Y ahora, el tema final y el más hermoso: el cielo nuevo y la tierra nueva, Apocalipsis 21:1-8, y la nueva Jerusalén, 21:9-22:5. Hay una bella conexión entre el primer libro de la Biblia y el último. Las Escrituras son semejantes a una flor. Encontramos la semilla en Génesis, la planta creciendo en los libros que siguen, y en el Apocalipsis la flor completamente desarrollada y hermosa. Observe el siguiente paralelo: Génesis nos dice que Dios creó los cielos y la tierra. Apocalipsis describe el nuevo cielo y la nueva tierra C21:1). En Génesis los luminares son creados: el sol, la luna y las estrellas. En Apocalipsis leemos: «y la ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera» CAp. 21:2.3). Génesis describe un Paraíso perdido. Apocalipsis describe un Paraíso restaurado CAp. 2:7; 22:2). Génesis describe la astucia y el poder del diablo. Apocalipsis nos dice que el diablo fue atado y lanzado alIaga de fuego y azufre. Génesis describe aquella escena terrible del hombre huyendo de Dios y escondiéndose de la presencia del Todopoderoso. Apocalipsis nos muestra la más maravillosa e íntima comunión entre Dios y el hombre redimido: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos» Ap. 21:3. Finalmente, en tanto que Génesis nos muestra el árbol de la vida, «para que no alargue el hombre su mano y tome del árbol», el Apocalipsis restaura al hombre y le da el derecho de llegar a él: «para tener derecho al árbol de la vida Ap. 22:14. Entonces, preguntamos de nuevo: ¿cuál es el tema de este libro? La respuesta es la siguiente: Cristo es victorioso, no el diablo; el plan de Dios, aunque aparentemente frustrado por un tiempo, en realidad no lo está, y al final se le ve triunfar completamente. Somos vencedores. Sí, somos más que vencedores, porque no solamente somos librados de la maldición más grande, e incluso de todas las maldiciones, sino que obtenemos también la bendición más gloriosa - Ap. 21:3. Ahora, ¿qué es lo que describe Apocalipsis 21:1-22:5? ¿La iglesia ideal tal como es ahora, o el universo y la iglesia del futuro? Ninguna de estas respuestas parece completa. Tenemos en esta sección una descripción de lo ideal. Aquí está incluido el resultado de la gracia redentora de Dios -ya sea en la actualidad o en el futuro. Esta gracia redentora y este poder transformador de Dios no se deben considerar como perteneciendo solamente al futuro. No, ahora mismo, en esta época actual, ya están trabajando en el corazón de los hijos de Dios. Por consiguiente, lo que hallamos aquí en Apocalipsis 21:1-22:5 es una descripción del universo redimido del futuro, simbolizado por la iglesia redimida de la actualidad. Consideremos Apocalipsis 21:3: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios». Ahora, es muy claro el hecho de que estas palabras se refieren al cielo nuevo y a la tierra nueva, a la humanidad redimida completamente como ella existirá después del día del juicio. El contexto es muy claro. Observe que el primer cielo y la primera tierra han desaparecido (Ap. 21:1). Ha sucedido el juicio (Ap. 20:1l-15). ¿Pero se refiere este pasaje solamente al futuro? Cualquiera que conozca bien su Biblia podrá contestar esta pregunta. Reconocerá inmediatamente el pasaje que hemos citado (véase Is. 65:17; 66:22). Piense en la última frase de Apocalipsis 21:3, «estará con ellos como su Dios». ¿No es ésta la antigua promesa del pacto que se encuentra a lo largo de toda la Escritura? Busque Ud. Génesis 17:7, 8; Éxodo 20:2; Deuteronomio 5:2, 3, 6; Jeremías 24:7; 30:22; 31:33: Ezequielu:20; Zacarías 13:9; Mateo 13:17; Romanos 4:20-22; 2 Corintios 6:16. El cumplimiento o ejecución de esta gloriosa promesa, tal como los pasajes paralelos lo indican, es claramente una cuestión no sólo del futuro sino también (aunque de una manera incompleta) del presente. Dios mora incluso ahora en su iglesia por medio del Espíritu. Aquel morar divino será perfeccionado en el cielo nuevo y la tierra nueva después del día del juicio. Lo mismo es cierto respecto a varios símbolos que se encuentran en esta sección. Cualquiera que se tome la molestia de buscar los pasajes donde están arraigados estos símbolos, observará inmediatamente que las verdades indicadas y las promesas hechas pertenecen al período entero de la existencia de la iglesia en la tierra. Pertenecen en un sentido especial a esta dispensación entera. La Nueva Jerusalén es siempre la antagonista de Babilonia. Se debe siempre contrastar a la esposa con la ramera. Sin embargo, es solamente después del día del juicio que se alcanza la realidad final y más completa. 