para ella un lugar (v. 6) donde es mantenida por un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo, es decir, por mil doscientos sesenta días (v. 6). Ella reside en este lugar «lejos de la presencia de la serpiente». El dragón, no estando listo todavía para darse por vencido, arroja de su boca tras ella agua como un río, a fin de que sea arrastrada por la corriente, pero la tierra traga el río. En consecuencia, el dragón se pone furioso y se llena de ira contra la mujer. Aunque ha fracasado no solamente en su esfuerzo por destruir al niño, sino también en su ataque contra la mujer, se escabulle para hacer guerra contra el residuo de la simiente de ella, es decir, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesús. La segunda imagen simbólica nos muestra el efecto del nacimiento y de la expiación de Cristo y de su ascensión al trono en el cielo. Como siempre, vamos a ver primero la imagen en su totalidad. Hay una gran batalla en el cielo. Miguel, en calidad de príncipe sobre los ángeles buenos y protector del pueblo de Dios (Dn. 10:13, 21; 12:1; Jud. 9) ataca al dragón, el príncipe de los ángeles malos y enemigo del pueblo de Dios.
Dos generales y dos ejércitos se enfrentan en batalla. Sin embargo, observe que Miguel y su ejército son los que dan inicio al ataque. ¿El resultado de la batalla? El dragón es derrotado y expulsado del cielo. Leemos: «y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él». Estos versículos contienen la primera imagen simbólica. La escena se desarrolla en el cielo. Juan ve aquí a una mujer gloriosamente ataviada: el sol es su vestido, la luna su escabel, y una guirnalda de doce estrellas su corona. Esta mujer está a punto de dar a luz. Clama con dolores de parto. De repente Juan ve a un dragón escarlata que se ha puesto delante de la mujer.
Piense usted en una serpiente alada, cruel, feroz, maligna y viciosa con cabeza encopetada y garras destructoras. Recuerde que esto es una imagen, un símbolo. Esta bestia tiene siete cabezas coronadas y diez cuernos. ¡Tan enorme y descomunal es esta bestia que su inmensa cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arroja sobre la tierra! ¿Por qué se para este terrible monstruo frente a la mujer que está a punto de dar a luz? ¡Es con el fin de devorar a su hijo luego que éste haya nacido! ¿Logra el dragón su cometido? No. La mujer da a luz un hijo, un varón poderosísimo que regirá a los gentiles con vara de hierro. Luego, de repente... pero escuchemos lo que sucedió según las propias palabras del apóstol: «y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono». El séptimo ángel toca la trompeta. De nuevo, el juicio final no es descrito sino presentado. Además, se indica el significado del día de juicio respecto a Dios, su Cristo, los creyentes y los incrédulos. Note usted el coro doble. Primero, los ángeles cantan. En el Espíritu, el apóstol oye su antífona gloriosa, creciente y conmovedora de alabanza y adoración. «Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos».
Es cierto que Dios reina siempre. Sin embargo, ese poder y esa autoridad que ejerce respecto al universo no se manifiestan siempre. A veces parece que Satanás es el gobernante supremo. Pero una vez llegado el día del juicio, el esplendor real de la soberanía de Dios será revelado en su totalidad, porque en aquel tiempo toda oposición será suprimida. Será evidente a todos que el mundo le pertenece a nuestro Señor y a su Cristo. Y reinará para siempre jamás. En estrecha relación con 10:8-11, el capítulo 11 nos ofrece ahora una descripción de las experiencias «amargas» que la verdadera iglesia tiene que sufrir al predicar el «dulce» evangelio de salvación.
En una visión, 16 Juan recibe una caña, gruesa y pesada, semejante a una vara. Se le manda medir el santuario de Dios, el altar y a los que adoran en conexión con este lugar. No se le permite medir el atrio exterior. El apóstol tiene que rechazar aquel atrio. Leemos: «pero el patio que está fuera del templo déjalo aparte, y no lo midas, porque ha sido entregado a los gentiles; y ellos hollarán la ciudad santa cuarenta y dos meses». ¿Cuál es la razón de este medir? ¿Qué quiere decir? Sobre la base del contexto inmediato, el versículo paralelo (21:15), y pasajes del Antiguo Testamento (Ez. 40:5; 42:20; Zac. 2:1), concluimos que medir el santuario significa apartarlo de lo que es profano, para que, separado así, pueda estar perfectamente seguro, protegido de todo daño. Con el fin de anunciar aquella tercera y final aflicción -el juicio final- aparece otro ángel. Juan le ve descender del cielo. Este ángel es un gigante. Sus pies son como columnas de fuego, columnas tan inmensas que al mismo tiempo que su pie izquierdo está puesto sobre la tierra, su pie derecho está puesto en un punto muy distante sobre el mar, de modo que, digamos, puede atravesarlo de una sola zancada.
Está cercado por una nube, y su rostro es como el sol. Este sol resplandeciendo sobre aquella nube, produce un arco iris que puede verse alrededor de su cabeza. Este simbolismo indica muy claramente que este ángel está asociado muy estrechamente con Cristo (véase 1:7, 17; 4:3). Lea estas referencias y verá la semejanza notable entre Cristo y el ángel. Sin embargo, las dos figuras no indican la misma persona. Aquí la santidad de Dios es simbolizada por el rostro del ángel, y se indica su juicio por la nube (Sof. 1:15; Sal. 97:2), pero se expresan su misericordia y su fidelidad a su pacto por el arco iris. El quinto ángel toca la trompeta.
Juan ve una estrella que ha caído del cielo a la tierra. Véase Lucas 10:18: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo». Esa es la condición actual de Satanás; habiéndose rebelado contra Dios, perdió su santidad, su posición en el cielo y su esplendor. En la visión, el apóstol observa ahora que el príncipe de las tinieblas recibe la llave del pozo del abismo. En otras palabras, recibe poder para abrir el abismo y dejar salir los demonios. El abismo indica el infierno antes del juicio final (Lc. 8:31; Ap. 20:1, 3). Después del juicio, el infierno recibe el nombre de «el lago de fuego» (Ap. 20:14, 15). Cuando leemos que Satanás abre el pozo del abismo, quiere decir que incita a la maldad; llena el mundo de demonios y de sus influencias y operaciones inicuas. Por tanto, Juan ve que al ser abierto el pozo, suben inmediatamente del abismo columnas de humo sucio y negro, semejante al de una grande chimenea. Es el humo de la decepción y del error, del pecado y la tristeza, de la oscuridad y la degradación moral que sube constantemente del infierno. Tan espeso y lóbrego es aquel humo que son entenebrecidos el sol y el aire. Al diablo «se le da» el poder de efectuar todo esto, es decir, por el decreto permisivo de Dios no se le impide el desarrollo de sus propósitos inicuos en el corazón de los hijos de los hombres, una iniquidad de la cual él -no Dios- es responsable. Que tengamos presente que esto también es una de las trompetas: Dios usa aún la obra del diablo como un castigo y una admonición a los malos, una admonición dada con el fin de que se arrepientan (9:21). |
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