1. Cielos nuevos y tierra nueva (21:1-8) El primer cielo y la primera tierra han desaparecido. Procuremos ver este universo nuevo en nuestra imaginación. Los fundamentos mismos de la tierra se han sometido al fuego purificador. Toda mancha de pecado, toda cicatriz de injusticia, todo rastro de muerte han sido quitados. De en medio de la conflagración grande ha nacido un universo nuevo. La palabra usada en el original implica que era un mundo «nuevo» pero no «otro» mundo, es el mismo cielo y la misma tierra, pero rejuvenecidos gloriosamente: no hay maleza, ni espinas, ni cardos, etc. Todos sus potencialidades inactivas por tanto tiempo son completamente realizadas ahora. Ha desaparecido el orden «antiguo». Ha desaparecido el universo en el cual el dragón, la bestia, el falso profeta y la ramera estaban llevando a cabo su programa de iniquidad. El mar, como lo conocemos ahora, no existe más. El mar es el emblema de inquietud y conflicto. Las aguas rugientes, turbulentas, agitadas y tempestuosas, las olas combatiéndose siempre las unas a los otras, simbolizan las naciones del mundo en sus conflictos e inquietudes (Ap. 13:1; 17:15). Es el mar de donde sube la bestia. Pero en el universo renovado -el cielo nuevo y la tierra nueva- habrá paz perfecta. Por tanto, el cielo y la tierra y el mar como son actualmente, desaparecerán. El universo va a ser gloriosamente rejuvenecido y transformado. «y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido» (Ap. 21:2). Esta Jerusalén se llama «nueva» en contraste con la terrenal, la Jerusalén de Palestina. Se llama «santa» porque está separada del pecado y consagrada enteramente a Dios. Esta Jerusalén nueva y santa es claramente la iglesia del Señor Jesucristo. Esto es muy evidente por el hecho de que aquí y en otras partes de la Biblia se le llama la novia, la esposa del Cordero (Is. 54:1; Ef. 5:32, etc.). Aun en el Antiguo Testamento se representa a la iglesia bajo el simbolismo de una ciudad (Is. 26:1; 40:9; Sal. 48; etc.). Una ciudad nos hace pensar en los conceptos de una residencia permanente, un número grande de habitantes, protección y seguridad, compañerismo y belleza. Respecto a todas estas características, la iglesia, de manera incompleta ahora, pero luego en perfección, es como una ciudad. Esto también es cierto respecto a la iglesia ideal del presente como a la iglesia del futuro. Nace siempre de lo alto. Es siempre el resultado de la obra transformadora del Espíritu Santo (Ap. 3:12; 21:9-27; véase también Gá. 4:26; Heb. 11:10, 16; 12:22). Las palabras «dispuesta como una esposa ataviada para su marido» encuentran su comentario en Apocalipsis 19:7. Juan oye una gran voz del cielo que dice: «He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron». Así se describen de una manera hermosa las bodas sempiternas del Cordero, Cristo, y su esposa, la iglesia. Es el clímax de aquel procedimiento entero por el cual Dios viene a su pueblo. Tan íntima es esta comunión eterna entre Dios y sus elegidos que él, por decirlo así, mora con ellos en un tabernáculo -su tabernáculo, la gloria de sus atributos Ap. 7:15. El Cordero los pastoreará Ap. 7:17. Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos CAp. 7:17. Le adoran continuamente en su santuario Ap. 7:15. Se sientan con él en su trono, y él cena con ellos Ap. 3:20, 21; véase también Jn. 17:23; 2 Ca. 6:18. De este modo, por medio de símbolos que llaman la atención, se explica el compañerismo eterno entre Dios y su pueblo. Hablando negativamente, la muerte no será más Ap. 20:14; 1Ca. 15:26; tampoco habrá llanto ni clamor ls. 25:8; 35:10; 51:11, ni dolor véase también Ap. 7:16. El orden antiguo, «las primeras cosas», han pasado C2 CA. 5:17; Heb. 12:27. Juan oye ahora la voz de aquel que está sentado en el trono, es decir, la voz de Dios en Cristo Ap. 4:2; 22:1. Dice el Señor: «He aquí, yo hago nuevas todas las cosas». Es solamente Dios que puede hacer nuevas las cosas. Las personas pueden soñar en vano que, por medio de una mejor educación, un mejor ambiente, mejores leyes y una distribución más equitativa de la riqueza, van a introducir una nueva era, un siglo de oro, la utopía del deseo ardiente de los hombres, pero su sueño permanece como tal. Ni la economía política, ni las conferencias para deponer las armas, ni escuelas mejores, ni los programas para una distribución equitativa de la riqueza van a introducir un verdadero siglo de oro, un cielo nuevo y una tierra nueva, un orden nuevo. Es siempre Dios quien por medio de su Espíritu hace nuevas todas las cosas. Es solamente él que puede restaurar y renovar a la humanidad y el universo. Lo hace ahora, aunque en un sentido muy limitado. No tardará en hacerlo cuando vuelva Cristo. Nos es difícil imaginarnos que podremos algún día remover las consecuencias del pecado. Sin embargo, van a ser quitadas de modo que se harán realmente «nuevas» todas las cosas. Y para animarnos en nuestra fe de que el que prometió esto, realmente lo hará, leemos, «iHe aquí!» La voz le ordena a Juan que tiene que considerar seriamente lo escuchado. Tiene que ponerlo por escrito para la consolación de otros, porque «estas palabras son fieles y verdaderas» (véase Ap. 19:9; 22:6). Tan cierto es el cumplimiento de esta promesa que la voz habla como si ya estuviese cumplida: «Hecho está» (véase Ap. 16:17). iEn realidad, en lo que a la visión de Juan se refiere, estas transformaciones ya han sucedido! Él ve el cielo nuevo y la tierra nueva. El «agua de vida» que se da gratuitamente se refiere a la vida eterna, la salvación perfecta y gratuita. Es la realización de todas estas promesas: Salmo 36:8; Joel 13:18; Ezequiel 47:1-12; Zacarías 14:8; Isaías 55:1; Juan 4:10; Apocalipsis 7:17; 22:17. Recuerde que a la persona «sedienta» se le da ahora de esta «agua». Y en la eternidad, en el cielo nuevo y la tierra nueva, esta agua pura y en abundancia será derramada en cada ser viviente. Esta agua procede siempre de Dios, que es la fuente. El vencedor recibirá estas cosas y en la vida de éste se cumplirá la promesa del pacto: «Yo seré su Dios, y él será mi hijo». En principio, esa promesa, como ya hemos demostrado, que aparece a lo largo de toda la Escritura como un hilo dorado, se cumple aun en esta vida, pero se cumplirá en toda su perfección en la vida venidera, especialmente en el cielo nuevo y la tierra nueva. Es la gran promesa, ya que ella incluye todas las demás.1? Observe el contraste terrible en el versículo ; los que manifiestan las características de «la ramera» son lanzados alIaga de fuego y azufre y sufrirán la muerte segunda. 2. La nueva Jerusalén (21:9-22:5) Pero sobre las ruinas de la ciudad meretricia del versículo 8, aparece la gloriosa visión de la ciudad desposada, la ciudad de Dios, la Santa Jerusalén, descendiendo del cielo de Dios (Ap. 21:9-22:5). Es la iglesia ideal del futuro presagiada por la iglesia ideal del presente. Viene y conversa con Juan uno de los siete ángeles que tenían las siete copas (véase Ap. 17:1). El ángel le dice a Juan: «Ven acá, yo te mostraré la desposada, esposa del Cordero».Luego, el ángel lleva a Juan, no en forma literal, sino «en el Espíritu» (véase Ap. 1:10; 17:3) a un monte grande y alto (véase Ez. 40:1, 2). Solamente cuando nos paramos en el monte alto de la fe, podemos ver a la iglesia como existe idealmente. El apóstol contempla ahora una escena de trascendental hermosura y esplendor. Ve una ciudad. El ángel ha prometido mostrarle la esposa. La ciudad es la esposa; las dos son idénticas. Se puede resumir la descripción de la ciudad, según se encuentra en Apocalipsis 21:9-22:5, de la siguiente manera. Apocalipsis 20-22: Victoria por medio de Cristo a. Es una ciudad, la santa ciudad, Jerusalén (Ap. 21:10, 16, 18). Simboliza una comunidad de personas que disfrutan de la compañía de Dios. No hay nada en todo el universo tan glorioso como este compañerismo con Dios, de modo que él mora con nosotros y somos suyos. Además, como lo indica tan claramente el símbolo de la santa ciudad, esta comunión es santa y duradera y una innumerable multitud disfruta de ella. De esta manera, se simboliza el esplendor trascendental de la iglesia ideal. Observe además que el concepto entero es escatológico: se describe aquí a la iglesia del futuro y también a la iglesia del presente, por cuanto ella es una sombra de la que viene. La ciudad descrita aquí pertenece al reino del cielo: la ciudad está descendiendo continuamente del cielo. Es obra de la gracia soberana de Dios. Pertenece al futuro y se refiere siempre al futuro. «Reside temporalmente en la tierra». Es «la comunidad de los hombres que viven según la voluntad de Dios y que han sido predestinados para reinar eternamente con Dios». Jerusalén es santa y nueva. Babilonia es grande y antigua. Esta ciudad, además, es de oro puro, semejante al vidrio limpio (véase Ap. 4:6; 15:2). Esto simboliza el carácter puro, santo, resplandeciente y benigno del compañerismo entre Dios y su pueblo. Disfrutamos aquí y ahora de este compañerismo, pero más adelante disfrutaremos de él en toda su perfección. Finalmente, esta ciudad es un cubo perfecto: doce mil estadios en cualquier dirección. Observe primeramente la hermosura del símbolo. Es una ciudad que se extiende dos mil trescientos kilómetros en cada una de sus tres dimensiones, también dos mil trescientos kilómetros hacia arriba, y toda de oro puro, transparente, uniforme y resplandeciente. Pero, ¿Qué significa todo ello? Doce mil es el producto de tres La Trinidad) multiplicado por cuatro (el universo) multiplicado por diez, multiplicado por diez, multiplicado por diez (que indica el grado más sublime de entereza y perfección). Por tanto, este número expresa el resultado completo y perfecto del poder salvador del Dios trino que opera en el universo. Este resultado completo y perfecto es la iglesia de Dios gozando del compañerismo con Dios en el universo nuevo. Esta comunión será completa y perfecta en todas las direcciones. Conocemos de antemano, aquí y ahora, algo del gozo de esta comunión (véase Sal. 48:13,14: Ez. 40:3-47:23). Era prefigurada, además, por el lugar santísimo en el tabernáculo y en el templo de Salomón. El lugar santísimo también era un cubo perfecto. Allí el sumo sacerdote entraba en comunión con Dios, pero en la ciudad santa todos los creyentes son sacerdotes y reyes. Todos ellos gozan de este compañerismo. b. Esta ciudad santa es la novia, la esposa del Cordero (Ap. 21:9). En Apocalipsis 19:7 se explica completamente el símbolo. Por medio de esta figura se simboliza el hecho de que el compañerismo entre Dios y sus hijos consiste en una relación de amor muy íntima y continua, y también la cosa más gloriosamente hermosa en el universo (véase SaL 45). c. La ciudad santa tiene una lumbrera, la gloria de Dios en el Cordero (Ap. 21:11, 23; 22:5). La lumbrera o el portador de luz es la gloria de aquel que está sentado en el trono (véase Ap. 4:3). El resplandor de un diamante es solamente una débil sombra de la gloria de los atributos de Dios, tal como son revelados en la iglesia del Señor Jesucristo. Realmente, la lumbrera de la iglesia es el Cordero (véase Jn. 1:5; 8:12). La lumbrera es el Cordero porque nos imparte el conocimiento verdadero y salvador de Dios, el gozo espiritual continuo, y un estado de rectitud acompañado de la correspondiente condición de santidad. Cristo, la luz verdadera, echa fuera las tinieblas de la ignorancia, la miseria, el pecado y la corrupción moral. Por medio de él y su obra, la gloria de Dios se manifiesta en la iglesia. Por lo tanto, la ciudad santa no tiene necesidad de luz natural ni artificial, ni de sol, ni de luna (véase Is. 60:1, 3, 5, 19, 20; Zac. 14:7). ¡No habrá más noche! En principio, todo esto es cierto ahora, pero se verá en su plena perfección en el nuevo universo del futuro. d. No hay santuario en esta ciudad, porque el Señor Dios Todopoderoso y el Cordero son su templo (Ap. 21:22). Los habitantes ya no tienen necesidad de ir al tabernáculo o al templo en alguna parte del campo o de la ciudad para tener compañerismo con Dios. La ciudad entera está llena del resplandor de la majestad y de la gloria de Dios en toda su plenitud. No está limitado a un lugar especial en la ciudad. Se manifiesta por todas partes. No hay necesidad de un santuario, porque el compañerismo de los creyentes con su Dios es directo e inmediato. Dios mora con su pueblo; ellos permanecen en su presencia inmediata, amante y continua (véase Ap. 7:15; 21:3; Zac. 2:5). La profecía en Jeremías 3:16 (véase también Jer. 31:33-40), que alcanza anticipadamente a su cumplimiento en la nueva dispensación en que estamos viviendo ahora (véase Jn. 4:23, 24; Heb. 8:8-13), se realiza completamente en el nuevo universo. e. La Nueva Jerusalén tiene un muro grande y alto (Apocalipsis 21:12, 17, 18). Para su protección, seguridad y defensa, una ciudad tiene un muro. Por lo tanto, el significado del símbolo usado aquí es el siguiente: una iglesia permanece segura en esa posesión de comunión con Dios! iEl muro es grande y alto! (véase Zac. 2:5). Además, para acentuar el hecho de que el muro es simbólico más bien que literal, leemos que midió ciento cuarenta y cuatro codos (¿de altura o de espesor?). Es el muro tanto de la iglesia de la dispensación antigua como de la nueva. Juan 10:28 proporciona una explicación hermosa del símbolo: «y nadie las arrebatará de mi mano». El símbolo es aplicable ahora y se refiere en un sentido aun más glorioso a la seguridad del pueblo de Dios en el nuevo universo. ¿Qué podría ser más glorioso que este sentimiento de absoluta seguridad? f. El muro tiene doce fundamentos (Ap. 21:14,19, 20). En estos doce fundamentos aparecen los nombres de los doce apóstoles. Es fácil de entender su significado. Es por medio del testimonio de los doce apóstoles y, por medio de sus escritos, que los hombres son llevados a la bendita condición del compañerismo con Dios (Ef. 2:20; 1Ca. 3:9). De este fundamento, Jesucristo es la principal piedra del ángulo. Recuerde que son los apóstoles «del Cordero». Lo proclaman. Por medio de la predicación de los apóstoles resplandece la variedad del esplendor y brillo de todos los atributos de Dios. Es muy probable que éste sea el significado de las piedras preciosas que adornan los doce fundamentos (véase Is. 54:11). La multiforme sabiduría de Dios se manifiesta en la iglesia por medio de la predicación de la palabra, cada vez que esta palabra es aplicada al corazón por obra del Espíritu Santo (véase Ef. 3:10). g. La ciudad tiene doce puertas (Ap. 21:12, 13, 21, 25, 27; 22:14, 15; véase también Ez. 43:1; 48:31-34; Ap. 22:14). En otras palabras hay (aunque desde el punto de vista del cielo nuevo y la tierra nueva, debiéramos decir que ha habido) oportunidad abundante de entrar en este glorioso y maravilloso compañerismo con Dios. Puertas abiertas simbolizan las oportunidades para entrar. Entramos en esta gloriosa comunión por medio de la fe que Dios nos da en sus benditas promesas. Cada puerta es una perla. Si recordamos que una perla de 20 granos no es tan grande como una canica ordinaria con que juegan los niños, entonces tiene que haber sido una cosa sorprendente tanto en tamaño como en hermosura las perlas que Juan vio en la visión. Y el hijo de Dios que, por medio de su fe en las promesas, ha entrado en la ciudad, dice: «Ciertamente cada puerta es una perla». En las puertas están escritos los nombres de las doce tribus de los hijos de Israel porque la ciudad es la morada del verdadero Israel, la iglesia redimida (véase Ap. 7:14). Hay tres puertas para cada dirección -oriente, norte, sur y occidente (véase Gn. 28:14; Is. 54:3). La iglesia se reúne de entre todas las naciones. En las puertas están doce ángeles. Por tanto, los que tienen las características de la ramera y sus aliados no pueden entrar. Estas personas impuras y abominables no entrarán en la ciudad. Permanecen fuera. Pueden entrar solamente aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 3:5). Pero que nadie pierda las esperanzas, ya que las puertas nunca estarán cerradas. Las puertas cerradas simbolizan no solamente tinieblas, noche y peligro, sino también la falta de oportunidad para entrar. Ahora, durante esta era entera hay (aunque desde el punto de vista del cielo nuevo y la tierra nueva deberíamos decir que ha habido), por medio de la fe, oportunidad abundante para entrar en el bendito compañerismo con Dios. h. La ciudad tiene calles de oro puro, como vidrio transparente (Ap. 21:21). Cada puerta da a una calle y la ciudad está llena de hermosas calles, calles de oro puro, porque simbolizan una verdad gloriosa. Estas calles indican que hay oportunidad abundante para comunicarse con el trono. Hay fácil acceso hacia los ríos y los árboles de la vida. i. La ciudad tiene ríos de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salen del trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1). Al Iado de cada calle corre un río. La calle y el río están separados solamente por un parque (véase j.). Este río es el río de vida, porque simboliza la vida eterna, la salvación perfecta y gratuita, el don de la soberana gracia de Dios. ¿y qué es la vida sino compañerismo con Dios? (véase Jn. 17:3; véase también Ez. 47:1-12; Is. 55:1; Sal. 46:4; Jn. 4:10; 7:38, y nuestra explicación de Ap. 7:17; 21:6). Observe que este río sale «del» trono de Dios y del Cordero. No corre «al Iado» del trono de Dios, como dice un hermoso himno popular. Cambiemos las palabras «al Iado del trono» por «salen del trono» y cantemos el himno de esta manera. Esto, además, no es un punto de menor importancia. El significado del simbolismo depende precisamente de esta cuestión. Cuando decimos que el río de gracia y vida sale «del» trono de Dios y del Cordero, acentuamos el hecho de que nuestra salvación fue llevada a cabo por la soberana voluntad de Dios y la recibimos por el mérito de la sangre redentora de Cristo. iA él sea toda la gloria! Observe la abundancia y el carácter santo de esta vida: el río está lleno de agua y el agua es cristalina. El pecado no corromperá nuestro compañerismo con Dios. En principio, este símbolo también se aplica a nuestra existencia presente, pero en forma perfecta en el futuro. j. Entre el río y la calle hay un paraíso, un parque o huerto lleno de árboles de vida - Ap. 22:1-3a). Traducimos este pasaje de esta manera: «Entre su calle en este lado y su río en el otro lado, estaba el árbol de la vida, que da su fruto doce veces, un fruto cada mes; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y nunca más habrá nada que sea maldito». Primero, entendamos la imagen. La expresión «árbol de la vida» es colectiva, lo mismo que las palabras «calle» y «río». La idea no es la de un solo árbol. No, hay un parque entero; hay filas enteras de árboles al Iado del río y, por tanto, entre el río y la calle. Esto es cierto respecto a todas las calles de la ciudad. Por tanto, la ciudad está llena de parques -Ap. 2:7). Observe, por lo tanto, esta maravillosa verdad: la ciudad está llena de ríos de vida. Está llena de parques también, los cuales contienen árboles de vida. Estos árboles, además, están llenos de fruto. Dan con regularidad cada mes su fruto. incluso las hojas de estos árboles sirven para sanidad! Juntas, todas estas cosas simbolizan el carácter superabundante de nuestra salvación, una medida absolutamente plena de la comunión, bendecida y continua, con Dios para todos los habitantes de la santa ciudad. Es un hecho muy notable que, según este simbolismo, el parque o huerto está en la ciudad! Reflexione por un momento en esto: ¡el huerto de la abundancia precisamente en el centro de la ciudad! Tal como se ha indicado anteriormente, la ciudad simboliza, entre otras cosas, una multitud de gente. Esto es cierto especialmente respecto a la Nueva Jerusalén, cuya extensión es de doce mil estadios en todas sus direcciones. Entonces, la ciudad simboliza una multitud grande, y por lo tanto sugiere muchas necesidades y grandes deseos de adquirir lo necesario. Pero ¿de dónde vendrá la «provisión»? El huerto simboliza provisión abundante. ¡Pero al hombre se le ha sacado del huerto! Desde entonces la ciudad, por decirlo así, ha estado añorando con llanto el huerto, y el huerto la ciudad, hasta que por fin aquí en la nueva Jerusalén ¡el huerto está dentro de la ciudad! ¡Hay una abundancia de vida eterna y salvación, para todos los ciudadanos! Ahora, regresemos de nuevo a Apocalipsis 18:22.25 Durante todo este siglo presente las hojas del árbol son (luego diremos «han sido») para la sanidad de las naciones. La vida eterna sana las cicatrices del pecado y de la miseria. La palabra «árbol» de la vida es realmente «madero» de vida. Es la palabra usada para indicar la cruz de Cristo (Rch. 5:30; 10:39, etc.; véase Gál. 3:13, «Maldito todo el que es colgado en un madero»). Por medio de la cruz, Cristo mereció para nosotros la vida eterna. Y en la nueva Jerusalén aquel árbol de la cruz ya no es maldito (véase también Ez. 47:12; Ap. 2:7). No hay nada maldito. k. En esta ciudad está el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:3, 4). En la iglesia de Dios su majestad y soberanía se manifiestan. El «trono» simboliza la soberanía. Por lo tanto, el río sale del trono (véase sección i.). Por supuesto, aquella soberanía de Dios se manifiesta por todas partes tanto en la ciudad como fuera de ella. Pero en la ciudad se manifiesta como una soberanía de amor, no de ira. Los ciudadanos, además, obedecen gozosamente la voluntad de Dios. Su voluntad es el deseo de ellos. Ven su rostro, gozan de su favor (véase 2 S. 14:24, 32; Sal. 17:15; 42:2; Mt. 5:8). Ellos le adoran (véase Ap. 7:15). Su nombre está en sus frentes, porque él los reconoce abiertamente como suyos y ellos le confiesan alegremente como su Señor. Así, reinan por los siglos de los siglos en el nuevo universo. Todos estos símbolos son aplicables de una manera incompleta a este siglo actual, pero de manera perfecta en el nuevo universo. 1. ¿Quiénes son los habitantes de esta ciudad? (Ap. 21:7; 12, 24, 27; 22:3,14). Los ciudadanos son los vencedores; el Israel verdadero; los elegidos de todas las naciones (véase Ap. 7:9), incluyendo aun los reyes; aquellos cuyos nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero (véase Ap. 3:5); los que le adoran; la multitud sellada (véase Ap. 14:1). 3. Conclusión (Ap. 22:6-21). En estas palabras finales hay poco que requiere un comentario especial. Por lo tanto, dirigimos al lector a todas las páginas anteriores de este libro para una explicación de los diferentes símbolos mencionados en este último párrafo. Primero, el ángel que mostró a Juan estas visiones confirma el carácter genuino del Apocalipsis (véase Ap. 1:1; 19:9; 21:5). El libro es verdaderamente de origen divino. El Dios de los espíritus de los profetas es el Autor; los espíritus de los profetas están bajo su continua dirección y control. Para una explicación de la frase, «las cosas que deben suceder pronto» véase Apocalipsis 1:1; 4:1.27 El ángel cita las palabras de Cristo mismo: «iHe aquí, vengo pronto!» (véase Ap. 1:3; 1:7). Después de esto Juan atestigua: «Yo Juan soy el que oyó y vio estas cosas». De nuevo, el apóstol está a punto de adorar al ángel, pero el resultado es el mismo que se encuentra en Apocalipsis 19:10,28 A continuación, el ángel le dice a Juan que no selle las palabras de la profecía de este libro, porque el tiempo está cerca. Las profecías empiezan a cumplirse inmediatamente (véase Ap. 1:1). Sigue una advertencia muy seria. La palabra «sea» en el versículo 11 tiene el mismo significado que la palabra «deje» en Isaías 55:7. Si tenemos presente que la palabra «dejar» puede significar cualquiera de dos cosas, no tendremos dificultad en explicar el versículo 11. En primer lugar, «deje» puede significar una exhortación positiva, por ejemplo, «Deje el impío su camino». Aquí se insta al impío a dejar su camino malo. Siempre viene primero este «deje», es decir, una exhortación positiva. Pero, supongamos que a pesar de todos los ruegos fervorosos, las admoniciones, las invitaciones y los juicios, el impío se rehúsa a obedecer y aceptar gratuitamente el agua de vida, ¿qué sucede entonces? En tal caso hay otro «deje». No es el «deje» de la exhortación positiva, sino el «deje» que significa «abandono». Dios dice en efecto, «que sea así».29 El versículo 11 tiene el significado de este segundo «deje». Para los impíos es un «deje» terrible. Por lo tanto, podemos parafrasear el versículo de esta manera: «A todo hombre que, no obstante todos los ruegos, las admoniciones, las exhortaciones, etc., se haya endurecido completamente en su maldad, dejadlo que sea así; dejadlo que continúe en su iniquidad; también al hombre deshonesto dejadlo que continúe en su deshonestidad. De la misma manera, a la persona justa y santa dejadla que continúe en el camino de la santificación». En este caso, por supuesto, se puede aún considerar el «deje» en el sentido de una exhortación positiva. En realidad, respecto al «deje», el texto original permite la interpretación doble que hemos indicado (véase Mt. 13:30). El ángel cita de nuevo las palabras de Jesús: «He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo». Esto es, en realidad, una admonición tierna. En otras palabras, «No te endurezcas en la incredulidad; arrepiéntete, porque cuando venga recompensaré en seguida a todos los hombres». En aquel tiempo cada uno recibirá según fuere su obra (véanse Ap. 14:14-20; 20:11-15).30 Las promesas y también las amonestaciones de Cristo tienen un significado eterno, porque él es el Alfa y la Omega. Tal es la conexión entre los versículos 12 y 13. Y ahora, la beatitud final. Hay siete en total Las siete se encuentran en los siguientes pasajes: Apocalipsis 1:3; 14:13; 16:15; 19:9; 20:6; 22:7; 22:14. Algunas traducciones contienen: «Bienaventurados los que guardan sus mandamientos», pero la mejor lectura es: «Bienaventurados los que lavan sus ropas». Cada persona lleva consigo una ropa, y siempre está tejiéndola, porque todos los pensamientos, palabras y hechos de la persona forman parte de ella. Esa ropa está enlodada, sucia y manchada (véase Zac. 3:3). Además, en el mundo entero no hay ningún poder que pueda limpiarla. Respecto a esta ropa, todos los detergentes terrenales son inútiles. No sirven (véase Jer. 2:22, un pasaje muy llamativo y hermoso). Esa ropa es su carácter. Sin embargo, Dios ha provisto un remedio. Es él quien dice, «Bienaventurados los que lavan sus ropas». Lavar su ropa significa recurrir a la fuente limpiadora de la sangre de Jesucristo. Aquella sangre no solamente quita todo pecado, sino también ha hecho meritorio para nosotros el Espíritu purificador y santificador. Por tanto, tenemos que recurrir continuamente a ella. El que lava su ropa en la fuente limpiadora recibe, por medio de la gracia soberana de Dios, el derecho de llegar al árbol de la vida (véase 2:7; 22:2) y puede entrar a la ciudad por sus puertas. Fuera de la ciudad están todos los que tienen las características de la ramera (véase Ap. 17:2,4, etc.). y ahora el tercer testigo. Aquí Jesús mismo atestigua respecto al carácter genuino del libro y de su origen divino: «Yo Jesús he enviado mi ángel para daros testimonio de estas cosas en las iglesias» (véase Ap. 1:1). El Apocalipsis está destinado para todas las iglesias en todas los siglos. El autor de este libro no es Juan sino Jesucristo mismo. Él es aquel exaltado, él es la raíz de David (de modo que David debe su origen, su fama y posición a él) y el linaje de David (cotéjense Sal. 110:1; Mt. 22:42-45; Is. 11:1; 53:2; etc.). Él es el divino y humano Salvador. Aquel glorioso y exaltado Salvador es el autor del libro del Apocalipsis. Él es la estrella resplandeciente de la mañana. Esta estrella es símbolo de la majestad (véase Nm. 24:17). Cristo ha prometido venir pronto (véase Ap. 22:7, 12). Por tanto, la esposa, es decir, la iglesia, responde diciendo: «Ven». Es una oración fervorosa e inspirada en la esposa por el Espíritu Santo. El Espíritu y la esposa trabajan unidos siempre (véase Ro. 8:16). Están diciendo continuamente: «Ven». Observe que éste es un imperativo presente, el cual se refiere no solamente al evento verdadero, a saber, la venida final de nuestro Señor, sino también al curso entero de la historia que todavía antecede a aquel evento. La palabra quiere decir: «Lleva a cabo tu plan en la historia con miras a tu vertida». Aquel plan divino incluye los principios del gobierno moral que se manifiestan bajo el simbolismo de los candeleros, los sellos, las trompetas, el conflicto con el dragón y sus aliados, las copas de ira, las bodas del Cordero, etc. iEn todos estos medios e instrumentos y por medio de ellos, cumple tu propósito y ven pronto! Cualquiera que oye esta profecía cuando sea leída en la iglesia -y cualquiera que la lea- que añada su propia voz al gran coro de voces y diga, «Ven». Deténgase aquí brevemente y guarde un momento de silencio semejante a aquel que precede al glorioso y final «Aleluya» en el coro de aleluyas del Mesías, compuesto por Handel. ¿Está listo? Escuche pues la voz que procede del trono. Es la voz suplicante del Maestro, su invitación tierna y final: «y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente». ¡El énfasis está en la palabra gratuitamente! ¡Gloriosa gracia soberana! Éste es el amor de Dios, tan conmovedor y tierno, que se dirige aquí a todos los que son conscientes de su necesidad del agua viva. Que no titubeen. Que vengan. Que tomen. No cuesta nada. iA ellos no les cuesta nada! Él pagó el precio. iPor tanto, que vengan, tomen y beban! Dado que este libro del Apocalipsis es tan excelentemente glorioso y tan divino (ipuesto que Dios mismo es el autor!), entonces, cualquiera que oiga o lea este libro, que no añada ni quite ninguna palabra. Que no diga que este mensaje es falso. Que no diga que sus partes claves han sido añadidas. Que no niegue el carácter divinamente inspirado del libro. Que no diga que apenas vale la pena estudiarlo. Que no ridiculice este libro, el cual está lleno de invitaciones y promesas. Si se rehúsa a prestar atención a esta advertencia, se le enviarán las plagas que están escritas en este libro. iDios le quitará su parte del árbol de la vida y de la santa ciudad! Cristo contesta la ferviente oración de la iglesia por su venida y le dice: «Ciertamente, vengo en breve». Por lo tanto, que prestemos atención a sus advertencias. El corazón de Juan está lleno de éxtasis. Su alma está consumida de anhelo. Sus ojos procuran atravesar las nubes. Exclama él en un éxtasis de amor, «Amén; sí, ven, Señor Jesús».
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